Por Jorge Fernández Díaz |
"Y si no fuera por miedo, sería la novia en la boda, el
niño en el bautizo y el muerto en el entierro, con tal de dejar un sello",
decía una vieja canción popular española que hablaba de una dama egocéntrica.
Sólo que los frenos inhibitorios de Cristina Kirchner parecen haberse roto; su
carromato triunfal se lleva por delante las últimas barreras. Suele suceder
cuando uno ingresa en ese peligroso desfiladero de incontinencia verbal y
achispada por el que huyen hacia adelante los desesperados.
Forzó en Roma que
el papa Francisco la bendijera, como ya lo había hecho con Wanda Nara, y sin
creérsela del todo, bajándole el precio a la versión y haciendo chistes, lanzó
al mundo una grave denuncia sobre una amenaza del jihadismo sunnita, que está
basada en los difusos dichos de dos comisarios argentinos. Más tarde, ante las
Naciones Unidas declaró con energía teatral lo que antes había relativizado con
una sonrisa. También castigó en Nueva York a la comunidad judía mientras
publicaba un suplemento en el USA Today para mejorar nuestra imagen. Antes y
después les pegó en los dientes al encargado de negocios de la embajada de los
Estados Unidos ("lo mandé a callar", dijo) y a la máxima referente de
la Unión Europea, Angela Merkel. Tal vez los alemanes no hayan sido muy corteses
al decirnos la verdad, y es que hemos vivido durante décadas por encima de
nuestras posibilidades, pero el mayor de todos sus pecados consiste ahora en
ser ingenuos: ellos creen que ese locutor mañanero del género fantástico es un
jefe de Gabinete y, por lo tanto, toman en serio lo que declara. Sería muy
arduo desde el punto de vista político y filosófico explicarles a los teutones
quién es y qué hace Jorge Capitanich. Esta administración no tiene autoridad
moral para ofenderse cuando funcionarios de otra nación critican sus políticas,
puesto que el kirchnerismo se ha pasado once años disparando dardos despectivos
contra las gestiones de otros gobernantes, a quienes los argentinos teníamos
que enseñarles cómo se hacían las cosas. El surrealismo no se detiene allí:
Cristina ha admirado desde siempre a Alemania y le ha pagado por fin la deuda
al Club de París, precisamente, en la intención de reconstruir los lazos con
Europa. Lazos que nos cuestan una fortuna y que ella misma, en un arrebato,
acaba de despedazar.
El increíble raid continúa con Griesa, a quien trató
irónicamente de viejo. "No creo que tenga rapidez de reacciones -se burló
de sus limitaciones físicas. Dadas sus características personales, para eso
debería tener una ligereza de movimientos que, por múltiples motivos, no
tiene." Es una suerte que el Inadi norteamericano no la haya denunciado
por discriminación etaria. El extravagante despecho de nuestra Presidenta con
Obama por haber permitido que ese juez anciano e insignificante jugara a la
independencia judicial la llevó a enseñarle al jefe de la Casa Blanca cómo se
lucha contra el terrorismo islámico. Es que somos grandes especialistas en el
asunto: tenemos más de cien muertos y ningún culpable desde hace veinte años, y
ahora hicimos un pacto con los principales sospechosos, que no marcha para
atrás ni para adelante. Más allá de las opiniones que despierten el manejo del
caso Ben Laden o las decapitaciones televisadas de Estado Islámico -temas
espinosos en los que la patrona de Balcarce 50 abundó de manera incontenible,
no parecía el modo ni la ocasión de propalarlas. Tampoco igualar a los fondos
buitre con los terroristas, y menos hacerlo en la mesa de los expertos y en un
momento de hipersensibilidad internacional: todos los días hay muertos y soplan
vientos de guerra. Al revés que nosotros, la comunidad mundial no tiene
naturalizado que se pueda opinar livianamente de cualquier tópico y de
cualquier manera, ni que un político pueda abolir la realidad con el fin de
automitificarse.
La enjundia de Cristina no dejó de lado la falsa e
insoportable centralidad argentina, defecto nacional que ella encarna con
gusto. Enfrentamos, para no andarnos con chiquitas, un triple leading case:
Malvinas, los buitres y los atentados. Nosotros nos las sabemos todas, papá, y
podemos hacer docencia. ¿Cómo vamos a perdernos ser el niño en el bautizo, la
novia en la boda y el muerto en el entierro? Pero la dama de la canción lo
hacía todo "para dejar un sello", y he aquí una clave de nuestro
drama: la evidencia de que estas bravuconadas globales sólo tuvieron por
objetivo el auditorio doméstico, la épica de entrecasa.
Es que más allá de inocuas condenas testimoniales contra los
holdouts, que a estas alturas resultan gratis y obvias y que una vez más no
modifican el fondo, los cristinistas saben que para ellos el mundo es un caso
perdido. El acompañamiento humanitario de algunas repúblicas y el desganado y
tardío aliento ruso son como los morlacos de China: los millones que le cederá
al Banco Central equivalen a lo que gastan los argentinos con su dólar turista
y sus tarjetas en el exterior durante un solo mes. Es preferible entonces
concentrarse en la epopeya local para detener la caída en las encuestas y
acolchar a la tropa frente a los golpes de la crisis autoinfligida: no hay
candidato, se acerca la hora de irse y la estanflación destruirá día tras día
el prestigio de la "década ganada". Mirá cómo la jefa les cantó las
cuarenta a los capos del imperialismo, se codea la militancia, agarrada del
último arbusto, mientras todos los indicadores económicos se vienen abajo y los
más lúcidos buscan disimuladamente refugio en peronismos diferentes.
El asunto pone en cuestión el sentido profundo de lo
patriótico, que el kirchnerismo maneja de forma psicopática. Acumulando
vanamente enemigos influyentes, Cristina no ha hecho otra cosa que fortalecer
el lobby de los bonistas. Inmenso favor que Singer debería alguna vez
agradecer. Hoy los holdouts son rivales perfectos y funcionales para la
construcción literaria que pretende la doctora. Si ella hubiera actuado sin ese
egoísmo cerril, habría desplegado una política de seducción para aislar a los
buitres y para lograr que las grandes potencias se pusieran de nuestro lado e
incluso nos apoyaran en un momento en que tenemos una nueva fuga de reservas y
una sed vital de inversiones.
Ese imprescindible temple diplomático y no esta repartija de
bofetadas hubiera representado un verdadero acto patriótico. Lo contrario
revela una vez más que el kirchnerismo se transformó en un proyecto
unipersonal: la prioridad no son los intereses de la Patria, sino los desvelos
privados de su líder. Las medallas que Cristina trae a casa, y que pretende
lucir frente a cierta grey emocionalmente acomplejada, se erigen así como una
curiosa prueba de individualismo. Muchas veces, en este mundo multipolar e
interconectado, la valentía consiste en la prudencia y en la sofisticación. Hay
que tener mucho coraje patriótico para dominar el ego, postergar la ambición
personal, poner en riesgo el capital simbólico e incluso sacrificar el futuro
electoral con tal de lograr la mejor situación para tu país. Cuando la Patria
soy yo y cuando los que no piensan como yo son cipayos, se está falsificando el
interés nacional. La oposición y parte de la ciudadanía se sienten a veces
intimidadas por este ardid nacionalista. Bueno sería que todos recordaran al
gran escritor Thomas Paine, uno de los padres ideológicos de la democracia.
Paine no cantaba canciones populares, pero sostenía que "es obligación del
patriota proteger a su país de su gobierno".
© La Nación
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