Por Gabriela Pousa |
Nuevamente, los argentinos somos rehenes de un gobierno cuyo
mapa no conduce a ningún lado, ni siquiera a la caída libre en un abismo real o
imaginario. Cristina nos conduce por esa ruta en el sur de Santa Cruz
que empieza en la nada y termina en ningún lado. Pérdida de tiempo, el único
recurso no renovable del ser humano.
Pero la mandataria marcó una vez más la agenda. El default
planteado como causa nacional reditúa en las encuestas: “Patria si, Colonia
no”. Ningún slogan dio tanto resultado. Los fondos buitre son a la
Presidente lo que las Malvinas fueron a Galtieri. La batalla final.
“Vamos ganando“, agita la jefe de Estado, ese es el relato, los
hechos poco tienen que ver en todo esto. “Somos las víctimas, ellos los
victimarios“. Nada nuevo, nada que no esperáramos. En los despachos de
Balcarce 50 en cambio, aguardaban el apoyo de Barack Obama no entendiendo la
lógica del mundo civilizado donde la Justicia va por su lado y el Ejecutivo por
el suyo.
Y ciertamente Thomas Griesa, con sus virtudes y sus flaquezas, no es un
correlato de Norberto Oyarbide ni emergió de La Cámpora ni viste camiseta
partidaria. Acá eso es cosa rara. Griesa es un administrador de
justicia. Falla y el fallo se acata, no es tan complicado, pero está visto
que en Argentina se necesita un manual para saber cómo funcionan los países
desarrollados.
En su momento, Leopoldo Galtieri también creía que Estados
Unidos brindaría su apoyo a la Argentina y no a Inglaterra. La
imaginación de nuestra dirigencia no contempla el afuera, se nutre de fantasías
internas, auto vendidas como ciertas. “Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte (…)”, diría
Seguismundo, ese personaje peculiar de Calderón de la Barça.
Argentina Potencia, Estados Unidos e Inglaterra novatos improvisados,
así lo pensaron.
En rigor, el oficialismo no sorprende siquiera. La metodología que
utiliza es la misma desde el primer día. Jamás el gobierno asumió
responsabilidades, siempre fue el mártir autoproclamado esperando
contención de un pueblo, que si acaso se la niega, igual lo deja hacer como si
no lo afectara el resultado de sus actos.
Hoy por hoy, en la calle se debate un tema que es ajeno al común de la
gente pero cuyas repercusiones se han de sentir en su mesa. Nada parece
importar demasiado, faltan 500 días, y ese lapso agiganta el hastío y
una nueva forma de indiferencia: la catarsis en redes sociales donde todos
saben las preguntas pero huelgan las respuestas.
Es la nueva terapia del argentino medio, el instrumento del
burgués gentil hombre, el escapismo. Cristina huye de la realidad, la sociedad
en gran medida hace lo mismo aunque sea duro de aceptar. La diferencia es
que el primero se perjudica a sí mismo, en cambio la jefe de Estado involucra a
40 millones de ciudadanos. No es un detalle, claro. Un tuit es
inofensivo, un decreto, un pacto puede ser lapidario.
Un país en bancarrota puede emerger de varias formas. Antes o después,
Argentina será lo que algún día fue. Sin embargo, de la destrucción cultural,
del vacío de principios, de la inmoralidad no se regresa con facilidad. No
hay préstamo de ningún organismo financiero internacional que otorgue lo que ya
no hay. La decadencia educativa y social tardará muchísimo más.
Generaciones enteras compraron la política de antinomias: ese
Braden o Perón, ese Boca o River, ese blanco o negro sin matices. Es la
dialéctica que impuso el kirchnerismo, preparando siempre el escenario para un
gran circo aunque después ofrezca más de lo mismo.
Cristina no niega la realidad, la oculta nada más. En el fondo de sí
sabe que está tapando el sol con la mano, y eso no ha de impedir las
consecuencias en el largo plazo aunque ayude a la coyuntura. Y la
coyuntura para el gobierno nacional se limita a una encuesta donde diga que a
la Presidente la apoya más gente que a los demás. Si es verdad no interesa,
lo importante es que la jefe de Estado se auto convenza.
Y además hay un sector interesante de la sociedad que ama la
épica de la guerra que no pelea, y para el cual “Patria o Buitres” le da
sentido a su existencia, es un modo de pertenecer, una referencia a la que
asirse para no sentirse tan paria en una geografía donde nada es lo que parece
ser.
Los significados han cambiado. La dirigencia armó su propio
diccionario. El contenido o la definición de las palabras está dado
implícita o explícitamente en cada recitado. No es inocente el uso y la
elección de ciertos términos. El azar no tiene cabida en este macabro
juego por imponer determinadas creencias a través de la manipulación
alfabética.
Los maquiavelos del lenguaje están a la orden del día. En cada
alocución se recurre a conceptos universalmente indiscutidos como inclusión,
distribución de la riqueza, etc. De ese modo, aquel que cuestiona va a
contramano de lo políticamente correcto. Nótese que quienes más
ganancias generan no son nunca considerados exitosos en sus tareas. Apenas son
“ricos”, termino devenido en sinónimo de desalmados pues, si atesoran más
bienes es porque usurparon a marginados. Interpretación maniquea si
las hay.
Hoy ser rico es ser malvado… El enriquecimiento presidencial, sin
embargo, obtiene una traducción sustancialmente diferente. Es fruto de una “exitosa
gestión de abogada“, no del saqueo a la gente. Para otros funcionarios, la
riqueza, en cambio, es sinónimo de “herencia“, generalmente de la esposa o la
suegra.
Este proceso de “idiomatización” vulgar, propicia y acentúa aún más la
apabullante decadencia en la que nos hallamos. Y claro, el default así no es
default aunque se escriba y se pronuncie con las mismas letras.
A un sabio chino, en tiempos remotos, le preguntaron que haría en primer
lugar si tuviera el poder de arreglar los asuntos del país. Este respondió: “Cuidaría
que el lenguaje se usara correctamente.”
Todos se miraron perplejos. Este es, dijeron, un problema secundario y
trivial. ¿Por qué os parece tan importante? Y el Maestro explicó: “si el
lenguaje no se usa correctamente, lo que se dice no es lo que se quiere decir.
Si lo que se dice no es lo que se quiere decir, lo que debiera hacerse quedaría
sin hacer. Y si eso quedara sin hacerse, la moral, la vida y la política se
corromperían. Si la moral, la vida y la política se corrompieran, la Justicia
se descarriaría. Si la Justicia se descarriara, las personas quedarían
indefensas y sumidas en un gran caos y confusión”.
En ese caos y en esa confusión estamos, de tal manera que todos
hablan pero ninguno se expresa. Y no hay sutilezas.
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