Carl Bernstein y Bob Woodward, los periodistas que investigaron el escándalo Watergate, en el Washington Post. (Foto: washingtonpost.com) |
El libro Todos los hombres del
presidente, que explica el caso Watergate y cómo lo siguieron
los periodistas que descubrieron el caso, Bob Woodwardy Carl Bernstein, se lee como un reportaje, como una
novela policíaca y como un manual de periodismo.
El 17 de junio de 1972 inició el mayor escándalo
político del siglo XX en Estados Unidos, con el espionaje al partido Demócrata
por parte del Gobierno del republicano Richard Nixon, y terminó dos años
después, el 9 de agosto de 1974, con la renuncia del presidente.
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1. El manejo de fuentes: calidad y cantidad
- Una fuente desde adentro: La fuente
informativa principal de Woodward y Bernstein era “Garganta Profunda”,
pero no la única. Un trabajo así necesita mucho trabajo y fueron muchas las
personas que permitieron descubrir la serie de actos de corrupción política en
los que estaba involucrado el propio presidente Richard Nixon.
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- Mucha, muchísima gente: Los dos
periodistas “llegaron a tener una lista con varios centenares de números de
teléfonos de fuentes a los que llamaban al menos dos veces por semana” (enlace).
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- No todas las fuentes son útiles: Woodward y Bernstein habían conocido mucha gente “que estaba deseosa de ayudarles pero que no tenían información de importancia, solo conocían rumores de aquí y allá, de tercera o cuarta mano” (enlace).
- No todas las fuentes son útiles: Woodward y Bernstein habían conocido mucha gente “que estaba deseosa de ayudarles pero que no tenían información de importancia, solo conocían rumores de aquí y allá, de tercera o cuarta mano” (enlace).
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2. La protección de las fuentes
En un caso tan delicado, que incluía corrupción,
delitos y políticos muy poderosos, corrían riesgos personales los periodistas y
sus fuentes. Por eso, la protección de quienes les daban información fue
fundamental.
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- La “conversación subterránea”: Woodward
había prometido a “Garganta Profunda” que “jamás daría su nombre ni su posición
a nadie en absoluto. Además se había comprometido a no mencionarlo nunca, ni
siquiera en calidad de fuente anónima”. Era, lo que se llama, una “conversación
subterránea” (enlace).
33 años después, a la edad de 91 años, fue el mismo Mark Felt quien
admitió que fue el informante del caso.
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- Una fuente en riesgo puede decidir las
condiciones: Para proteger a una fuente (Hugh W. Sloan, tesorero del Comité
para la Reelección del Presidente -CRP-), se le concedió la posibilidad de
“recibir copias de los reportajes antes de su publicación y borrar de ellas
todo lo que su abogado creyera que iba a ocasionarle problemas legales, en
tanto que la eliminación no falseara los hechos”.
A Sloan se le garantizó el anonimato para que pueda
dar los datos que él tenía.
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3. Rigor periodístico en todo
Hasta el mínimo detalle, no solamente en el trabajo
de reportería, de recopilación de datos, de confirmación, de contrastación,
sino en la redacción de los textos, los periodistas se impusieron el rigor que
necesitaba un caso tan delicado. Woodward y Bernstein fueron estableciendo
algunas “reglas no escritas” para que su trabajo sea riguroso.
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- En la cofirmación de datos: Una de las
reglas no escritas fue que, “salvo en el caso de que hubiera dos fuentes
distintas que confirmasen una acusación relacionada a una actividad que pudiera
ser considerada criminal, esa sospecha específica no se publicaría en el
periódico”. En algunos casos, se exigió tener tres o cuatro fuentes.
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- En caso de duda, no lo publiques: Y “si uno de los dos (periodistas) objetaba algo contra un reportaje, este no se publicaría”.
- En caso de duda, no lo publiques: Y “si uno de los dos (periodistas) objetaba algo contra un reportaje, este no se publicaría”.
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4. Resiste a las presiones de los poderosos
¿Qué publicar y qué no? En al menos dos ocasiones,
luego de obtener información mediante llamadas telefónicas, recibieron
presiones para que no se publiquen cosas que habían dicho.
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- Los funcionarios no deciden qué se publica: Uno de
quienes ejercieron presiones fue Henry Kissinger, ayudante del presidente Nixon,
quien admitió a Woodward que “casi nunca” (lo que era interpretado como
“algunas veces”) había sido él, Kissinger, quien personalmente había autorizado
la toma de grabaciones clandestinas de algunos de sus colaboradores.
“Yo le he estado diciendo estas cosas solamente
para que le sirvan como fondo a su información”, le dijo Kissinger cuando se
dio cuenta de que iba a ser mencionado en un reportaje. Woodward le respondió
que no habían llegado a tal acuerdo y que iba a
publicarlo.
La reacción de Kissinger era porque “muchos de los
reporteros que hablaban regularmente con Kissinger dejaban a ‘Henry’ que dijera
al terminar la conversación lo que debía citarse y lo que debía dejar de
fondo”.
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En otro caso, un miembro del CRP pidió que no se
publique una declaración del fiscal general (ministro de Justicia), John
Mitchell, debido a que le despertaron cerca de la medianoche para hacerle la
consulta y lo habían “cogido con la guardia baja”.
El director del Washington, Benjamin Bradlee hizo
tres preguntas a Bernstein, que fue quien hizo la entrevista: ¿Se había identificadoadecuadamente, sin lugar a dudas,
diciendo quién era? ¿Se había dado cuenta Mitchell de que estaba hablando a un reportero? ¿Y Bernstein había tomado nota de la conversación? La respuesta
afirmativa a las tres preguntas fue suficiente para dar el visto bueno a la
publicación.
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5. El respaldo de editores y directivos es útil
¿Cómo deben ser los editores, directores y dueños
de un medio que destapa un acto de corrupción tan grande? En el libro se
cuentan algunas cosas como las siguientes:
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- El dueño del medio debe comprometerse: Cuando la
investigación periodística del caso Watergate estaba avanzada, llegó una
citación judicial para entregar las notas de los periodistas. Como una jugada
del periódico para evitarlo, Katharine Graham, propietaria del Washington Post,
iba a custodiar las notas más importantes.
El director, Benjamin Bradlee, en esa ocasión, dijo
a sus dos periodistas: “Vamos a luchar hasta el fin, siguiendo esta estrategia,
y así, si el juez quiere enviar a alguien a la cárcel por desacato, tendrá que
ser la señora Graham. Y, ¡Dios mío!, la señora está dispuesta a dejarse
encerrar”.
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- El director debe respaldar a su gente: Ben Bradlee,
en un año, se vio “en la necesidad de hacer dos declaraciones… y ambas sobre el
caso Watergate…”. En una ocasión, se cuenta en el libro, acabó por pensar:
“¡Que se vayan todos al cuerno! Yo debo estar al lado de mis muchachos”.
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6. Respeta a todas las personas
- El periodismo no es cacería de brujas: Cuando Nixon
estaba acorralado, los periodistas buscaron una entrevista, no para hacer leña
del árbol caído, ni para convertirse en entrevistadores estrellas. Dijeron a
quien les podía conseguir la cita que, “si el presidente accedía a la
entrevista, las preguntas se le darían por adelantado. No existía el menor
interés en saltar de improviso sobre él”. Hasta Nixon merecía un trato decente.
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7. No creas todo, te pueden engañar
En toda la investigación siempre flotó en el
ambiente la posibilidad de ser engañados para que los culpables en el caso
Watergate tengan un pretexto para desvirtuar la información. Por eso fue
necesario tomar precauciones y ser prudentes.
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- Duda: “¿Y si la Casa Blanca había visto una
oportunidad para acabar con el Washington Post, preparando ella misma el
terreno para una campaña que después se había de mostrar falsa y calumniosa?”,
se preguntó Bernstein en un momento de la investigación.
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- Los documentos pueden ser falsos: Cuando habían
pasado meses desde la primera publicación, se mantenían las dudas. “Se nos
había dicho que nuestra redacción estaba siendo sometida a vigilancia y escucha
electrónica clandestina, que nuestras vidas podían estar en peligro. Alguien
que estaba dispuesto a ir tan lejos, tampoco vacilaría en tendernos la trampa
de darnos informes falsos para hacernos publicar un reportaje comprometedor que
nos hundiera a todos. Había que tener cuidado con resbalar”.
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8. Comportamiento ético, siempre
Las enseñanzas más importantes del libro son las
referentes a la ética periodística.
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- No pagar por información: Cuando el
abogado de uno de los testigos pidió dinero a cambio de una entrevista,
Woodward le respondió que “el ‘Post’ jamás pagaba por las noticias”.
Cuando se lo contó al director del diario, Benjamin Bradlee,
todo un personaje, este le dijo: “ofrécele esto”, y mostró el dedo del medio de
la mano derecha.
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Woodward y Bernstein admiten en el libro que cometieron hechos incorrectos, poco profesionales y
hasta algunos que rayaban en la ilegalidad. Esos errores sirven también como
enseñanza:
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- Identificarse como periodistas: El Post
mantenía con firmeza la política de que los reporteros jamás encubrieran su
identidad. Pero en una ocasión, Bernstein no le dijo a la madre de uno de los
implicados en el caso (Donald Segretti) que trabajaba para el Washington Post.
Al final, esto no le facilitó obtener ningún dato.
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- No hacerse pasar por otra persona: Bernstein,
indica el libro, “estaba dispuesto a romper las reglas de conducta establecidas
por el ‘Post’”. Así que, en una ocasión llamó a Gordon Liddy (consejero de
finanzas del CRP) para hacerse pasar por Donald Segretti con el fin de obtener
“un destello de reconocimiento” de la relación entre ambos. Otra vez, no logró
resultados.
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- A las fuentes no se les descubre: En una
ocasión tomaron una decisión poco profesional, como reconocieron los
periodistas después: “iban a descubrir a una de sus fuentes confidenciales”. Se
trataba de un agente del FBI. Los periodistas creían que él les había engañado
dándoles una información errónea que luego publicaron y, por esa razón, se lo
dijeron al superior del oficial.
Cuando se lo contaron a Ben Bradlee, él impidió que
se revelara el nombre de la fuente en el periódico, a pesar de que ellos creían
que les dio información falsa de manera intencionada. “Muchachos, nosotros
jamás mencionamos a nuestros informantes y no vamos a empezar a hacerlo ahora”,
les dijo y así se frenó ese intento.
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- Precisión y confirmación de datos: La
publicación del nombre de uno de los implicados en el caso Watergate significó
uno de los conflictos más grandes de toda la investigación periodística. Una
fuente desmintió que hubiera mencionado el nombre de esa persona (H. R.
Haldeman, ayudante del presidente Nixon) ante el gran jurado que analizaba el
caso, aunque se mantenía la sospecha de que Haldeman tenía responsabilidad en
el caso (luego pasó 18 meses en prisión por este caso).
Al final, los periodistas reconocen que, en este
dato, “se habían precipitado” “persuadidos por sus fuentes y por sus propias
deducciones de que Haldeman se encontraba detrás del caso Watergate”.
A la fuente que dio el dato “no le habían pedido
que repitiera sus palabras para asegurarse de que se
habían comprendido perfectamente”.
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- Prudencia y serenidad: Con otra
fuente, “las preguntas de Bernstein habían sido incisivas y tendenciosas. Tenían
que haber intentado que fuera el propio agente quien mencionara el nombre por
sí mismo”.
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- Ser claros al obtener información: En la
confirmación de un dato, uno de los periodistas dio instrucciones demasiado
complicadas (que el entrevistado asiente el teléfono antes de contar hasta 10
si estaba incorrecto el dato), las que el consultado había entendido al revés.
El resultado fue la publicación de un error.
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- No violar la ley: Woodward y
Bernstein llegaron también al límite de la legalidad cuando algunos miembros de
un gran jurado que investigaba el caso fueron consultados para buscar
información. El juez del caso consideró al hecho como “extremadamente serio”,
pues las deliberaciones eran “sagradas y secretas”.
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Estas son algunas de las enseñanzas para el
periodismo del caso Watergate, producido hace ya 40, que siguen vigentes. Una
vez más: las herramientas han cambiado, pero las reglas básicas del
periodismo se mantienen.
© La Columna Quinta
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