Como antes a Néstor,
a Cristina también le preocupa la posible
oposición de gobernadores. Cálculo
electoral.
Por Roberto García |
Uno de los principales temores de Néstor Kirchner acaba de
ingresar a la preocupante mesita de luz de su viuda y sucesora, Cristina, hasta
ahora inquieta por sólo dos cuestiones prioritarias –la evolución de los
trámites judiciales que podrían afectarla al finalizar su mandato y la azarosa
conflictividad política, económica y social que le deshilache su conclusión
presidencial en el 2015–.
En rigor, la tercera que obsesionaba a su marido
también se vincula a las otras dos que en ocasiones marean a su heredera: el
encuentro, la autoconvocatoria de los gobernadores de las provincias
peronistas. Así como Néstor fulminó cualquier iniciativa en esa dirección
federalista –recordar que él fue animador del influyente consejo de
gobernadores en los tiempos previos a Eduardo Duhalde–, la mandataria conservó
la misma estrategia aprensiva en toda su gestión. No podían verse o encontrarse
sin permiso de la Casa Rosada, casi temblaban al hablarse entre sí por
teléfono. Hasta hace pocas horas, cuando trascendieron un cónclave (Scioli, De
la Sota, Gioja) y la comunicación celular con otros capitostes provinciales.
En los últimos dos meses, sin embargo, al insinuarse una
crisis macroeconómica que la mandataria desestima, hubo sondeos tímidos entre
las partes. También, claro, resultó decisiva para el acercamiento la notoria
falta de esqueleto partidario ante el advenimiento electoral del año próximo.
La reticencia a jugar con otro protagonismo político se amparaba, según los
pasivos participantes, en una añeja reflexión atribuida a Hipólito Yrigoyen:
“El 95% de los problemas los resuelve el tiempo; el otro 5% ni Dios los
resuelve”. Casi la filosofía del pensador griego Julio Grondona, aquél del
“todo pasa” en su anillo, hombre que en vida era observado como el padrino
mafioso no sólo del fútbol y que, al morir, por su adhe-sión a la causa
kirchnerista, cosechó un velatorio de héroe nacional.
Era una excusa temporal esa obediencia debida. En rigor,
dominaba en los gobernadores el terror económico a las sanciones del poder
central, a la poda de ayudas y subsidios, a la indigencia administrativa. Una
muestra de ese castigo feroz se advirtió hace menos de un mes, cuando Cristina
excluyó a cuatro provincias de promesas reparadoras por no acompañar una nueva
ley de hidrocarburos (Neuquén, Mendoza, Río Negro y Chubut). Aunque la sanción
surtió efecto –ya hay consenso general para aprobar la norma–, esa temible
estocada obligó a rever la situación de los gobernadores: esos rehenes del
unitarismo han advertido que igual se van a convertir en víctimas por las
penurias financieras que afectan al gobierno nacional, al margen del arbitrio
femenino. Y procedieron a mover el avispero, a revelar cierta integridad.
En pocas horas cambió el disgusto que se ocultaba en una
fachada: “Vamos a acompañar hasta la puerta del cementerio”, frase de otro
ilustre filosofo del PJ. O, “si esto empeora, yo anticipo y gano las elecciones
en mi provincia y me desentiendo del fracaso en el orden nacional”. Ciertos
números económicos modificaron esa actitud pasiva, varios entraron en
emergencia ante la eventualidad de no poder pagar los salarios y por la
manifiesta confesión de Cristina, que repitió lo que se decía en los corrillos:
para diciembre se traman desórdenes sociales. Además, con atención, observaron
otras novedades: se retrasaban ante la rebeldía empresarial –antes tan sumisa
como ellos– y el rostro también insólitamente remozado de la Justicia, que ha
hecho conmover a la administración. La Corte y algunos magistrados han podido
más que algún piquete revolucionario.
De José Manuel de la Sota era obvia cualquier contrariedad,
ya instalado en otro canal. Sorprendió en cambio Daniel Scioli, asustado por el
fantasma de la emisión de patacones que hicieron gobiernos anteriores
lastimados por la crisis, y sacudido por un teorema premonitorio: si le va bien
a Cristina, no lo elige; si le va mal a Ella, pierde seguro en segunda vuelta
(para colmo, sería el puente que habilitaría a todo el kirchnerismo básico para
sumar voluntades propias en el Congreso).
Lo de Gioja siempre es tenue, pero interesó mucho más la
opinión provista en la queja por Gildo Insfrán, el más beneficiado de todos los
gobernadores del país en la “década ganada” por su amistad de antaño con
Néstor. Aun así, conviene señalar que el ensayo de hace pocas horas mantiene un
hilo transmisor con la Rosada: participó Juan Carlos Mazzón padre, cerebro de
pasadas ententes entre el Gobierno y los dirigentes provinciales, al que todos
consideran propio pero cuyo salario paga Cristina. La sangre no llega al río
(votan todas las leyes que propuso la mandataria), sólo comienzan las
escaramuzas.
Al margen de los intereses electorales, la mayoría de las
objeciones han puesto el ojo en el arribismo rasputinesco de Axel Kicillof en
el Gobierno y de la empoderada Cámpora que lo alberga a pesar de que el numen
económico de este núcleo –Iván Heyn, ya muerto– lo despreciaba y desconfiaba de
él profesionalmente. Contra el ministro apuntan, lo responsabilizan de la
aceleración de la caída económica, aunque saben que el keynesianito jamás
decidió por su cuenta. Importa, sin embargo, la vehemencia que los gobernadores
imprimirán a su protesta, recordando que fueron clave en la historia del país
–cuando Eduardo Duhalde debió remover a Jorge Remes Lenicov– e impusieron a
Roberto Lavagna como ministro mientras otras voces habían propuesto en Olivos a
Carlos Melconian y a Alieto Guadagni. Esa influencia colegiada, entre otras,
fue la causa de aquel temor insistente que residía en Néstor Kirchner.
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