El combate contra
la inseguridad puso en evidencia la división. El problema
que la Presidenta
nunca menciona.
Por Alfredo Leuco |
La tiene adentro. Ahora, el Gobierno tiene adentro la grieta que
produjo en la sociedad. La fractura social expuesta fue abriendo la
tierra que pisa el oficialismo de tal manera que quedó con un pie en cada lado.
Donde más se nota y más peligros implica para los ciudadanos, es en el combate contra la inseguridad. Justo
es la mayor preocupación de los argentinos. Cristina ni siquiera
menciona el tema, pero dos de sus soldados emiten señales antagónicas.
Uno es Horacio
Verbitsky y el otro es Sergio
Berni. En algo coinciden: la Presidenta escucha a ambos y uno tiene
ahora rango militar, y el otro lo tuvo en los 70. El periodista como hombre de
inteligencia de Montoneros y el médico como teniente coronel del Ejército. Están
duramente enfrentados Uno le dispara misiles desde su columna de Página/12 y
el otro hace silencio, pero le da letra a gente muy cercana para que ofrezca su
versión de las cosas. Son cristinistas que expresan dos caminos
divergentes que confunden a la opinión pública y que tal vez se neutralicen
entre sí.
Verbitsky cree que Berni es un hombre de la derecha violenta, amigo de los
carapintadas que debería ser eyectado del Gobierno para no disminuir el nivel
de progresismo en sangre de Cristina y sus camporitas.
Berni se considera un funcionario de acción que resuelve problemas con
firmeza y mano justa (y no dura) y se ve a sí mismo como un kirchnerista de la
primera hora. Se enorgullece de haber llegado el 26 de mayo con los diez cuadros
iniciales que Néstor mandó a llamar a Santa Cruz.
El fin de semana pasado tuvo muchas ganas de renunciar y hasta lloró de
impotencia, según cuenta alguien de su riñón, pero después resolvió quedarse
hasta el 10 de diciembre de 2015, salvo que Cristina disponga lo contrario. Se
imagina al día siguiente retomando su cargo de cirujano cardiovascular del
hospital de su pueblito llamado “28 de Noviembre”, de 15 mil habitantes ubicado
a 300 kilómetros de Río Gallegos. Piensa cambiar de vida. Ya tuvo
suficiente adrenalina y no quiere poner su familia en riesgo debido a que
“encarceló a cuatro mil narcos”, según contó en el cumpleaños de uno de sus
mejores amigos. Y cuando habla de familia piensa en Juan, su primer hijo que nacerá dentro de una semana, cuando comience la
primavera.
Lo insólito y apasionante para analizar es que todo el neofrepasismo
progre que ahora entorna a Cristina produce altos niveles de rechazo en
la sociedad. Se puede ubicar allí a quienes se ve como corresponsables del
estallido de la etapa más sanguinaria de la inseguridad: el juez Raúl
Zaffaroni, Nilda Garré, el propio Verbitsky y hasta quien pese a las críticas
tardías del CELS, sigue siendo parte de ese equipo: el general César Milani.
Por el contrario, Sergio Berni fue despertando simpatías y apoyos entre
los vecinos menos politizados que lo ven como alguien pragmático que se hace
cargo y le pone el pecho a las balas. Sus maneras exhiben la rusticidad
de un Rambo que va a los bifes, pero tiene dos títulos universitarios.
Además de médico formado con René Favaloro como cirujano, se recibió hace tres
años de abogado, con el único objetivo de comprender mejor la realidad.
Suena extraño, pero los muchachos que Cristina prefiere no le caen
bien a los votantes y los que considera lejanos de su cultura
falso-progresista fashion generan mayor aceptación electoral. Berni es
un ejemplo. Scioli, otro.
El principal duelo entre Verbitsky y Berni se libró sobre el pescuezo
del coronel Roberto Galeano. El columnista escribió que Cristina le sacó
tarjeta roja al militar que ya había sido pasado a retiro por Nilda Garré. En
ese momento, Galeano perdió la posibilidad de ascender a general, pero Berni lo
rescató porque lo considera su amigo y un héroe de Malvinas que desembarcó con
Seineldín y peleó en Monte London y Puerto Argentino.
En el ministerio, a sus colaboradores Berni les juró que Cristina no se
metió en el tema. Que el coronel Galeano “es un soldado y por eso no
permitió que lo ejecutara el enemigo”. Ese es el lenguaje que utiliza.
Galeano redactó su renuncia y se entregó ante su jefe. Era consciente de que
había cometido un error y pagaba las consecuencias.
Mientras tanto, la inseguridad sigue potenciada por los narcos. Crece un
nuevo e inquietante actor social en las villas: el “transa”. Rápidamente se trasforma
en patrón del mal y en nefasto referente de los jóvenes que ven cómo ese
vendedor de droga gana en una semana lo que ellos no conseguirían en toda una
vida. Conquista a las chicas más atractivas, tiene las mejores zapatillas y
motos carísimas. ¿Cómo convencer al resto de los jóvenes para que apuesten al
estudio y a la cultura del trabajo? Ahí no hay movilidad social ascendente.
Sólo exclusión y tentaciones delictivas. Produce escalofríos la frivolidad de
fingir ser bien pensante de Víctor Hugo Morales cuando se disfraza de marginal
para justificar lo injustificable. Si hasta el periodista de la
radio del lugar, Juan Romero lo acusó de ir a la villa por dinero y para hacer
campaña por Cristina.
La Presidenta no se decide entre Verbitsky y Berni. Es la
diferencia entre sus deseos y la realidad. Entre el chamuyo y la resolución
efectiva de los conflictos. Cristina está tan acostumbrada a mandar y que la
obedezcan en forma vertical y con obediencia debida que nunca pudo entender la
lógica de los medios. Podrá obligar a Diego Gvirtz a que ataque ferozmente al
periodismo independiente. Pero no puede obligar a la gente a que escuche las
radios paraestatales. El clima de agresión y mala onda es la mayor producción
del gobierno K. La gran verdad es la realidad. Y el Estado, donde más se
necesita, es donde menos aparece.
© Perfil
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