La Presidenta frente
al mundo: critica, reta y enseña con su ejemplo.
Cuál es el riesgo de sumar más
de lo mismo.
Por Alfredo Leuco |
Ni arquitecta egipcia ni abogada exitosa: maestra ciruela.
Ver a la Presidenta dictar cátedra con su dedito levantado en las Naciones
Unidas genera vergüenza ajena.
Una cosa es defender la soberanía nacional con
firmeza. Eso nos generaría orgullo. Pero otra muy distinta, casi bizarra, es
observar su arrogancia, que señala las pajas en los ojos ajenos del planeta sin
inmutarse ante la viga que tiene en el propio.
Lo reta a Barack Obama porque no sabe cómo combatir el
terrorismo más sanguinario e irracional de la historia, y en Argentina se le
quema el rancho para apresar a un sencillo motochorro en la Boca que se pasea
por los canales de televisión. Hasta Sergio Berni confesó que tocó “los timbres
de varios juzgados y no pudo conseguir una orden de detención”.
Desautoriza a monseñor Guillermo Karcher diciendo que el
Papa sólo habla por sí mismo y, de inmediato, Ella habla en nombre del Papa.
Aprendió en catequismo que al que madruga Dios lo ayuda. Dice como al pasar,
fingiendo que está mas allá de todo y con aires de superada, que no tiene miedo
por haber sido amenazada por Estado Islámico. No aporta un solo dato judicial
ni efectivo. Maneja con frivolidad un tema gravísimo que tiene al mundo en
vilo. Pero de inmediato duda de su existencia real. Repite un argumento típico
del infantilismo revolucionario de los 70 y sugiere que los criminales que
cortan las cabezas de los infieles cristianos y que tanto angustian al papa
Francisco son “una puesta en escena cinematográfica” inventada por los que les
venden los pertrechos bélicos porque “mi país no fabrica armas”.
Es inquietante y peligroso cuando la soberbia empieza a
nublar su racionalidad y la deja al borde del papelón internacional. Cristina
es inteligente y debe comprender que no puede manipular la realidad como si
fuera una editora de videos del pautatraficante Diego Gvirtz en 6,7,8. El mismo
día en que la comunidad judía celebró la llegada del año 5775 con manzana y
miel en sus mesas les echó en cara que se le hayan puesto en contra del pacto
con Irán, que a todas luces fue un fracaso nefasto. Saca pecho con orgullo,
como diciendo: “A nosotros nos acusaron de traidores por intentar un camino de
entendimiento y a los Estados Unidos los aplauden porque los cancilleres se
sientan en el Waldorf Astoria”. Por momentos la Presidenta no registra las
proporciones, pierde la dimensión de los acontecimientos. El trastorno
narcisista de la personalidad es definido en su punto 1 por “un grandioso
sentido de la autoimportancia con fantasías de éxito ilimitado”. Aquel texto
desgraciado, parido en forma clandestina en Siria, fue declarado
inconstitucional y es tomado por una parte de la colectividad como un crimen de
lesa impunidad perpetrado por Héctor Timerman.
Vale la pena leer y escuchar con detenimiento el discurso
ante la casi vacía Asamblea de la ONU. Cristina dice que Argentina se convirtió
en un “triple leading case”. Es una manera de decir que todo lo que le pasa de
malo al mundo a nosotros nos pasó antes, lo solucionamos gracias a Él y a Ella
y ahora nos atacan porque envidian nuestro éxito, obtenido con recetas propias.
¿Se puede llegar a ese límite de ombliguismo? ¿Se puede creer, como la villana
de Blancanieves, que el espejo es el único interlocutor válido?
Acusa a periodistas, que llama “marionetas”, y a gobiernos
de cambiar de enemigos todos los días, y parece olvidar la velocidad con que
dinamitó las buenas relaciones que ella misma había construido con Alemania, su
sueño de parecernos a ese modelo “exportador con altísimo grado de tecnología”,
según dijo en un reportaje televisivo. Cristina agradeció por el desembarco del
Instituto Max Planck y se lamentó porque Angela Merkel no pudo estar en la
inauguración de ese faro para la investigación científica cuya única sede en
América Latina está en Palermo. Sin embargo, Coqui y Timerman hablaron por la
Presidenta y acusaron a Alemania de ser hostiles hacia nuestro país, de haber
sido cooptados por los fondos buitre y de no respetar los intereses populares.
Ante semejantes revelaciones, ¿se habrá conmovido la economía más importante de
Europa? ¿A cuánto está el blue en Berlín? La embajada sacó un comunicado
prudente que desmintió a los funcionarios argentinos. Los Estados Unidos, ni eso.
Sólo Roberta Jacobson dijo que las relaciones están pasando por “un momento
duro” y que el tema de Griesa es jurídico y no político. Obama resolvió darnos
la razón como a los locos y dejar de darnos bola como país. Cristina había
acusado al sistema judicial norteamericano de complicidad con los despreciables
carroñeros y especuladores. No aclaró si se refería a todo el país o solamente
al sistema municipal adonde, según el doctor Zaffaroni, pertenece el juez. Lo
mismo pasó con las acusaciones de terroristas y de continuidad de la dictadura
para esas aves de rapiña. Fue unas horas antes de reunirse con George Soros.
Dijo con certeza Dante Caputo que, si eso fuera cierto, la Presidenta se
tomaría un cafecito con el póster que todos los buitres tienen pegado en su
habitación: Soros es a los buitres lo que el Che a la izquierda.
“My god”, dice Cristina, y en esto tiene razón. ¿Desde qué
lugar la Presidenta puede decir que “el mundo está patas para arriba y no veo
en los grandes líderes ideas para que nos saquen de esto”? Obama, Merkel,
Dilma, entre otros, podrían decirle: “Se aceptan sugerencias, Cristina.
Queremos escuchar sus brillantes ideas. Pero primero acomode un poco su propia
casa”.
La brecha que más preocupa a los argentinos no es la del
dólar cocaína que supera en 80% al oficial: el “gap” que parece “too much”, es
la distancia que separa los saberes técnicos de los funcionarios con sus
responsabilidades históricas. La brecha que existe entre los que proclaman
afuera como verdad revelada y la economía de adentro que se cae a pedazos en
todos sus indicadores. Ese quiebre habla de la nueva etapa. Del más de lo mismo
que nos espera: más inflación, recesión, emisión, desocupación y autoritarismo.
Esto habla de la parábola descendente del Gobierno. Hasta que las PASO alumbren
una nueva esperanza en 2015.
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