Por J. Valeriano Colque (*) |
El Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) mostró
otra radiografía preocupante respecto de la realidad laboral en la Argentina.
Según el organismo oficial, un tercio de la fuerza de trabajo no está
registrada y la calidad del empleo viene en descenso si se comparan los
registros del primer trimestre de este año con igual período de 2013.
Por
cierto que este proceso se da en el marco de un deterioro general de la
economía, con la consiguiente desaceleración en el ritmo de crecimiento; pero
el empleo informal o “en negro” es una realidad que no se modifica desde hace
años, pese a los intentos por revertirla.
Las perspectivas para el corto plazo no son para nada
auspiciosas: de acuerdo con las cifras difundidas por el Indec, sobre una
población económicamente activa de 18 millones de personas y una tasa de
desocupación de 7,1 %, cerca de 4,4 millones de trabajadores tiene un empleo
informal.
En abril de este año, el Senado de la Nación aprobó un
proyecto enviado por el Poder Ejecutivo tendiente a incentivar el “blanqueo” de
los trabajadores. La iniciativa
contempla, para quienes incorporan empleados formales, beneficios que van desde
la exención de pagar contribuciones patronales hasta descuentos del 100 % por
cada empleo nuevo registrado por una Pyme. Sin embargo, algunas voces
opositoras salieron al cruce en función de que con este sistema–aducen–se
premia a los eventuales empleadores que no cumplen con las reglas; y pusieron
en foco una realidad objetiva, en el sentido de que es el propio Estado el
mayor generador de trabajo informal.
La otra cara de esta moneda nos muestra que la tasa de
desocupación en la Argentina es sustancialmente mayor a la que difunde el Indec
(así lo referencian muchas consultoras privadas), lo que deriva en un sostenido
aumento de la mano de obra barata y en negro. No es casual que la mayor
incidencia de este tipo de empleos se dé en regiones castigadas por la pobreza.
La muestra indica que la precarización laboral alcanza el 40 % en regiones del
norte del país. El hecho de que uno de cada tres trabajadores en el país esté
empleado de manera informal debe llamar a la reflexión a los gobernantes en
todos sus niveles.
También es necesario implementar políticas creíbles y
sustentables dirigidas a superar la crisis que golpea al sistema laboral o, en
todo caso, hacer cumplir las normativas que se anuncian y se ponen en marcha
sin los controles posteriores adecuados.
Insaciable voracidad
fiscal
La suba generalizada de precios en los bienes y servicios
por un tiempo prolongado genera enormes distorsiones a la hora de calcular las
bases imponibles de distintos impuestos. Esto sucede particularmente con los
que están relacionados con los ingresos, tanto de individuos como de empresas,
y con los que están vinculados con el valor de los bienes, como son los casos
de los impuestos sobre los inmuebles y bienes personales. Si bien en los
últimos años se han producido correcciones con los mínimos no imponibles de los
gravámenes mencionados, estas no acompañaron la inflación verdadera, por lo que
se produjo un aumento de la presión tributaria real sobre millones de
contribuyentes.
El Estado nacional ha sido el principal beneficiario de esta
distorsión tributaria, que implica pagar más por aumentos nominales de los
ingresos o actualizaciones en los valores de los bienes por efecto de la
inflación.
En suma, se trató de una descapitalización tanto de personas
físicas como jurídicas, ante un Estado que aparece como insaciable en su
voracidad fiscal. Todo esto sin el correspondiente correlato en la prestación
de servicios, pues la calidad de la educación, seguridad e infraestructura
pública se deterioró en los últimos años.
El Impuesto a las Ganancias para los trabajadores en
relación de dependencia, incluidos en la cuarta categoría del tributo, se ha
convertido en una mochila tributaria cada vez más difícil de sobrellevar en un
contexto inflacionario. El aumento en
los últimos 12 meses, ha sido de casi el 40 %.
La enorme distorsión tributaria no sólo se relaciona con la
falta de actualización del mínimo no imponible y de las deducciones permitidas,
sino también con la aplicación de la actual escala de alícuotas. Esta resulta
confiscatoria, pues el solo acto de pasar de un nivel de tributación a otro
implica enormes quitas sobre el salario del trabajador. La escala permanece
inalterable desde el año 2000. Asimismo, se advierte que, de no aplicarse las
correcciones necesarias antes del pago del medio aguinaldo, el tributo podría
implicar que el Estado se quede con entre el 14 y el 69 % de lo que se va a
percibir. Otro tanto sucede con las empresas, al resistirse las autoridades
fiscales a permitir el ajuste por inflación en los balances.
Todos los habitantes y personas jurídicas radicadas en la
Argentina están obligados al pago de impuestos para sostener al Estado, que es
el ordenador común de la vida en la sociedad. Pero esto debe realizarse en el
marco de criterios de racionalidad y justicia, para evitar que esas
contribuciones se conviertan en verdaderas exacciones al patrimonio de personas
y sociedades.
Mayor impacto de
Ganancias en el segundo semestre
Para el millón de trabajadores asalariados que están pagando
el Impuesto a las Ganancias, el impacto del tributo en la segunda mitad del año
será sustancialmente más elevado que en el primer semestre. En algunos casos,
podría llegar a pagarse más del doble.
En realidad, el verdadero problema de este gravamen no es la
cantidad de empleados que están alcanzados (tiene razón el jefe de Gabinete al
señalar que no aumentan desde el año pasado) sino cuánto paga cada uno.
Más allá de la falta de actualización del piso a partir del
cual se tributa (conocido comúnmente como mínimo no imponible), lo importante
ahora es modificar la escala de alícuotas, que es la misma que implementó José
Luis Machinea en 2001.
Como Ganancias es un impuesto–en teoría–progresivo, a medida
que sube la base imponible aumenta la alícuota (va desde el 9 al 35 %). Así,
quienes más ganan, pagan más.
Lo que sucede es que, como el salto de una alícuota a otra
más alta es tan chico por el efecto de la inflación durante estos 14 años,
quien empieza a tributar pasa rápidamente a tasas más altas y con muy poco
aumento salarial (que encima no significa un mayor poder adquisitivo) queda
alcanzado por el 35 %.
Qué pasa con aumentos y aguinaldo. Por el efecto de la
desactualización de la tabla de alícuotas, un aumento de sueldo o el cobro del
aguinaldo puede impactar mucho más en la retención de Ganancias, con lo cual la
suba salarial es, finalmente, menor (en algunos casos puntuales, incluso puede
ser negativa).
En particular, el cobro del sueldo anual complementario (un
50 % más junto con el salario de junio) tiene un alto impacto y es casi seguro
que el empleado pase a una alícuota más alta (incluso pase más de una escala)
durante la segunda mitad del año.
¿Por qué sucede esto? Por la particular forma de cálculo del
impuesto. Ganancias es un impuesto anual pero que, en el caso de los
asalariados, se va anticipando en forma mensual (al cierre del año se realiza
la liquidación final).
Para estimar la retención cada mes, el empleador toma el
valor acumulado de los ingresos del trabajador y les resta el monto acumulado
de las deducciones permitidas por la ley.
Estas deducciones son iguales todos los meses (el valor
anual dividido en 12), salvo cambio en las normas. En cambio, los ingresos
pueden aumentar o disminuir por varias causas: horas extras, vacaciones,
feriados, bonos, aguinaldo.
Así, en los meses en que los ingresos suben, como el monto
por deducir para calcular la base imponible no varía, el impuesto también
aumenta. El tema es que, por efecto de la escala desactualizada, es muy
probable que el empleado esté alcanzado por una alícuota más elevada, con lo
cual la retención de Ganancias sube más que el aumento salarial.
Un caso. Se toma
el caso de un empleado que puede deducir a su cónyuge (quien no trabaja) y a
dos hijos menores, que ganaba un sueldo neto de 17 mil pesos en enero. Se
realiza la suposición de dos aumentos de sueldo de 15 % cada uno, en abril y en
septiembre, con un acumulado anual de 32,25 %.
Este trabajador, empieza pagando 815 pesos de Ganancias en
enero, el 4,8 % de su salario neto.
Pero, cuando en abril aumenta el sueldo, la retención de
Ganancias se eleva a 1.428 pesos, un 75 %, y pasa a ser el 7,3 % de su sueldo.
Así, en lugar de una suba salarial de 15 %, a su bolsillo va a parar sólo un 12
% extra. Cuando cobra el sueldo de junio con el aguinaldo (el 50 % más), la
presión tributaria crece mucho más. Puntualmente, pasa a pagar 4.233 pesos, el
14,4 % de su sueldo. Esta carga vuelve a bajar en julio, pero el contribuyente
se queda en un escalón superior al de mayo por el arrastre del aguinaldo.
Con la segunda recomposición salarial de septiembre vuelve a
suceder algo similar, pero agravado, porque pasa a estar alcanzado por una
alícuota mayor. Ahora, tendrá que abonar
2.326 pesos de impuesto, el 10,3 % de su salario. Y del 15 % de aumento de
sueldo, sólo recibe el 11 %.
En diciembre, con el segundo aguinaldo, el pago de Ganancias
trepa a 5.862 pesos, el 17,4 % del sueldo.
Así, en todo 2014, terminaría tributando 25.395 pesos, el
9,8 % de su ingreso neto. Si el contribuyente no hubiera tenido ningún aumento
salarial (que encima, obvio, no implicó una mejora en su poder adquisitivo sino
un acomodamiento, incluso por debajo, a la inflación), hubiera pagado 14.147
pesos.
En conclusión, gana un 32,25 % más, pero el aumento del
tributo es el 80 %, con lo cual la suba de sueldo se limita a sólo 13,3 %.
Cálculo para 2014
Mínimos diferentes.
Desde septiembre del año pasado, el Gobierno hizo cambios y ya no se pueda
hablar de “un” mínimo no imponible. Hay distintos valores según los casos.
Referencia. Para
clasificar a los empleados se toma como referencia el mejor sueldo bruto
cobrado entre enero y agosto de 2013. No importa si después varió o si cambió
de trabajo.
Parámetros. Los
que en esos meses no superaron los 15 mil pesos brutos de sueldo, quedaron (y
siguen) exentos de Ganancias. Quienes cobraban entre 15 mil y 25 mil tienen
deducciones (forman el piso a partir del cual se tributa) un 20 % más altas:
sin cargas de familia ni otras deducciones suman 108.242 pesos en el año.
Quienes superaron los 25 mil a principios de 2013 tienen el mínimo no imponible
más bajo (ergo, una carga mayor): 90.202 $/año.
El destino de los
recursos de la Anses
Durante el año pasado, la Administración Nacional de la
Seguridad Social (Anses) capturó alrededor de 42.000 millones de pesos
aportados desde de las provincias que, sin embargo, no derivó al pago de
beneficios previsionales. Ello pese a que el principal aporte de los distritos
federales es el 15 % de la coparticipación bruta, que en 2013 llegó a 30.565,8
millones de pesos. La finalidad de esa detracción es, justamente, financiar el
sistema jubilatorio.
Los mecanismos impositivos que se crearon desde la década de
1990, “como un esfuerzo solidario para mejorar la situación de los jubilados y
pensionados” nacionales, ahora “se han desnaturalizado”. Más de la mitad de los
ingresos tributarios que recibe la Anses no se usan para el pago de
jubilaciones, más allá de que algunas medidas fueron pensadas para sostener a
todas las prestaciones del sistema de seguridad social nacional. Además del
pago de haberes, que es su principal función y erogación anual, la Anses
también tiene a cargo otros programas, como la Asignación Universal por Hijo
(AUH), Conectar Igualdad (notebooks para estudiantes y docentes) y Progresar
(jóvenes que no trabajan ni estudian), entre otros.
En números. El
año pasado, la Anses tuvo 291 mil millones de pesos para afrontar el pago de
jubilaciones y pensiones. El 58 % (168 mil millones) provino de las
imposiciones sobre el salario (aportes y contribuciones), mientras que el 42 %
restante (123 mil millones) llegó por la vía impositiva con afectación al
financiamiento del Sistema Integrado Previsional Argentino (Sipa). Al final, la
Anses terminó pagando 5,8 millones de beneficios mensuales (3,2 millones en el
sistema de reparto y 2,6 millones por moratoria), por un total de 219 mil
millones de pesos anuales. Eso significa que, entre lo recaudado y lo erogado
por el mostrador previsional hubo un excedente de 72 mil millones de pesos.
Aproximadamente 42 mil millones (de ese superávit) fueron
aportados por las provincias, mientras que el resto es recaudación que habría
sido derivada al financiamiento de la Nación. ¿Cómo se llega a ese número? Como
el superávit se calza en recursos que son coparticipables, se aplican los
coeficientes de la distribución. En los ingresos no están las rentas del Fondo
de Garantía de Sustentabilidad que, si bien tienen origen previsional, van a la
AUH.
Lo que ha quedado estructurado el esquema de financiamiento
de la previsión social degrada la organización federal, ya que encubre una
ilegítima centralización de recursos fiscales.
En esa línea, algunas provincias tratan de recuperar la detracción del
15 % de la masa coparticipable, una medida que se aplica tras un acuerdo
federal en 1992. Los distritos que no han transferido sus cajas a la Nación
(Córdoba, entre ellos) resignaron 20.662,60 millones de pesos por esa vía
durante el año pasado. San Luis fue la primera provincia que planteó ante la
Corte la inconstitucionalidad de esa detracción. Le siguieron Santa Fe y
Córdoba.
Retroalimentación del
relato del desendeudamiento
La Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses)
es, junto con el Banco Central, una de las cajas más importantes que tiene a
mano el Gobierno nacional.
El año pasado, se habían previsto transferencias de
utilidades de esos organismos al Tesoro por 38.901,9 millones de peso. Al
final, entre ambos giraron 58.358,5 millones. Para este año, la pauta original
plantea 84.485 millones de pesos, de los cuales la Anses pondría 27.988,4
millones. Lo más probable es que, como ocurre todos los años, ese cálculo quede
desbordado.
La mayoría de los recursos excedentes del sistema
previsional vienen con un GPS incorporado, que “congeló” sus coordenadas en la
Casa Rosada. Ese es el punto final de un viaje que retroalimenta el relato del
desendeudamiento mientras agiganta los compromisos con prestamistas cautivos.
Pero hay más. Es altamente probable que la primera moratoria previsional, que
se aplicó de manera indiscriminada, se sostenga con el exceso de captación de
recursos de las provincias.
Incluso, los 42 mil millones de pesos cedidos a la Anses y
que no se usaron en haberes equivalen, en la actualidad, a pagar una jubilación
nacional mínima (desde septiembre es de 3.231 pesos) a un millón de
beneficiarios durante un año, con aguinaldo incluido. Por lo tanto, en el
superávit todavía hay espacio teórico para una nueva moratoria, tal como la
planea la Nación, aunque esta vez, promete, será para quien realmente necesita
ser asistido. Como pasa con el propio Estado.
(*) Economista
© www.agensur.info
0 comments :
Publicar un comentario