Por Álvaro Abós |
Y esos dos fracasos serán factores importantes de su
retirada.
"Hacete amigo del juez, no le des de qué
quejarse", le dice con cínica resignación el Viejo Vizcacha a un hijo de
Martín Fierro. "Y cuando quiera enojarse/ vos te debés encoger,/pues
siempre es güeno tener/ palenque ande ir a rascarse." El gaucho Martín
Fierro, largo poema narrativo que hoy puede comprarse en cualquier quiosco de
la Argentina, editado en forma de fascículo por este diario, fue escrito en
1872 mientras su autor, José Hernández, permanecía escondido en el Hotel
Argentino, entonces en la esquina de Rivadavia y 25 de Mayo. Aquel hombre era
un perseguido, el país estaba en guerra civil. Recién llegado del exilio, Hernández
no podía ni salir a la calle porque la policía lo buscaba. Para entretenerse,
durante el día se quedaba en su habitación escribiendo Martín Fierro, sin soñar
que su poema narrativo sobre un gaucho perseguido se convertiría en el poema
nacional. Por la noche, embozado y con grandes precauciones, Hernández se metía
en un coche para visitar a sus hijos. En la esquina donde desgranaba su
diatriba contra los malos jueces, ya no existe el Hotel Argentino sino las
sedes del Banco de la Nación y del Servicio de Informaciones del Estado.
En aquella época, el Estado argentino estaba aún en
formación, y las guerras civiles entre Buenos Aires y las provincias sólo
concluirían en 1880. La Presidenta, 140 años después, denigra y ataca a
diversos jueces como si el kirchnerismo no estuviera presidiendo, ¡desde hace
once años!, un Estado en el cual la separación de los poderes, con su
equiparación plena, es un fundamento constitucional.
La restitución de la dignidad judicial al país por el
gobierno de Néstor Kirchner fue uno de sus logros: tras conseguir el retiro de
los impresentables jueces de la Corte Suprema de Carlos Menem -uno de ellos era
socio en el estudio jurídico del presidente riojano-, Kirchner los reemplazó
por juristas respetados. Esto se lo hemos reconocido hasta sus mayores
críticos.
Ahora, la Presidenta vive confrontando con diversos jueces.
El juez Griesa, el juez Lijo, el juez Bonadio se han convertido en el objeto de
sus virulentas diatribas por la cadena nacional. Y, sin embargo, éstos son sus
jueces. Bonadio o Lijo procesan al vicepresidente -a quien la Presidenta
sostiene a rajatabla- porque falsificó documentos o intentó apropiarse de la
fábrica de moneda. Nos podrán gustar o no, pero estos jueces no son sátrapas,
como los jueces contra los cuales despotricaba Vizcacha. Jueces como Griesa
dictan fallos a favor de usureros internacionales porque el gobierno actual
aceptó su jurisdicción. Y lo sigue haciendo. ¿O en los convenios con China no
se acaba de aceptar la jurisdicción de Londres?
Durante 2013, el Gobierno alentó dos planes ambiciosos: si
ganaba las elecciones de renovación parlamentaria, podría llevar adelante la
reforma constitucional y consagrar la reelección indefinida. El segundo plan
postulaba que, con las mayorías parlamentarias así obtenidas, se implantase un
sistema de jueces designados por elección popular. Las dos maniobras
fracasaron. Las movilizaciones masivas de 2012 y la consiguiente derrota
oficialista en las parlamentarias de octubre sellaron el destino del cristinismo,
que deberá dejar el poder en 2015.
Los jueces son enemigos de un régimen como el de Cristina
Kirchner porque el ejercicio del poder de sus dirigentes, empezando por la más
alta de ellos, no reconoce límites. Para los políticos K -y también para otros,
porque los K chapotean en un barro muy argentino- gobernar es "construir
poder". Y ya se sabe que a quien construye, sea edificios, emporios, una
verdulería, cualquier cosa, no le gusta que le cuenten los centavos. Por eso
"construir poder" significa usar los recursos del Estado como
propios. Confusión en la que cayeron algunos, como Picolotti, Granero, Miceli,
Jaime, Boudou.
¿Por qué actúa así Cristina? ¿Acaso no recuerda el respeto
que ganó el gobierno cuando su marido conformó la nueva Corte Suprema, con
jueces que la opinión pública apreció, en reemplazo de los cortesanos de Menem?
¿Acaso no recuerda que el juez Lijo fue nombrado por este gobierno? ¿Acaso
pretendía que los fondos buitre aceptaran a Oyarbide como árbitro de los
litigios?
La calidad democrática de un gobierno se demuestra con el
respeto a los jueces y el acatamiento a sus decisiones, aunque, como
cualquiera, pueda discutirlas. También con el respeto por la prensa crítica. Un
juez defiende a los ciudadanos cuando un gobierno amenaza la Constitución. Un
juez puede erigirse en barrera defensiva de los ciudadanos. El mundo lo vio en
Italia, cuando el juez Antonio di Pietro demolió la corrupta república
italiana, durante el caso Mani Pulite. O cuando el juez John Sirica obligó al
mentiroso presidente Richard Nixon, tras Watergate, a mostrar las grabaciones
que finalmente lo hicieron caer. Presidentes como Nicolás Maduro, quien cierra
canales, o como Rafael Correa, quien rasga diarios delante de las cámaras de
TV, muestran la baja calidad democrática de esos gobiernos, que sin embargo
surgieron de las urnas. En el mundo actual no ha habido un gobernante más
enfrentado a los jueces que Silvio Berlusconi, que incluso llegó a convertir en
lema político la lucha contra las toghe rosse (togas rojas). Para Berlusconi,
los jueces que lo acusaron durante veinte años y finalmente lo apartaron del
poder, aunque no de la política, eran miembros de una conspiración marxista.
El Martín Fierro es un libro que aún perdura porque a su
belleza literaria añade una percepción del mundo llena de honda sabiduría. Pero
los clásicos deben ser apreciados en su contexto. Este país tiene muchos
déficits, pero no es el país sin Estado de 1872 ni el país de aquel 1945 en el
que la frase "Braden o Perón" podía aspirar a la verdad esquemática
del eslogan.
La astucia política para manejar agenda sigue siendo el gran
atributo de los Kirchner, aunque está por verse si Cristina la heredó tan
plenamente de su difunto marido. Esa astucia muestra que en el inconsciente
argentino la diatriba contra el juez como cara de la inequidad aún late en un
rinconcito del corazón. Es cierto que a lo largo de nuestra historia muchos
jueces defeccionaron. ¿Qué habría sido de este país si su Corte Suprema hubiera
fulminado el golpe de Estado de 1930, que tantos males inauguró? ¿Qué habría
ocurrido si otra Corte se hubiera plantado ante el régimen asesino de 1976?
Pero si a veces conservar vivencias del pasado es sabiduría del corazón para
entender al pueblo, otras veces actuar así es rendirse a retóricas arcaicas, a
conservadorismos paralizantes. El mundo ha cambiado, los países han cambiado y
moverse con los paradigmas de una Argentina de 1872 o 1945 no es progresar, es
reaccionar. El Martín Fierro lo dice claro: "Sepan que olvidar lo malo/también
es tener memoria".
© La Nación
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