Por Gabriela Pousa |
Aunque parezca mentira, Página 12 me ayudó esta mañana a encontrar la
síntesis exacta de lo que viene. Y es que en la segunda parte de una entrevista
realizada a Julian Assange, este sostiene que “para que una autoridad
controle no hace falta que haga nada, sólo hace falta que genere una sensación
de miedo, porque las personas toman decisiones basadas en sus percepciones
antes que en la realidad”.
Nadie puede negar que la Presidente juega, en estos días, con
herramientas clave que infunden temor y preocupación no sólo en
sectores productivos sino en la sociedad en su conjunto. La ley de
Abastecimiento, la metodología de cierta parte de la Gendarmería, las
exhortaciones hacia lo que puede pasar cuando el año termina, etc., no son sino
un modo de dominar a través de la génesis de miedo.
Basta observar el ridículo operativo que se efectuó la semana pasada en la calle Florida para “encanutar” cuevas y arbolitos, para adivinar de qué trata la nueva película oficial. Ya no es simple ficción, hemos pasado al género del terror. Guillermo Moreno fue reemplazado por gendarmes que buscan sin encontrar un ápice. ¿O alguien avisó previamente?
Lo cierto es que este escenario de espanto paraliza. El miedo ha
mantenido paralizada a la ciudadanía durante diez años y a Cristina le ha dado
resultados. Cegada a ver consecuencias de sus actos, la mandataria cree que
paralizando posibles reacciones sociales, puede continuar controlando todo.
Pero todo está ya fuera de control: el dólar, el gasto público, los
fondos buitre, las reservas, la inflación, el default, el déficit fiscal y
hasta el vicepresidente de la Nación. En cualquier momento, Cristina
se aviva y lo culpa de haberse robado los fondos de Santa Cruz. Socios…
Lo cierto es que la única motivación de la dirigencia es
demostrar que tiene el control. La jefe de Estado no analiza ninguna solución a
las demandas perentorias de la gente, por el contrario cada aparición suya
aumenta la distancia entre sociedad y dirigentes. La brecha nunca fue tan
grande. Cada uno vive en su propia Argentina, tan disímiles ambas que
compararlas es como si se comparase a Canadá con Zambia.
El argentino promedio no especula con el dólar, ni le importa si
Kicillof tiene más poder que el titular del Banco Central o si Randazzo anuncia
un pasaporte capaz de ser tramitado por internet. Salgamos del
microclima porque de lo contrario la percepción que tengamos distará
considerablemente de la realidad así como el relato oficial dista de ella.
La confusión la provoca también Cristina cuando, en sus cadenas
televisivas, insiste en decir que es la Presidente de los 40 millones de
argentinos y argentinas. No es verdad. Puede serlo en teoría pero en
la práctica, la jefe de Estado sólo le habla a un puñado ínfimo de coterráneos.
Imaginen el interés de Salustriana en el impuesto a Netflix comentado
recientemente por la mandataria. Imaginen a los habitantes del interior de
Formosa escuchando la conveniencia de pagar holdouts de este lado de la
frontera o mismo oír al ministro de Economía explicando la cuadratura del círculo. Es inútil, hay
una Argentina que no puede ni quiere descifrar el enigma de unas oratorias tan
absurdas como mezquinas.
Aquellos que cuentan el peso para llegar a fin de mes quieren saber
cuándo le ofrecerán una mejor calidad de vida o cuándo, al menos, le
facilitarán las herramientas para hacerlo. A aquel que viaja a las 6 de la mañana en el
Sarmiento no le interesa cómo la Presidente anuncia trenes chinos, quiere
verlos y comprobar si realmente se viaja más seguro y digno.
La vecina del conurbano bonaerense no busca que le saquen la estatua de
Cristóbal Colón porque a la señora le gusta más la de Juana Azurduy. Busca sí, salir a
la calle tranquila y no despedirse de la familia porque uno sabe que sale pero
no si vuelve en Argentina.
Vuelve a mi memoria la sentencia de Albert Camus: “A un país se lo
conoce por cómo muere su gente“. Y acá se están muriendo adolescentes por
balas perdidas mientras están en el recreo de la escuela o en sus casas parados
en la puerta. Y son apenas dos ejemplos de cientos. Pero de la
inseguridad no habla Fernández de Kirchner ni nadie del gobierno.
Pretender que se crea que una garita en la puerta de un colegio menguará
el delito es como si un médico pretendiese que un enfermo de cáncer va a
sanarse con un par de aspirinas. Seguimos pues con la política furtiva de parches. El
único objetivo del kirchnerismo es hallar culpables y erigirlos enemigos para
luego presentarlos como responsables del caos que ellos mismos provocaron.
En algunos casos, la estrategia les da resultados pero son resultados
tan efímeros como los parches disfrazados de políticas de Estado. Estamos
viviendo en un eterno status quo donde nada cambia en lo que al gobierno
respecta. A esta altura, esa actitud autista del oficialismo no asombra pero si
sigue asombrando la aceptación pasiva de la ciudadanía.
Que “Relatos Salvajes” sea sólo una película es verdaderamente
una casualidad en Argentina. La gente soporta pero la calle es ya una estación
de servicios donde se expende nafta. Si el gobierno sigue jugando con fuego
sabemos lo que nos depara. Tendrá que cambiar la gente para salir de
este tren fantasma porque quien lo conduce no está dispuesta a modificar nada.
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