Por J. Valeriano Colque (*) |
Finalmente, Cristina Fernández concretó lo que había
anunciado, enojada, el 27 de agosto de 2013, hace exactamente un año. Envía al
Congreso un paquete legal para derogar la ley cerrojo y proponer cambios en los
contratos de deuda para pagar localmente a los bonistas reestructurados.
Es el canje que habían recomendado los abogados
estadounidenses de Argentina a principios de este año en un paper que se filtró
en la prensa internacional. Como tal, esta fuerte movida está sometida a una
serie de incógnitas que sólo los próximos meses develarán.
¿Será aceptado por los bonistas? Especialistas del mercado
dan por sentado que residentes locales con bonos de jurisdicción y ley
extranjera podrían entrar. Al fin y al cabo, los que están con jurisdicción y
ley local han venido cobrando y ellos no. Un problema son fondos
institucionales externos que, por ley, tienen prohibido aceptar
extrajurisdicciones. Podrían vender esos títulos a quien no tenga la
restricción ¿A qué precio? El riesgo, es que el país se termine comprando una
nueva generación de holdouts litigantes.
¿Creerán que Argentina será un buen pagador en plazos
planteados en décadas? La Presidente dijo que el pago a través de un
fideicomiso depositado en el Banco Central da la “certeza absoluta”. El
historial argentino se ha llevado presas a las certezas absolutas hace rato.
¿Lo aceptarán los buitres? Difícil, apostaban anoche los
conocedores. Por rechazar esta oferta es que fueron a juicio. ¿Se podrán
direccionar los pagos? Imaginemos un bonista estadounidense. Acepta la
propuesta. Tiene su dinero en Nación Fideicomiso. Le tienen que depositar la
plata en su banco de Milwaukee. ¿El banco podrá procesar ese pago o la justicia
de Griesa lo considerará colaboracionismo con quienes se burlan de sus fallos?
Todo un tema. ¿Qué tasa de interés deberá pagar Argentina en el largo plazo? El
desacato con la justicia de Estados Unidos podría entrar en la inmortalidad.
Salir de la urgencia ahora podría dejar ese costo extra
vigente por décadas. Argentina solidificaría su fama mundial de defaulteadora
como un dato más de su paisaje.
Una serie de eventos
desafortunados
Al igual que la simpática película Una serie de eventos desafortunados, el gobierno de Cristina
Kirchner pareció imitar la ficción con un conjunto de medidas desafortunadas
que agravaron la crisis social y económica.
En un contexto de incertidumbre y en medio de la pelea con
los fondos buitre, Axel Kicillof impuso una rebaja al 25,8 % en la tasa que
paga el Banco Central para tomar dinero de los bancos. Resultado: las tasas al
público oscilan entre 18 y 22 %, la mitad de la inflación esperada. Por ende,
los ahorros se dispararon al dólar blue, que cerró en 13,20 pesos, una suba del
29,8 % en relación a enero. La inflación hace estragos en el poder de compra de
asalariados y jubilados.
La Inflación Congreso fue de 39,7 % en los últimos 12 meses,
en tanto la canasta que mide este diario subió 41,1 %; según índice de la ciudad de Buenos Aires
44,9 %. Las mediciones privadas confirman una suba interanual de los precios en
torno del 40 %.
Aunque con dispar impacto en los costos, los movimientos en
torno del dólar siempre provocan el mismo resultado: paraliza decisiones de
compra y venta, más aún de inversiones. Para las pequeñas y medianas empresas,
por ejemplo, la caída en la actividad llega al 20 %. Las terminales acusan una
baja en la producción del 30 %, que se moderaría este semestre. En el primer
semestre se perdieron empleos formales y crecieron las suspensiones.
En ese contexto, la Presidente amenazó con aplicar la ley
antiterrorista a una empresa y avaló un proyecto para cambiar la Ley de
Abastecimiento, que supondría en la práctica facultades para que el Estado fije
precios máximos, mínimos y de referencia, canales de distribución, niveles de
producción, además de la eventual expropiación de mercaderías. También podría
establecer márgenes de utilidad. Nadie invertirá con ese proyecto. La
extranjera es uno de los motores que se paró y dejó de alimentar las reservas
del Banco Central, por debajo de los 29 mil millones de dólares. Y la baja en
las exportaciones aporta menos divisas.
La demanda desde Brasil cayó porque el principal socio de la
Argentina crecería este año menos del 1 %.
Dirigentes de la industria metalúrgica, que participaron en
Brasilia de las discusiones del futuro régimen automotor, regresaron con un
diagnóstico claro: Brasil sólo importa el 8 % de autopartes desde la Argentina,
en tanto nuestro país trae desde allí el 46 % de las piezas importadas.
La soja–que este año fue récord–tendrá un precio
desalentador para la próxima campaña, dadas las lluvias sobre el cinturón
agrícola de Estados Unidos, que se encamina a una producción récord en la
oleaginosa y en el maíz. Los menores ingresos para el fisco serían del orden de
2.000 millones de dólares. Menos divisas desde el exterior y un exceso de pesos
en el mercado interno–el déficit de las cuentas nacionales llegó a 90 mil
millones en el primer semestre–empujan la inflación y alientan la tentación por
la moneda norteamericana. Dos malas señales que pueden disparar otros eventos
desafortunados
No es gracioso
quedarse sin divisas
Argentina no fabrica dólares, euros ni yenes. Ya se ha
dicho. Por eso, tiene sólo tres formas de obtenerlos: exportando más de lo que
importa; atrayendo más inversiones de afuera que las divisas internas que se
van; alquilando esas divisas. Esto último significa pedirlas prestadas.
No es gracioso quedarse sin divisas. De hecho, después de
desperdiciar océanos de dinero y terminar la década más favorable de la
historia con inflación, recesión y devaluación, el propio gobierno de Cristina
Fernández trató en el último año (tarde) de reabrir el acceso al crédito.
Fracasó cuando–tras años de creerse que había hecho “el canje más exitoso de la
historia” e ignorar a los holdouts–la Justicia estadounidense desbarató la
reestructuración de deuda con un fallo paradójico:
Si lo paga antes del 1° de enero, Argentina afronta el
riesgo de que sus bonistas reestructurados reclamen el mismo beneficio que
obtendrían los llamados “buitres”.
Si lo paga después del 1° de enero, corre el riesgo de que,
de acá a fin de año, los bonistas se harten de no cobrar y se declaren en
default.
Si no lo paga, va al default con los bonistas
reestructurados que no podrán cobrar, a menos que acepten hacerlo en Buenos
Aires, y entra en desacato con la Justicia a la que ella misma se sometió voluntariamente.
Había una puerta de salida: bancos nacionales y extranjeros
trataron de comprar el juicio a los buitres para, luego, pedir a Griesa una
cautelar que permitiera retomar los pagos a los bonistas reestructurados hasta
el 1° de enero, cuando caía la cláusula Rufo. Obvio: querían cobrar los 1.500
millones de dólares que ellos les iban a pagar a los buitres y no los 300 de la
oferta argentina de sumarse al canje.
Pero en su último día en Nueva York Axel Kicillof dijo que
ni antes ni después del 1° de enero se pagaría esa suma. La negociación abortó.
No fracasaron los bancos, como dice Cristina Fernández. La hundió el Gobierno.
Cada alternativa tiene costos y beneficios eventuales, de
corto y de largo plazo (en los últimos pocos reparan). Deben ser muy difíciles
de mensurar porque, hasta ahora, que se sepa, sólo Germán Fermo, director de la
maestría en Finanzas de la Universidad Torcuato Di Tella, ensayó un cálculo.
Fermo prende una vela y apuesta a que los bonistas no se
declaran “defaulteados” y que Argentina pague el 1° de enero a todos los
holdouts: son 10 mil millones de dólares (es más, pero al resto igual lo
cobrarían si se sumaran al canje 2010, como les propuso el Gobierno). Y estima
que, sin default, en los próximos 10 años los sectores público y privado
tomarían préstamos por unos 200 mil millones de dólares a tasas 5 puntos
menores por haber evitado el descalabro, en cuyo caso se ahorrarían 57 mil
millones a nivel presente.
Para las otras dos alternativas no se conocen estimaciones
de este tipo.
El proyecto de ley que la Presidente–quien siempre se creyó
que estaba de vuelta–manda al Congreso, ahora que las papas queman, avanza en
la última vía, la del desacato. A ciegas, una mayoría política–que incluye a
algunos temerosos de que la policía ideológica del “relato” los marque como
“buitres internos”–va a respaldar esto como hecho consumado.
Es bueno que lo sepan: así, a los dólares que se necesiten
deberemos conseguirlos atrayendo inversiones y exportando, con caro acceso al
capital. Implica salarios y gasto público bajos, como en el post-2001. No es
lindo.
El aumento del gasto
público genera mayor déficit
El dato pasó casi inadvertido en medio de la situación de
default que vive el país. Sin embargo, el exorbitante aumento del gasto público
de la administración central, y el consiguiente incremento del déficit en las
cuentas públicas, es un hecho de inusitada gravedad. El dato se originó en el
decreto de necesidad y urgencia (DNU) que firmó la presidente Cristina
Fernández por el cual se amplió el Presupuesto 2014 en 199.045 millones de
pesos. Esa resolución implica aumentar el déficit financiero a 131.327,2
millones de pesos. El gasto adicional autorizado–equivalente a casi un cuarto
del Presupuesto aprobado por el Congreso–se financia, principalmente, por
emisiones de deuda por 150.622 millones de pesos, utilidades del Banco Central
por 28.900 millones y mayores previsiones de recaudación tributaria por 32.679
millones. En plena disputa con los tenedores de títulos de deuda, la medida de
la Presidente aparece como inoportuna y negativa para la marcha de la economía
en general. Está claro que el Gobierno argentino ha apostado a aplazar la
negociación con los fondos buitre hasta enero de 2015, cuando ya haya caducado
la cláusula RUFO.
Esta especulación tiene su correlato en el terreno político,
en el que los principales funcionarios nacionales han endurecido su lenguaje
contra las autoridades judiciales norteamericanas. Se supone que la actitud es
bien vista por la mayoría de la población en general, proclive a respaldar un
lenguaje antiimperialista y crítico a Estados Unidos, aunque luego se lamenten
las consecuencias de esas posiciones emotivas. Además, el DNU encierra otros
dos temas clave. Uno, que el desendeudamiento externo tiene su correlato con un
fuerte endeudamiento interno, por lo que en verdad se trata del cambio de
acreedor y no de una reducción real de las obligaciones del Estado nacional.
Además, el financiamiento vía utilidades ficticias del Banco Central supone en
la práctica emisión lisa y llana de dinero, que termina impactando en los
precios.
El creciente desempleo, que ya figura como una de las
principales preocupaciones de la sociedad, y una inflación que mes a mes trepa
un escalón exigen una actitud prudente por parte de los responsables del uso de
los recursos nacionales. Máxime cuando la Argentina se muestra como el país que
más incrementó el gasto público en el período 2006-2013. La suba de 15 puntos
porcentuales coloca a nuestro país en el podio de los que más incrementaron sus
erogaciones. Sin embargo, no se corrigieron las deficiencias que aún se
observan en los servicios y empresas del Estado nacional.
(*) Economista
© www.agensur.info
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