Por Román Lejtman |
En 1974, Juan Domingo Perón echó a los Montoneros de la
Plaza de Mayo y una espiral de violencia terminó en un golpe de Estado. Había
muertos en las zanjas del conurbano, negocios en la Casa Rosada y una situación
económica que agotaba los salarios. Se trataba de sobrevivir y evitar que un
telegrama anunciara que eras un nuevo desocupado en la Argentina.
En 1976, Jorge Rafael Videla irrumpió en Balcarce 50 y el
terror y la desaprensión dejó que impusiera su plan sistemático de represión
ilegal y su programa de ajuste económico. El poder se enriquecía, los diarios
dibujaban las noticias y los viajes a Miami eran el sueño cumplido de la clase
media.
En 1989, Raúl Alfonsín cayó por una operación de los
mercados y la complicidad de un partido dominante. A pocos les importó que se
quebrara un mandato presidencial y que Carlos Menem asumiera antes de tiempo.
En 1999, Fernando de la Rúa devino Presidente. Ajustó la
economía, protagonizó un inédito caso de corrupción y durmió la siesta en la
Quinta de Olivos. Se fue en helicóptero y dejó una crisis social que aún
estamos pagando con creces. Era más que aburrido.
En 2003, tras una compleja transición política, la familia
Kirchner arribó al Salón Blanco. Néstor entregó la banda presidencial a
Cristina, que terminará su mandato en diciembre de 2015. Se modificó la Corte
Suprema, se defendió a los derechos humanos y se multiplicaron los patrimonios
oficiales de todos los funcionarios que actuaron junto al matrimonio K.
Néstor y Cristina hicieron historia. No sólo diseñaron una
estrategia de poder, sino que además designaron a Amado Boudou como
Vicepresidente de la Nación. Boudou ya tiene dos procesos penales y la cuenta
se ampliará antes de Navidad, si los tribunales no alteran su ritmo de trabajo.
En cuarenta años de historia nacional, nos bancamos a
Isabelita, López Rega, Firmenich, Massera, Martínez de Hoz, Galtieri, Rico,
Machinea, Cavallo, Antonito, Jaime, Miceli y Moreno, por citar a protagonistas
políticos que no merecen mayores explicaciones. Todos son responsables de la
situación institucional de la Argentina.
Pero ya no están en el poder, y no hay manera de retroceder
en el tiempo para exigir sus renuncias y evitar sus abusos. Ellos son
responsables, y nosotros también: dejamos que hicieran, por acción u omisión.
Más en democracia, que en la dictadura.
Ahora, podemos exorcizar nuestros fantasmas y nuestras
responsabilidades. Sé que Boudou sólo puede caer por un juicio político o la
decisión personal de Cristina. Y también sé que la Presidente decidió proteger
al Vicepresidente, pese a su dudosa moral y su responsabilidad penal en las
causas que ha sido procesado.
Sin embargo, todos tenemos un último recurso legal, si la
política no cambia la correlación de fuerzas en el Congreso. Podemos exigir que
Boudou se tome una licencia hasta que termine su mandato. No está prohibido, y
por lo tanto está permitido (Principio de Clausura, Hans Kelsen).
Su licencia nos ahorra el daño moral de convivir con un
funcionario que ya traicionó los principios básicos de la Democracia. Me irrita
su presencia en el Senado y su ejercicio de la Presidencia cada vez que CFK
viaja al exterior. Es la sombra del delito en espacios institucionales que
pudimos recuperar tras años de tiranía y desolación. No lo merecemos.
Miguel Ángel Pichetto, un legislador profesional que sirvió
a Menem, De la Rúa, Duhalde, Néstor y Cristina, aseguró en la última sesión de
la Cámara alta que la licencia de Boudou es una atribución de CFK. No es
cierto: los senadores pueden suspender la actividad del Vicepresidente, sin
necesidad de la aprobación institucional de Balcarce 50. Pichetto es jefe del
bloque oficialista y, por una vez, podría ejercer el poder a favor de todos
nosotros.
Boudou cobra una fortuna de honorarios, viaja al exterior en
nuestra representación y preside el Senado. Imaginá una cena de Navidad y que
tus hijos te pregunten qué hiciste para evitar que el Vicepresidente procesado
continúe en su puesto. Prefiero perder un millón de votaciones en la Cámara
alta que irme a dormir noqueado por la vergüenza.
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