El 15 de septiembre
se cumplen 100 años del nacimiento
del gran escritor argentino.
Adolfo Bioy Casares: la estética de la invención. |
Por Carlos Dámaso
Martínez (*)
En uno de sus escritos autobiográficos, Bioy Casares ha
afirmado que «para mí la literatura está dentro de la vida, es una parte de la
vida», que es como decir que la vida y la literatura no son para él
experiencias distintas ni separadas. Podemos observar entonces cómo esa
convicción a lo largo de su existencia traspasa profundamente su experiencia
vital y su producción literaria durante varias décadas del siglo XX.
El 15 de setiembre de 1914 nace Adolfo Bioy Casares en
Buenos Aires. La precocidad de iniciación en la lectura y la escritura es una
marca indeleble ya en su infancia. Algo que el mismo escritor ha narrado en
algunos escritos de recuerdos y memorias. Por su testimonio se conoce que el
deslumbramiento por la literatura y los géneros fantástico y policial le viene
desde la niñez cuando leyó el cuento infantil «Pinocho» y luego algunos relatos
de Conan Doyle. De ese cuento lo sedujo y fascinó la «idea de un muñeco con
vida propia» y de los segundos textos narrativos el misterio de las historias
de enigmas policiales.
A su vez hay dos anécdotas, entre otras tantas, de su
infancia que en sus remembranzas aparecen como un intento de rastrear en su
personalidad los motivos que lo inclinaron por las ficciones donde los planos
de lo real y lo onírico suelen confundirse. «En una rifa obtuve un perro que se
llamaba Gabriel. Lo gané en el cine Grand Splendid. Traje el perro lanudo a
casa y cuando al día siguiente no lo encontré, mi madre me convenció que se
trataba de un sueño. Hoy no sé si lo saqué en aquella memorable rifa o lo soñé
[...] Años después, saqué en otra rifa una petisa, se llamaba por ese motivo La suerte. He estado convencido toda mi
vida que yo la domé, aunque yo no recuerdo la jineteada. Me pregunto entonces,
si no me pasa que mis padres me engañaron haciéndome creer que la había domado
tal como antes me hicieron creer que había soñado con el perro».
De esa etapa, el escritor tiene también muy presente la
relación con sus padres. Hijo de una familia de grandes estancieros
bonaerenses, heredó de su progenitor además de la estancia que administró por
un tiempo -desde 1935 con poco éxito, ubicada en Pardo, Provincia de Buenos
Aires-, su nombre y su pasión por la literatura: «Papá entendía de campo, pero
le gustaba ser escritor y dejó dos tomos de recuerdos muy lindos anteriores al
900». Por la línea materna desciende de Vicente L. Casares, fundador de la
empresa láctea La Martona y poseedor de grandes extensiones de campo en la zona
de Cañuelas y Tandil, también de la pampa bonaerense. Su madre se llamaba Marta
Casares y de ella el escritor ha recordado su atracción por el cine y la
presencia de un espejo veneciano tridimensional que había en el vestidor de su
dormitorio, el que junto a su propia atracción cinéfila, ha reconocido como una
de las motivaciones de la preeminencia de lo visual en su novela La invención de Morel (1940). Bioy ha
rescatado además de ambos progenitores su formación cultural francesa «que por
esa época era común en nuestro país».
Por otra parte, en el libro Memorias ha reconocido que su padre fue quien no sólo le hizo las
primeras correcciones de sus primeros escritos, sino que también le ayudó -en
plena adolescencia, a los 15 años-, a publicar su primer libro titulado Prólogo (1929) y también quien pagó su
edición en la imprenta Biblos. Un año antes había escrito un relato titulado Vanidad, o una aventura terrorífica
(1928). Ya de grande, luego de haber autocriticado y negado esos textos
iniciales, recuerda que era un relato de misterio con una aparente explicación
fantástica pero que se resolvía como un policial. Vemos entonces que desde la
adolescencia estaba presente ya la elección de estos dos géneros, los que van a
caracterizar toda su obra a partir de La
invención de Morel, en 1940, el primer libro que Bioy va a reconocer y
asumir plenamente como suyo en su trayectoria literaria.
Esta etapa es también un período importante en su formación
de lector. Él mismo ha mencionado las lecturas de Joyce, Apollinaire, Cocteau,
Ramón Gómez de la Serna y algunos clásicos de la literatura española y
argentina. En esta época por cierto la práctica de la escritura -y el deseo de
escribir- está vinculada a uno de los temas recurrentes de su narrativa: las
historias de amor entrelazadas muchas veces con situaciones fantásticas. Bioy
ha comentado que intentó escribir una novela, Iris y Margarita, porque estaba enamorado de su prima María Inés
Casares. Ella lo rechazó y esa frustración amorosa lo llevó a proyectar otro
relato para intentar convencerla de sus sentimientos. Haciendo un balance de
esa época dice al respecto que «la adolescencia fue para mí una verdadera
iniciación de derrotas. Por esos años los amores desdichados tendieron a
convertirse en costumbre»6. El amor en una dimensión de su imposibilidad, o
desde una perspectiva irónica y a veces paródica, será entonces una constante
temática en su obra, que aborda en La
invención de Morel desde una visión escéptica y solipsista.
En este momento de «libros malos», como dice su autor,
publicó además otros relatos que se encuentran en esa dimensión de «olvidados y
olvidables libros». Respetando la decisión de Bioy de no considerarlos dentro
de su obra narrativa, sólo los mencionaremos aquí como un registro de sus
existencias. Además del ya mencionado Prólogo,
están los libros 17 disparos sobre el
porvenir (1933, Tor Ediciones), Caos
(1935, Editorial Viau y Zona), La nueva
tormenta o la vida Múltiple de Juan Ruteno (1935, Editorial Francisco A.
Colombo), La estatua casera (1936,
Ediciones Jacarandá) y Luis Greve, muerto
(1937, Editorial Destiempo). Sobre los dos últimos textos, Borges escribió
reseñas críticas en la revista Sur, destacó la importancia de su escritura y
celebró algunos de los relatos fantásticos incluidos.
Este período es el del comienzo de su relación con Borges, a
quien conoce hacia 1932 en la casa de San Isidro de Victoria Ocampo. Se podría
decir que es el momento inicial de una amistad duradera entre estos dos
escritores, consolidada por la elección de una poética literaria ficcional
basada en el artificio, la visión conjetural y la preeminencia de la invención
fantástica. Sobre esta relación amistosa dice Bioy: «Teníamos una compartida
pasión por los libros. Tardes y noches hemos conversado de Johnson, de De
Quincey, de Stevenson, de literatura fantástica, de argumentos policiales
[...], de teorías literarias, de problemas de traducción, de Cervantes, de
Lugones, de Góngora y Quevedo [...], de Macedonio Fernández, del tiempo, de la
relatividad, del idealismo, de la Fantasía
metafísica de Schopenhauer...».
La renovación del
fantástico
En ese marco de un apoyo mutuo y de complicidades literarias
ambos escritores inician la difusión del género en el espacio literario de
Buenos Aires. En 1940, justamente, Bioy, Borges y Silvina Ocampo publican la Antología de la literatura fantástica.
Este libro es fundamental para entender el proceso de renovación del género
fantástico que va a llevar a cabo Bioy Casares en coautoría con estos escritores
amigos. Él no sólo participa en la búsqueda, traducción y compilación de los
textos narrativos que incluyen en esta muestra del género, sino también que es
el autor del prólogo, en el que realiza un interesante recorrido histórico del
fantástico y ensaya una posible categorización de sus variantes temáticas y
procedimientos literarios. La Antología,
tanto por el prólogo de Bioy como por la selección de los relatos que se
incluyen, implica un proceso de traducción apropiación -como lo ha señalado
Pampa Arán utilizando el concepto de Lotman- del género fantástico
contemporáneo y especialmente de la tradición anglosajona. Esto implica que la Antología es una «apropiación» que se
sitúa en un momento de búsqueda de un cambio estético en la narrativa
rioplatense y se propone como una alternativa al realismo que en ese momento
era una corriente predominante en la literatura argentina de la época.
Junto a los textos fantásticos de autores contemporáneos
como Wells, Kafka y James presentes en la Antología,
se publican también algunos relatos de escritores argentinos, como Macedonio,
Silvina Ocampo y Borges, quien agrega su cuento «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius». La inclusión de estos escritores
locales es parte sin duda de ese proceso de apropiación del género y del gesto
de cambiar algunos aspectos del contexto del anclaje anglosajón. En este
sentido, se puede ver que al rasgo propio del modo de recepción amplia que el
género tiene en su espacio de origen, se busca cambiarlo por una literatura
dirigida a un lector de importantes competencias culturales que, como dice
Bioy, debería tener la inteligencia equivalente a la de un escritor o un
crítico literario. Una concepción similar a la figura de «escritor intelectual»
que tanto Bioy Casares como Borges intentan personificar.
Puede pensarse que esta idea de modificar en su apropiación
al género les permitiría crear algo nuevo en la literatura argentina. Bioy
parece expresar esta convicción cuando afirma que con «"El acercamiento a
Almotásim", con "Pierre Menard" con "Tlön, Uqbar, Orbis
Tertius", Borges ha creado un nuevo género literario, que participa del
ensayo y de la ficción, carentes de languideces, de todo elemento humano,
patético o sentimental». Algo similar dice Borges cuando afirma, en el prólogo
de La invención de Morel, que Bioy
Casares con este libro «traslada a nuestras tierras y a nuestro idioma un
género nuevo».
La traducción apropiación de los modelos del fantástico
moderno que expresa la Antología
implica también la decisión estética de Bioy, Borges y Ocampo de adoptar una
modalidad del fantástico que se diferencie de la tradición nacional del género
de carácter «cientificista, psicopatológica o de extravagancia modernista»,
como señala Noé Jitrik, es decir, de la variante fantástica representada en las
obras de Eduardo Holmberg y Leopoldo Lugones, referentes anteriores de la
iniciación del género en la literatura argentina.
Una estética de la
invención
Bioy Casares construye una figura de escritor, como bien lo
ha señalado Ofelia Kovacci, que es la de «un típico artista intelectual»,
intelectual porque considera que es «un escritor para quien la imaginación está
fiscalizada por la inteligencia» y porque «es un creador que también es un
teórico de la literatura y un crítico agudo». Indudablemente es una imagen de
escritor distinta y original para la época. Tal vez por esta concepción su obra
abunda en reflexiones sobre su propia práctica de la literatura, sobre su
elección por el género fantástico y los modelos literarios que más ha admirado.
En algunos casos enunciadas explícitamente a través de ensayos críticos,
prólogos y entrevistas críticas o en el espacio de sus propias ficciones. Entre
los primeros, además del ya mencionado prólogo a la Antología de la literatura fantástica, Bioy realiza con Borges otras
selecciones de relatos fantásticos, policiales y escribe notas preliminares a
algunas reediciones de algunos autores clásicos. Puede mencionarse, entre otros
textos, a Los mejores cuentos policiales
(1943); Cuentos breves y extraordinarios
(1955) y sus ensayos incluidos luego en su libro La otra aventura (1983).
De la lectura de las reflexiones fragmentarias que se
desarrollan en algunos de estos libros puede inferirse una serie de ellas que
conforma su concepción de la literatura. En un principio la conciencia de que
el arte literario es un sistema de convenciones que el buen escritor debe
manejar con eficacia: «Las leyes existen -manifiesta en el prólogo de la Antología...-; escribir es,
continuamente, descubrirlas o fracasar... El escritor deberá, pues, considerar
su trabajo como un problema que puede resolverse, en parte, por las leyes
generales y preestablecidas y, en parte, por las leyes especiales que él debe
descubrir y acatar».
Por otra parte, como una reacción crítica hacia la estética
del realismo tradicional propone una narrativa que tenga sólidos argumentos y
tramas cuyos modelos preferidos son la novela de aventura y particularmente los
géneros fantástico y policial. En la posdata de la segunda edición de la Antología de la literatura fantástica,
de 1965 (Buenos Aires, Sudamericana), Bioy Casares expresa: «Los compiladores
de esta antología creíamos entonces que la novela, en nuestro país y en nuestra
época, adolecía de una grave debilidad en la trama, porque los autores habían
olvidado lo que podríamos llamar el propósito primordial de la profesión:
contar cuentos [...] Acometimos contra las novelas psicológicas [...]
alegábamos que el argumento se limita a una suma de episodios equiparables a
adjetivos o láminas que sirven para definir a los personajes».
Otro aspecto que en este escritor aparece ligado a los
núcleos semánticos de su obra es la preocupación por la temporalidad y la
inmortalidad. La literatura y el arte en general, desde su perspectiva, pueden
ser una manera o búsqueda para acceder a la perpetuidad: «el libro es siempre
la posteridad del escritor -dice en el prólogo a una edición de La celestina-. Perderse y perdurar en la
obra, todo lo que hay de triste, de bello, de terriblemente justo, en la
creación, no me parece una estrecha inmortalidad».
La concepción o figura de escritor intelectual que Bioy
propone de sí mismo puede verse representada también en sus ficciones. Por lo
general hay en ellas una elección predominante de personajes de escritores o
poetas, como, por ejemplo, en los cuentos «El perjurio de la nieve», «El otro
laberinto», «De los reyes futuros», «En memoria de Paulina» (que reúne en su
libro La trama celeste, 1948), o en
novelas como La invención de Morel.
En cuanto a las estrategias enunciativas, se observa en sus ficciones una búsqueda
constante por entretejer una pluralidad de voces y visiones narrativas que
contribuyen a la creación de relatos donde la ambigüedad característica de lo
fantástico se acentúa e intensifica el interrogante sobre qué es lo real, rasgo
característico del género tal como lo concibe en su conocido ensayo Rosmary
Jackson. Es por esto tal vez que pueda comprenderse por qué en su obra sus
procedimientos discursivos más frecuentes asumen las formas del diario íntimo,
del informe, de cartas, con las que de algún modo se pone, por una parte, en
relieve la ejecución de la escritura y, por otra, las viabilidades de
percepción de la lengua escrita. Asimismo, no es casual que la estructura del
relato de enigma sea la que le permite a Bioy desarrollar una sólida línea
argumental y hacer del acto de narrar una aventura del conocimiento, del deseo
de develar lo misterioso y, en este punto, es donde lo fantástico alcanza en
sus relatos por lo general una dimensión perturbadora.
Estos rasgos de su poética narrativa se evidencian
claramente en los libros más significativos de la renovación del fantástico que
Bioy publica en década de 1940. La
invención de Morel va a ser su primera novela y la que va a tener una buena
recepción crítica en su momento y un reconocimiento sobresaliente como uno de
sus mejores libros dentro de su producción narrativa.
La preeminencia de lo visual, de la imagen en esa novela,
revela la influencia del cine, uno de los fenómenos de la invención técnica de esa
época. Así como los inventos y cierta fascinación por los adelantos
tecnológicos están presente en los relatos de otros escritores de ese momento
(como Roberto Arlt y, particularmente, el cine en las invenciones fantásticas
de Horacio Quiroga), en La invención de
Morel la máquina grabadora de personas y situaciones, un elemento
fantástico de carácter «científico», es el suceso misterioso, el gran enigma
que el fugitivo refugiado en la isla intentará descubrir. De todos modos,
además de este prodigio de la invención técnica, la novela logra fascinar a sus
lectores mediante la narración de la percepción de la serie de sucesos
incomprensibles que configuran su trama. Es a través de la óptica personal del
fugitivo que se va develando la verdadera dimensión de las acciones en el
relato. Pero esta no es la única visión, sino que en el desarrollo del discurso
narrativo se superponen distintos punto de vista: el de Morel en su diario, el
del fugitivo que lo lee y trata de interpretar lo que allí se narra y, además,
el de un editor que tiene una visión al parecer más totalizadora. Esta
pluralidad de miradas, de posibilidad de interpretaciones intensifica sin duda
un efecto de ambigüedad propio del género fantástico. La alteración del tiempo
y el espacio, la simultaneidad de acciones y la creación de fantasmas visuales
-o más precisamente virtuales- que se logran crear en la novela bien pueden ser
considerados los procedimientos más destacados de la renovación del género en
la literatura argentina hacia 1940.
Una lectura atenta de esta novela hoy no puede soslayar que
fue escrita y publicada en el contexto de una época de conmoción provocada por
los sucesos bélicos del ascenso del nazismo y el fascismo que desembocaron en
la Segunda Guerra Mundial. La figura del fugitivo, representado con cierta ambigüedad
fantástica, sin las marcas referenciales del realismo, pero claramente
reconocible como un perseguido político (de origen venezolano, que vive casi
paranoicamente las posibilidades de ser hecho prisionero), como una serie de
indicios y alusiones a la catástrofe, a la violencia y a una situación bélica
en el texto narrativo (la isla ha sido probablemente abandonada por una
epidemia, hay cámaras que parecen refugios para una guerra o para guardar
armas) remiten ficcionalmente y desde una modalidad fantástica a ese clima de
desesperanza y sentimiento generalizado de peligro inminente que se vivía a
nivel mundial en ese momento.
Una novela poco estudiada por la crítica, o tal vez menos
valorada y difundida, es Plan de evasión
(1945) que Bioy escribe durante esos años difíciles de la Segunda Guerra. El
espacio elegido es también el de una isla. En realidad, es una isla prisión y
propiedad colonial del Estado francés en ultramar, que se caracteriza por ser
un lugar donde coexisten «elementos contrarios e incongruentes», rasgos que
distingue al espacio particular de la literatura fantástica.
Las perspectivas narrativas adquieren aquí una mayor
amplitud que en la novela anterior. Se combinan con eficacia la visión de un
narrador omnisciente que se ocupa de comentar un texto epistolar -las cartas
del personaje Nevers-, la intercalación de los documentos de Castel, el
extravagante gobernador de la isla, quien, a través de un experimento
científico que modifica las percepciones de los reclusos, intenta crear en el
interior de la prisión un lugar paradisiaco y una ilusión de libertad. En uno
de sus pasajes, este personaje expresa: «Pensé, para los pacientes, las celdas
deben parecer lugares bellos y deseables [...] Luego, mis problemas fueron:
preparar las celdas de modo que los pacientes percibieran y las vivieran como
islas [...] les reemplacé el anhelo de volver al hogar y las ciudades por el
antiguo sueño de la isla solitaria». Al mismo tiempo es una novela en la que la
intertextualidad es hiperbólica, ya que se introducen una serie de citas y
notas diversas, un rasgo innovador dentro del género fantástico. Procedimientos
discursivos que por sus efectos paródicos (Émile Zola y el naturalismo) y sus
alusiones hiperliterarias configuran una mayor posibilidad de lecturas e
interpretaciones.
Por otra parte, en torno a una serie de enigmas que se van
conformando en torno a la extraña conducta y proceder del gobernador de la
isla, de las misteriosas desapariciones y muerte de algunos reclusos, crece la
sospecha continua que Nevers tiene de que en la isla se está preparando una
confabulación de carácter revolucionario. Se genera así una tensa situación de
complot. El tema de la conspiración -también presente en varios relatos que
publica en esa década de 1940- acentúa el misterio de lo fantástico y deja
traslucir una mirada conjetural y crítica sobre el antisemitismo francés, el
dogmatismo militar de su régimen colonialista y una alusión, también éticamente
cuestionadora, de la complicidad con el nazismo llevada a cabo en esos años de
guerra por el gobierno de la Francia de Vichy.
A Bioy Casares, como a Borges, le interesó explorar
literariamente algunas visiones filosóficas y científicas, evidentemente un
rasgo nuevo en su narrativa, y, por cierto, innovador en el género fantástico
rioplatense para esa época. En Plan de
evasión se vale explícitamente en la trama ficcional de las teorías sobre
la percepción de William James y de los postulados de las correspondencias
enunciados por los poetas simbolistas para enfatizar o construir el fenómeno
temático de carácter fantástico. En «La trama celeste», cuento que da título a
su libro de cuentos publicado en 1948, desarrolla la concepción de la
pluralidad de los mundos aplicados a un relato en el que en la ciudad de Buenos
Aires se desdobla en dos espacios paralelos casi idénticos, que sólo el
personaje principal puede transitar, aludiendo a las ideas de Luis A. Blanqui;
en «El perjurio de la nieve» (1945) cruza admirablemente las fantasías sobre
una posibilidad de detener el transcurso temporal con la trama del género
policial.
En este volumen de cuentos, su primer libro relevante del
género, reúne los principales relatos escritos en la década del 40, algunos
publicados en revistas o suplementos literarios con anterioridad, modalidad de
publicación que Bioy, como otros autores de su época realizaban por esos años
del siglo XX. Además del cuento homónimo y de «El perjurio de la nieve», se
incluye «En memoria de Paulina», un logrado texto narrativo que conjuga
admirablemente una historia de amor con posibles entrecruzamientos fantásticos
entre imaginación, sueños, tiempo y realidad. El relato concluye, precisamente,
con la develación del enigma planeado, pero subsiste como conflicto existencial
en el plano fantástico y en el afectivo. «Urdir esta fantasía es el tormento de
Montero -dice el narrador protagonista-. El mío es más real. Es la convicción
de que Paulina no volvió porque estuviera desengañada de su amor. Es la
convicción de que nunca fui su amor». «El ídolo», otro de los relatos de este
libro despliega motivos semejantes pero signados por los rituales secretos y la
magia de las culturas primitivas. La tensión entre pesadilla y realidad, entre
fantasías y contingencias se resuelve, en el nivel del relato como historia, en
la posibilidad de contar, de componer con las palabras un mundo, otra realidad.
Se conforma de este modo sugerente una concepción de la escritura como un
proceso que puede contribuir a superar el caos, una especie de tabla de
salvación en medio del naufragio. («Si no fuera por la tarea de escribir, la
cosecha inevitable de estos interludios oníricos hubiera sido la desazón y la
locura. A la madrugada, cuando resolví componer mi relato, encontré la
salvación»). «El otro laberinto», casi una nouvelle, en su indagación del
tiempo y el espacio -esa posibilidad de la ausencia del transcurrir: la
eternidad y lo simultáneo- toca también lo sentimental y se inscribe dentro de
este volumen, en lo que respecta a la complejidad de las visiones y a su
construcción narrativa, en el mejor registro de los cuentos de esta época.
En estos años iniciales de su narrativa fantástica, publica,
además con Silvina Ocampo la novela policial Los que aman, odian (1946) y las ficciones paródicas que escribe
con Borges y firman como Bustos Domecq y Suárez Lynch. Es la época en la que,
también con Borges, dirige la colección de novelas policiales El Séptimo Círculo para la editorial
Emecé.
Desde el espacio de
las islas al ámbito barrial de Buenos Aires
En 1954 con la novela El
sueño de los héroes, sin apartarse de lo fantástico, abandona las islas
utópicas de sus novelas anteriores y erige su historia en el ámbito de Buenos
Aires. Una geografía barrial porteña, descripta con precisa verosimilitud, se
entremezcla con situaciones inusitadas y fantásticas. Como señala María Luisa
Bastos, Bioy Casares pasa de «la topografía más o menos confusa,
intercambiables, de las islas antiutópicas a barrios localizados con precisión
verista». El enigma se desprende en esta novela de los hechos vividos por el
protagonista, Emilio Gauna, a lo largo «de tres días y tres noches del carnaval
de 1927». El empleo del lenguaje coloquial y el manejo irónico de ciertos mitos
porteños y nacionalistas abren otra perspectiva de su narrativa. Su desenlace
hace recordar por los hechos (una situación de duelo criollo a cuchillo) y
cierto clima del mítico culto al coraje argentino a los cuentos «El sur» y «El
fin» de Borges. Justamente, en su reseña en Sur,
este escritor amigo de Bioy Casares va a destacar la mirada crítica de la
novela sobre la violencia y el comportamiento autoritario del guapo Doctor
Valerga, y sugerir con esta actitud una referencia teñida por la visión
opositora al peronismo de Borges y la de muchos escritores de la época; aspecto
que, paradójicamente en relación a sus preferencias estéticas, valora en esta
lectura más que el carácter fantástico del texto.
En otras dos novelas siguientes, Diario de la guerra del cerdo (1969) y Dormir al sol (1973) nuevamente Bioy elige Buenos Aires. En la
primera, fantasía y realidad se entremezclan en las calles urbanas de un
Palermo de conventillos, petit hoteles y almacenes-bar. La violencia
inexplicable ejercida por las generaciones jóvenes contra inofensivos ancianos
o hacia quienes se encuentran en la antesala de la vejez, no sólo es el nudo
conflictivo de su historia sino una sutil alegoría de un mundo crispado de
tensiones sociales y la rebeldía inevitable ante una escala de valores
tradicionales y conservadores. Aunque más humanista que meramente escéptico,
Bioy opone a las situaciones límites, la posibilidad del amor como aparece
planteado en el desenlace de esta novela. En Dormir al sol, por su parte, la acción ficcional se sitúa en otro
barrio porteño: Villa Urquiza. También en sus páginas, el lenguaje cotidiano y
el desarrollo de situaciones insólitas -sobrenaturales- adquieren un matiz
irónico que, por algunos pasajes, podrían leerse como una parodia de las
propias claves de la literatura fantástica de invenciones científicas, y quizá,
más concretamente, en referencia a las manifestaciones del comienzo de este
género en la narrativa argentina como la de los relatos de Holmberg, debido a
las alusiones satíricas sobre los experimentos frenopáticos. Sin embargo,
también está presente esa preferencia recurrente de su narrativa fantástica por
las relaciones amorosas o sentimentales.
En 1956, Bioy publica un libro de cuentos significativo, Historia prodigiosa. En el relato que da
nombre al volumen encontramos una dimensión satírica desbordante y fluida,
respecto a las supersticiones y a las convenciones de las creencias en milagros
y herejías, en mitos y leyendas. Lo sobrenatural, la perturbación de lo
fantástico se amalgama en estos textos con un tono incisivamente burlesco. Otro
cuento destacable incluido en este libro es «La sierva ajena». En este relato
se conjuga una eficaz ironía con efectos paródicos que hace recordar a los
mejores momentos de Seis problemas para
Isidro Parodi (1942), texto escrito con Borges. Pero aquí se parodia una
poética intimista y melancólica (uno de los protagonistas principales es un
poeta que anota frases en «Apuntes para un diario íntimo»), que bien podría
identificarse con un integrante de los poetas de la llamada generación del
cuarenta, tanto por sus manifestaciones que tienen algo de la vertiente poética
neorromántica y de cierta búsqueda popular de este momento de la poesía
argentina. Asimismo, el espacio elegido es Buenos Aires: la acción narrativa se
desarrolla en zonas del Once, el Tigre, el Bajo, las calles Corrientes y Santa
Fe. También el amor, la pasión se desenvuelve en situaciones satíricas y
humorísticas. Por ejemplo, una relación amorosa triangular que tiene como
vértice a una extravagante mujer, que se completa con la presencia de un
hombrecito (que por su tamaño minúsculo puede ser encerrado en una cartera de
mujer), y un atribulado poeta. Este libro contiene también el cuento «Clave de
un amor», una narración que si bien abunda en alusiones intertextuales (Johnson
se llama uno de los personajes, se hacen referencias a Kafka y se transcriben
citas enciclopédicas), la trama amorosa está supeditada a la presencia de lo
misterioso, lo sobrenatural como recreación o vivencia de un ritual de la
mitología romana: el culto a Baco y su celebración carnavalesca. Su escenario es
un lugar turístico ubicado en Puente del Inca, en plena cordillera cerca de la
frontera de Argentina con Chile, y su trama se desarrolla en un hotel lujoso.
Asimismo, sus personajes son seres de holgada vida económica, acuciados por la
soledad y por problemas sentimentales. En este cuento, en torno al
comportamiento de un personaje sumamente autoritario, el coronel Benito
Orellana, algunos críticos han manifestado que se puede entrever una sutil
alusión a la visión política adversa que tiene Bioy Casares sobre el peronismo.
Por otra parte, la elección en muchos de sus relatos de
lugares de descanso y turismo es evidentemente una recurrencia distinguible en
su narrativa. En otras ficciones, por ejemplo, los lugares elegidos para sus
relatos suelen ser las sierras cordobesas, la costa atlántica, Montevideo,
algunas de las principales ciudades europeas o una remota ex colonia británica.
Otro cuento de Bioy de esta época es «Homenaje a Francisco
Almeyra», perteneciente a este libro, pero nada fantástico. Es una excepción
dentro de su poética narrativa, ya que elige un tema vinculado a un momento de
la historia argentina del siglo XIX, el período de Rosas. Fue también escrito
en el contexto del gobierno peronista y la historia que narra tiene evidentes
connotaciones ideológicas. El relato refiere la historia de un joven poeta
enfrentado al rosismo que se exilia en Uruguay y, a través del desarrollo de
algunas secuencias que hacen recordar a «El Matadero» de Echeverría y de Amalia
de Mármol (el final violento), repite el esquema civilización versus barbarie,
uno de los núcleos constitutivos del material narrativo, en clara
correspondencia con la tradición de la perspectiva histórica del liberalismo
del siglo XIX sobre este momento.
En la misma década, edita Guirnalda con amores (1959), un libro muy original dentro de la
producción de Bioy, sobre todo porque introduce relatos breves en los que
conjuga casi siempre historias y situaciones donde el amor es un eje temático
central, y agrega breves misceláneas narrativas y reflexivas. Algunos relatos
son muy irónicos, predomina un incisivo humor y el tratamiento de algunas
relaciones amorosas alcanzan casi siempre un tono paródico. Lo fantástico es
desplazado a un segundo plano, pero sin duda el predominio de lo sentimental
siempre se desarrolla en una atmósfera extraña y paradojal.
En los libros que publica a partir de la década de 1960, si
bien lo fantástico suele ser un signo presente, se va a ir acentuando la
presencia del humor y la modalidad paródica. En el relato «Los afanes», de El lado de la sombra (1962), aunque
escrito antes, por su temática puede vinculárselo con la novela Dormir al sol (1973). Bioy satiriza en
este texto la retórica y los mitos de los intelectuales positivistas: su
atracción por el espiritismo, así como a la literatura conexa con sus tópicos
de invenciones y fantasías.
Una visión ficcional frente al peronismo, similar a los
cuentos comentados de Historia prodigiosa,
asoma también en otros textos en referencias breves pero directas respecto a las
circunstancias históricas. Por ejemplo, en cuentos de El gran Serafín (1967) como «Ad Porcos», una aparente historia
sentimental, y en «El atajo», en el que la trama de una infidelidad amorosa se
combina con el tema de la existencia de mundos paralelos y simultáneos
semejante a lo que sucede en «La trama celeste». En el cuento «El gran
Serafín», si bien predomina lo fantástico hay alusiones más directas a un
contexto histórico conspirativo y de ruptura de un orden constitucional («Otra
revolución -vaticina el personaje Capolongo-. Estos militares...»).
En su libro siguiente, El
héroe de las mujeres (1979), Bioy elige para el cuento que da título al
libro, el ámbito rural, el distanciamiento humorístico y logra satirizar con su
habitual maestría algunos tropos de la literatura fantástica, especialmente en
la que desarrolla en sus primeros textos: «Aun a los narradores de relatos
fantásticos -dice uno de los personajes de este cuento- les llega la hora de
entender que la primera obligación del escritor consiste en conmemorar unos
pocos sucesos, unos pocos pasajes y, más que nada, a las pocas personas que el
destino mezcló definitivamente a su vida o siquiera a sus recuerdos. ¡Al diablo
las Islas del Diablo, la alquimia sensorial, la máquina del tiempo y los mágicos
prodigios! nos decimos, para volcarnos con impaciencia en una región, en un
pago, en un entrañable partido del sur de Buenos Aires». Este cuento se mueve
con fluidez en un registro del lenguaje coloquial, casi campero, de resonancias
del habla de la pampa bonaerense. Pero a su vez su ingeniosa trama narrativa
aborda el tema de la imposibilidad del amor, en un sentido solipsista. Tal vez
influido por sus lecturas de filósofos idealistas como Berkeley y Hume, logra
una mirada desencantada de la imposibilidad de conocer la otredad.
De los grandes escritores queda siempre la fascinación de su
universo ficcional, la seducción de su escritura, su imagen de autor y el aura
de una vivaz visión social de su época. En los libros memorables de los 40 y
los 50, Bioy traza una poética y una estrategia de su arte narrativo,
estableciendo una renovación del género, como hemos visto en los comentarios de
los relatos y novelas de ese período fundacional de su poética. A partir de los
años cincuenta, aunque manteniendo esos lineamientos iniciales del género
fantástico que caracteriza a su narrativa, se podrá observar además un cierto
viraje hacia el humor y la parodia que cada vez más se inclinará hacia la
oralidad rioplatense y la ironía. Después de sus novelas más destacadas que
hemos comentado aquí, las que publica hacia el final de su obra, alcanzan de
algún modo logros dispares. Por una parte, por ejemplo, la reconocible eficacia
narrativa presente en Aventuras de un
fotógrafo en La Plata (1985), en la que puede destacarse una sagaz
percepción, a través de la modalidad fantástica, del clima de miedo y
desesperanza durante el periodo de la dictadura cívico militar (1976-1983),
como también la clara alusión a la desaparición violenta y forzada de personas
que llevaron a cabo en Argentina, como un verdadero genocidio, los jerarcas de
este régimen dictatorial. Por otra, aunque prevalece el humor y la fluidez de
su escritura narrativa, se visualiza cierta trivialidad en las tramas de Un campeón desparejo (1993) y Una magia modesta (1997).
Sin embargo, en la narrativa breve puede distinguirse la
continuidad en su estilo y en la utilización de ciertos procedimientos
escriturarios, como el original desenvolvimiento del diálogo, las voces
alternadas de narradores en primera persona tan reconocibles de esa polifonía
narrativa que utiliza en sus ficciones; como así también la presencia de lo
fantástico y su recurrencia a los conflictos amorosos que caracteriza a su obra
y lo coloca entre los escritores de la mejor narrativa del siglo XX. Estos
rasgos originales son también visibles en sus libros de cuentos de los 50 y,
particularmente, en El lado de la sombra
(1962), El gran Serafín (1967), El héroe de las mujeres (1979), Historias desaforadas (1986), Una muñeca rusa (1991). Difícil es a su
vez olvidar las precisas y sutiles construcciones de estos cuentos (que bien
elogió Cortázar en una de sus narraciones), la modalidad renovadora de lo
fantástico que incisivamente plantea una constante interrogación de qué es lo
real frente a la ambigüedad y una dimensión incognoscible de la existencia.
Tampoco el sutil uso de la ironía, el humor y la parodia y, particularmente,
los perfiles imborrables que quedan en los lectores de algunos personajes
memorables como el ex presidiario y Faustine de La invención de Morel; Nevers y el gobernador Castel, de Plan de evasión; los de Paulina, Oribe,
Villafañe, el capitán Morris, entre sus cuentos; el atribulado Gauna, la
misteriosa y amada Clara, el Brujo Taboada y el malevo doctor Valerga de El sueño de los héroes.
(*) Escritor, doctor
en Letras y profesor universitario (Crítica de Artes - Instituto Universitario
Nacional del Arte, Argentina)
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Miguel de Cervantes
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