Entretelones del
ascenso político del jefe porteño.
Efectos en la UCR, Scioli y Massa.
Por Roberto García |
Muchos juran, sin sustento científico, que el cometa Macri
orbitará alrededor del sol en 2015. Como si fuera el Halley, que aparece
cada 75 años, según precisan datos en este caso científicos. Con una
estela de radicales aparece el cometa
Macri siempre que, entre otras aspiraciones, sea Daniel Scioli quien
comparta la competencia para la segunda vuelta y, para la primera, el peronismo
vaya dividido, como diseñó Eduardo Duhalde en 2003, estrategia que facilitó el
acceso de Néstor Kirchner a la presidencia, una fantasía que ni el propio
patagónico imaginaba.
Pero si se distribuyen las cantidades con inteligencia y
destreza para el conteo como en aquel momento, hay resultados previsibles. En
ese esquema del cometa presidencial también se requiere que Sergio Massa
se desbarranque estrepitosamente, que no participe en la porfía de
la última instancia. Ya que una definición de esas características, se teme,
hoy la presa Massa sería menos digerible que la presa Scioli. Como se sabe, la
política es afín a la gastronomía: casi todos son glotones.
Desde que
ganó en Marcos Juárez (Córdoba), Macri se volvió más radiante, amenaza
rescatar ese influjo creciente, progresista desde otra perspectiva, que
alguna vez protagonizaron Graciela Fernández Meijide y Carlos Chacho Alvarez.
Delicias de la clase media. De ahí la euforia presidencialista, tanto que habla
como si lo fuera, según recomiendan los expertos. Por cierto, no hay candidato
que gane si no cree en sí mismo, si quienes lo asisten –al mejor estilo
Cristina con su claque– no le repiten que “es lo más grande que hay”. Y él,
tribunero, boquense (dato no menor para su divulgación territorial) se
fortalece en el autoconvencimiento y con esas consignas laudatorias. Ni piensa
que la ingeniería electoral aplicada en ese pueblo cordobés casi procedía de la
NASA, que hasta el kirchnerismo consiguió votos poco explicables en esa tierra
de gringos para restarle voluntades al postulante rival (de José Manuel De la
Sota), que finalmente sólo armó un contubernio con intendentes y punteros, y
que la población involucrada en esa victoria emblemática apenas si supera un
Luna Park.
Poco importan esos detalles. Sí, claro, interesa el aval
publicitario, la difusión y el encomio que encontró en los medios (¿será
por esa razón que Scioli sospecha que Clarín juega con el
ingeniero capitalino?), la distancia periodística que ensalzó ese triunfo
frente a la mínima participación
del PRO en Santiago del Estero una quincena antes (apenas
cosechó dos concejales) y, de paso, el mismo día casi le restaron cobertura a
la derrota que Massa le infligió al más poderoso cristinismo del país vía
Héctor Chabay (el primer dirigente que se alió a Kirchner en la época de los
corazones sin destino) en el mismo distrito donde los encuestadores
oficialistas vaticinaban holguras diferenciadas del 40%. Volviendo a las
fuentes, comentarios aparte, más que el contenido vale la sensación
premonitoria de que la pica en Marcos Juárez puede extenderse en la tierra y en
el tiempo. Al menos para los tímidos radicales que divagan entre principios
atorados y el pasaje al poder tapándose la nariz.
Nadie aludió, en un país farandulesco, a cierta endogamia
santiagueña que cruza dirigentes de la primera línea del poder para
ahuyentarlos o acercarlos a otras estrellas, que obviamente planeó en esa elección
provincial. Tampoco despertó curiosidad otro diminuto affaire en Marcos Juárez,
donde los competidores se celaban por razones personales harto conocidas y
encontradas, un culebrón de la tarde que entre otras contingencias generó la
confrontación entre una línea vecinalista que debía referenciarse en Macri y,
en cambio, contra lo imaginado se opuso al luminoso cometa anunciado para
2015. Desventuras de esa política aristocratizante que puebla
intendencias, gobernaciones y congresos con amantes, parientes y vecinos, joyas
imprescindibles de lealtad para levantar la mano en nombre de la militancia.
No en vano, para proponerse como un cambio asceta, dicen que en La
Cámpora se han impuesto restricciones para el ejercicio de las relaciones
amorosas, y otras yerbas que no contaminen los ascensos políticos. Casi como en
las formaciones especiales de antaño, cuyo juramento de austeridad sexual fue
varias veces vulnerado.
Si hasta el cometa Macri, poco atento a estos menesteres para no
revolver su propia interna, se interesó en los atributos que le han
aproximado fama a Martín Insaurralde, a quien no conocía a
pesar de que merodean circuitos semejantes del negocio del juego, casinos y
maquinitas. Más cuando la pareja del hombre de Lomas en curso de pasarse al
massismo, Jesica Cirio,
guarda una entusiasta solidaridad y agradecimiento con el alcalde porteño por
avatares pasados en Boca que la memoria traspapela.
Le sorprendió al ingeniero cierta levedad de quien hoy encabeza las
encuestas en la provincia de Buenos Aires –lugar clave donde el cometa Macri
carece de representantes sólidos para enfrentar 2015–, opinión que le
podrían confirmar cercanos como Duhalde (hoy malquistado con Massa y diluido
con Scioli) y Hugo Moyano,
dos exponentes de un partido que, según los expertos, no le conviene al
proyecto estelar del año próximo. Le atribuyen ese razonamiento a
Jaime Duran Barba, a su socio Nieto, y al círculo rojo que aprieta al
candidato, afirmados en que el 65% del electorado futuro no quiere –en rigor,
no considera– que el país sea gobernado otra vez por el justicialismo.
Una tentación más para sumar radicales y adyacencias que podrían sentir el cuerpo de
un cometa cuya cabeza es Macri. Y si lo de cabeza es mucho, al menos aceptar el
liderazgo.
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