Por Jorge Fernández Díaz |
La pesada fatiga de un cambalache disfrazado de revolución
virtuosa se abate sobre nosotros. Y eso que la Patria Financiera estuvo a punto
de salvar al gobierno nacional y popular del abismo. Parece un sarcasmo, pero
se trata de pura lógica: los bancos fueron el sector económico más beneficiado
por el modelo de los Kirchner, quienes jamás osaron realizar de verdad el
progresismo declamado.
Gravar, por caso, toda la renta financiera. La
devaluación de Kicillof, sin ir más lejos, les hizo ganar de un día para el
otro miles de millones a los mandarines de la "década bancaria". Fue
lógico que acudieran como mayordomos perfumados al llamado del Gobierno y que
aceptaran levantar el muerto en Nueva York. Por favor, señora, faltaba más.
Como el asunto se fue complicando por razones de política interna, los buitres
desconfiaron y pidieron más dinero, y como el puchero entero comenzó a oler muy
mal, el mismo gobierno que los había incentivado les retiró el respaldo, los
negó tres veces y elaboró a posteriori una explicación despectiva y
satanizadora.
Todo sea por las encuestas secretas que le acercaron a la
presidenta de la Nación. Ella se inclinó sobre esos números como un sediento
que atraviesa el desierto y termina arrodillándose bajo un hilito de una
canilla oxidada. La leve mejoría de su imagen, dentro de un contexto de
inexorable declinación, pareció convencerla de que perdiendo triunfaría, porque
nada rinde más que el papel de gladiadora celeste y blanca, y nada cohesiona
tanto como la tranquilidad de creer que luchamos contra siniestras conjuras del
imperio. A una porción robusta de la sociedad argentina le encanta pensar que
somos blanco de un complot foráneo y practicar, en consecuencia, un heroísmo
inofensivo, base fundamental de toda la religiosidad kirchnerista.
Aunque el glamour del fracaso ("nos castigan porque
somos buenos") es inherente al ser nacional, hay siempre un argentino que
al anoticiarse de cualquier fallo adverso reacciona con dolorido respeto, y
trata de no entrar en desacato y de solucionar prolijamente el problema. Y otro
argentino que reacciona airadamente, insulta al juez, escupe a la Justicia y
convence a su familia y amigos de que es víctima de una conspiración
planetaria. El kirchnerismo dictaminó que los litigios se resolvieran en tribunales
estadounidenses, después repudió al magistrado y a la Corte norteamericana,
denunció a la Casa Blanca por negarse a manipular al Poder Judicial y, tras
aceptar al mediador, salió en seguida a denigrarlo. ¿Por qué directamente no le
declaramos la guerra a Obama? Estoy seguro de que las encuestadoras cautivas de
Balcarce 50, que se están haciendo su agosto, volverían a alegrarle la vida a
la jefa.
La inquina contra Washington también es paradójica. Sus
funcionarios escuchan los discursos de Cristina con más atención que La
Cámpora, pero no han movido un solo dedo para empujarnos al default. Que no le
conviene a nadie, mucho menos a ellos. Es más: Kicillof era bien visto en los
despachos del Tío Sam, puesto que venía arreglando el frente externo y combatiendo
al capital con el simple método de llenarles las alforjas de billetes a Repsol
y al Club de París. Parece que el lobby buitre tuvo más suerte entre algunos
congresistas de provincia: los lobbistas lograron sensibilizarlos mostrándoles
cómo la Argentina se había convertido en el principal aliado estratégico de
Irán. Pero tampoco los congresistas mueven el amperímetro. Esta vez no podrá
decir el kirchnerimo que la "derecha" y los mercados apostaban contra
el país y anunciaban el Apocalipsis. Pasó exactamente lo contrario: declaraban
en público y en privado que el pleito tendría un final feliz, la remaban con
optimismo. Se equivocaron fiero.
Incluso por ahí anda JP Morgan (nada que ver con la gloriosa
JP) tanteando el terreno a ver si puede ayudar con metálico a la administración
revolucionaria, "generosidad" que no tuvieron la OEA, el Mercosur,
Rusia ni China, meras lloronas del velorio global que sólo nos acompañan en el
sentimiento. Qué cosa, no nos ofrecen pagar el servicio ni las coronas, ni
quieren enterrarse con nosotros. Ciertos economistas, académicos y periodistas
de varias latitudes (algunos increíblemente frívolos) nos dan también el pésame
y la razón. Pero con el salario moral no pagamos las cuentas, compañeros. ¿De
qué vale confirmar que el fallo de Griesa es injusto y arrevesado, y que los
holdouts no tienen alma? Un Pulitzer por la noticia. Nos comportamos como si
fuéramos eliminados en semifinales de un Mundial, y saliéramos a gritar que nos
cortaron las piernas y que el reglamento de la FIFA es injusto. Nosotros
aceptamos jugar con esas condiciones; ahora, a cantarle a Gardel. Tal vez
nuestro exótico caso ayude a discutir un futuro cambio de reglas, pero la
verdad es que el equipo argentino perdió por goleada y nos quedamos afuera, y
que la directora técnica no quiere hacerse cargo de ese fracaso. En la
Argentina hay especialistas en renegociación de la deuda externa, en modus
operandi de los holdouts y en justicia norteamericana. Ninguno de ellos integró
la pequeña y soberbia patrulla de la frustración.
Un enemigo político interno del kirchnerismo (no confundir
con un simple adversario) desbordaba estos días de alegría. "Es lo mejor
que podía pasarnos -explicaba. Porque si estos muchachos hubieran hecho las
cosas bien y este tema se arreglaba, les iban a entrar 15.000 millones de
dólares en los próximos meses. Hay inversores que encuentran acá todo barato y
el petróleo los tienta, y querían aprovechar la volada para posicionarse con
vistas al próximo gobierno. A éste ya lo dan por acabado. Con esa guita, el
cristinismo podría haber dado vuelta el resultado económico, que viene barranca
abajo. Ahora sólo les quedan dos alternativas: el ajuste o la inflación. Un
camino los degrada y el otro, los incendia". Según esta teoría feroz, el
Gobierno hizo exactamente lo que sus enemigos locales más enconados ansiaban.
Es que, visto con objetividad, el modelo parece un cadáver
político. La Argentina tiene mala reputación, una de las mayores inflaciones de
la Tierra, un insólito cepo cambiario y un default publicitado en todo el
mundo. A esto se agregan indicios de una alarmante recesión doméstica. La
mishiadura está creciendo, según informó el Observatorio Social de la UCA: ya
hay por lo menos 27% de pobres en la república de la inclusión. Los precios subieron
más del 40% durante el último año en los supermercados y se derrumbaron las
ventas. Cierran restaurantes y comercios, y desciende el consumo general. Se
perdieron más de 25.000 empleos en la industria sólo durante el segundo
trimestre, y estos días les informaron las suspensiones a 4000 obreros de la
planta de Pacheco de Volkswagen. Los sindicatos oficialistas y los docentes
están en pie de guerra. Las dos mayores empresas de energía tuvieron que
pedirle auxilio al Ejecutivo para pagar los sueldos. El gasto público crece al
40% y los ingresos están planchados, rojo furioso que se financia con emisión
de papelitos: calculan que la línea inflacionaria anual superará el 35%. Se
espera una caída de reservas y un incremento de precios, y que sufran mucho aquellas
provincias, como Buenos Aires, que esperaban financiarse en el mercado
internacional y que ahora quedaron colgadas de un pincel. Cristina está
provisionalmente encandilada con los sondeos, pero el amor patriotero y banal
dura pocos meses. Luego comienza a hablar el bolsillo.
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