Por Alberto Asseff (*) |
Definitivamente, acá tenemos teóricos, con hondas raíces
ideológicas –tan persistentes como anacrónicas – que no pueden ni aprender ni
aprehender la realidad. Por caso, aún no han podido entender que la
transformación china, de la mano de Deng, comenzó con la libertad económica,
bajo la mirada de un Estado presente a la hora de orientar y suscitar vías y
metas.
Pero fue la libertad la gran motora de la colosal mutación. Y es esa
libertad la que promueve y sustenta la prosperidad, sin perjuicio de que
cíclicos abusos especulativos – no sofrenados a tiempo – suelen conmover los
sostenes del equilibrio. Empero, nadie cuestiona a la libertad, limitándose a corregir
desvíos y perversiones que engendran desórdenes. A nadie se le pasa por la
cabeza que la receta es estatizar todo. A esa ‘medicina’ nadie quiere volver,
ni vuelve.
No ha servido para nada ninguna experiencia exógena
comprobable. Ni de las buenas ni de las funestas. Entre nosotros no valen ni
China, por un lado, ni Venezuela ni Cuba, por el otro y, claro está, tampoco
Alemania, Japón, Italia o Polonia, que se eyectaron de la devastación bélica de
la mano de la libertad. Inclusive, no es asimilada la de Perú o Colombia, en
plena ascensión, felizmente. En nuestro país insistimos con prácticas tan
fracasadas como arcaicas.
Principiemos por afirmar algo básico: si al cancerígeno mal
inflacionario le diagnostican que su genésis se halla en supermercadistas y
grandes empresarios dominados por la avaricia, jamás podremos domesticar y
menos erradicar a esa grave patología. Los teóricos no comprenden el abecé de
la economía: no se puede gastar más de lo que se produce. El sobregasto – para
colmo 90% improductivo y parasitario – más temprano que tarde desequilibra la
macroeconomía y culmina desestabilizando la de las familias y la de todos y
cada uno.
Profundizando esa concepción desfigurada, ahora proponen
darle al Estado herramientas omnímodas para intervenir en las empresas,
indicándoles cuánto y cuándo deben producir, obligándolas a trabajar a
pérdidas, a vender imperativamente lo que acopian y facultando a la autoridad
pública a aplicar multas de hasta tres veces las ganancias con lo cual las
mandarán, sin estaciones intermedias, directamente a la quiebra. Es lo que
acaeció en Venezuela con su mecanismo de “desarrollo endógeno”: 20 mil empresas
quebradas y más de mil expropiadas. País petrolero sembrador de pobreza, por
las costas, los llanos y las montañas. El Estado arruina a los emprendedores,
movilizadores de la actividad y creadores de trabajo, mandando a la calle sin
empleo a miles de personas. O se hace cargo de empresas para que las espaldas
públicas se vayan encorvando de tanta sobrecarga ¡Viva el déficit! sostienen
los teóricos, convencidos que al consumo se lo estimula lanzando chorros – sin
alusión alguna a los otros ‘chorros’ – de billetes en una emisión incesante,
tipo polirrubro 24 horas.
Toda esta desopilancia se impulsa en nombre de la defensa
del consumidor. La ley específica, prudente y equilibrada, – la 26361 de 2008 –
ya no les alcanza. Ahora hay que darle competencia absoluta al gran Estado para
que asfixie concluyentemente todo atisbo de iniciativa privada. Es que con las
ideas propias del neolítico que anidan los teóricos, en rigor todo empresario
es un ‘buitre’ en potencia y hay que exterminarlo antes de que crezca.
Además, a una imprenta de capital norteamericano que estaba
perdiendo dinero y consecuentemente, peticionó – con arreglo a la ley vigente –
entrar en un plan de crisis, el Ministerio de trabajo se lo negó
infundadamente. En lugar de apelarse a las normas, se anuncia que le aplicarán
la ley antiterrorista. Es evidente que el mensaje es erga omnes, para todos: en
la Argentina el capital que se invierte para producir y trabajar es a priori
hostil y si es extranjero, literalmente enemigo.
La ley de defensa de la competencia – 25156 de 1999 – creó
un Tribunal Nacional de Defensa de la Competencia compuesto por 7 miembros
nombrados por estricto concurso público. Todavía no se constituyó. Esto habla
con elocuencia de que los teóricos desprecian ese eje fundamental de la
economía sana que es la libre competencia, mil veces mejor reguladora del
mercado que 10 mil gendarmes o 100 mil brigadistas de precios ‘cuidados’.
Asegúrese la libre competencia y se habrá dado un paso gigantesco hacia el
equilibrio de la macroeconomía y hacia el acotamiento de la inflación.
Espantar al capital inversor, que especula sanamente con
ganar a partir de producir bienes y generar trabajo, es el camino inexorable
hacia un resultado penosísimo, tenebroso, turbulento, sombrío: pobreza para
todos y todas.
Se puede afirmar certeramente: con los teóricos gobernando
estamos, no entrando al ‘horno’, sino que ya estamos con medio cuerpo allí
metidos.
(*) Diputado Nacional
por UNIR, Frente Renovador
Especial para
Agensur.info
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