Por Liliana Bellone |
En Pierre Menard, autor del Quijote de Borges, la
simulación de un libro permite al narrador-exégeta, comprometido con el autor
de la supuesta novela, al que ha
frecuentado y con quien ha discutido y compartido coincidencias, plasmar una teoría del proceso de producción
de un texto novelesco y la lectura de ese texto. Dedicado a Silvina Ocampo,
Pierre Menard, autor del Quijote, constituye el famoso tríptico borgeano,
junto a El jardín de senderos que se bifurcan dedicado a Victoria Ocampo y
“El Aleph” dedicado a Estela Canto.
La crítica ha señalado que el texto borgeano procede
efectivamente del intento realizado por el escritor francés Pierre Menard
(1872-1939), amigo de Borges, y con quien intercambió importante
correspondencia, de escribir un nuevo Quijote, intento que no pudo concretarse
pues Menard era reticente a la publicación. Cronológicamente, Menard pertenecía a la generación del padre de Borges,
Jorge Guillermo Borges, ya que el primero había nacido en 1872, dos años antes
que el progenitor del autor de Las ruinas circulares y había fallecido en
1939, un año después que Jorge Guillermo.
Sin embargo, y siguiendo la lógica de las letras a las que
Borges presta tanta atención por su significado cabalístico (como en La muerte
y la brújula), no puede dejar de pensarse en la coincidencia de las iniciales
de Pierre Menard y Marcel Proust, cuya
inversión es: P.M.-M.P. Juegos de letras, como en el caso de Otálora-Otárola,
protagonistas de El muerto y Ulrica, respectivamente, o como en Arlt , Alt
o Helad, en El indigno, que implican cuestiones cruciales ontológicas y
teológicas. Esta coincidencia no se
agota en sí misma sino que abarca toda una concepción de la escritura,
concebida como re petición y a la vez como gloriosa innovación. El artilugio y
homenaje borgeano de nombrar a Menard,
muestra y oculta también, detrás de las iniciales del autor francés, las
iniciales invertidas de Marcel Proust, el Novelista por antonomasia.
A pesar de descreer de la novela realista y psicológica, Pierre Menard, autor del
Quijote implica un reconocimiento a los arúspices de ese género de novelas:
Cervantes y Proust. Surgido en un
momento especial de la vida de Borges (luego de un accidente que casi le cuesta
la vida ya que contrajo una septicemia), este cuento muestra el devenir
afiebrado y concentrado de una intensa actividad mental.
Escritura encauzada por fantasmas, fechada en Nimes en 1939,
testimonia la pugna del escritor con los textos que acuden incesante en la
tarea compleja y de antemano fútil, como el mismo narrador lo señala, de
escribir, tarea que no resiste a veces la destrucción, pues Menard corrigió y
también arrojó al fuego miles de páginas manuscritas. El trabajo del
manuscrito, el cuerpo de la letra, conteniendo la huella del sueño, de la
inteligencia, la pasión, las marcas de té en el manuscrito proustiano, el frío
de las noches, se reescribe a través de otro, de Borges, urdiendo un cuento en
Nimes, como un Menard evocando a Marcel
Proust. Pierre Menard no quiso escribir
otro Quijote, sino el Quijote, y por eso debió invertir su denodado trabajo
literario “para exhumar y rescatar esas Troyas” como un verdadero arqueólogo
del lenguaje que no es más que la arqueología que necesita el inconsciente para
ser descubierto, como lo señala Freud en El delirio y los sueños en la Gradiva
de Jensen (1906). Escribir, insistir sobre las huellas de la memoria y del
olvido, en un trabajo proustiano, trabajo-palimpsesto del inconsciente, de la
fantasía que retorna espléndida y renga a mostrar la repetición infinita y
circular, que estaba en el comienzo, en la ensoñación que la percepción de una
magdalena ha despertado, inicio del recuerdo, de la escritura, inicio que está
al final, en el tiempo recobrado. Pierre Menard escribe de este modo. Es la literatura
que escribe. En este punto los nombres han sido invertidos, los fantasmas se
reconocen, se acercan, se confunden: Menard, Prout, Borges…
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