“Debo hacer siempre literatura, la mejor que pueda... ir más allá de lo posible”
Julio Cortázar: "Hay menos distancia entre lo que llamamos lo fantástico y lo real". |
Por Jason Weiss
Poco antes de su muerte, Julio Cortázar (1914-1984) fue entrevistado por el
periodista y escritor Jason Weiss para la revista The Paris Review. Según
destacó el propio entrevistador, “El momento en el que se hizo la nota no era
el mejor para Cortázar. Su esposa acababa de morir y él se encontraba fatigado
y muy enfermo, luego de un largo viaje por Nicaragua. Sin embargo, accedió
gustoso a la entrevista en la que explicó algunos secretos de su escritura”. Agensur.info presenta un resumen de esa
entrevista efectuada al notable escritor argentino.
-En algunos de los relatos de su libro más reciente, Deshoras, lo fantástico parece irrumpir más que nunca en el mundo
real. ¿Usted siente que lo fantástico y lo cotidiano se están convirtiendo en
una sola cosa?
-Sí, en estos
últimos cuentos he tenido la sensación de que hay menos distancia entre lo que
llamamos lo fantástico y lo que llamamos lo real. En mis cuentos anteriores,
la distancia era más grande porque lo fantástico era verdaderamente fantástico,
y a veces rozaba lo sobrenatural. Por supuesto, lo fantástico se metamorfosea,
cambia. La noción de lo fantástico que teníamos en la época de las novelas
góticas de Inglaterra, por ejemplo, no tiene nada que ver con nuestro concepto
actual. Ahora nos reímos al leer el Castillo
de Otranto de Horace Walpole... los fantasmas vestidos de blanco, los
esqueletos que caminan por allí haciendo rechinar sus cadenas. Ahora, mi idea
de lo fantástico está más próxima a lo que llamamos realidad. Tal vez porque la
realidad se acerca cada vez más a lo fantástico.
-Durante los
últimos años, usted ha dedicado mucho más tiempo a apoyar las diversas luchas
de liberación en Latinoamérica. ¿Eso no ha contribuido también a su
acercamiento de lo fantástico a lo real, y no lo ha vuelto más serio?
-Bien, la idea de
"serio" no me gusta, porque no creo ser serio, al menos no en el
sentido en que se habla de un hombre serio o de una mujer seria. Pero en estos
últimos años mis esfuerzos con respecto a ciertos regímenes latinoamericanos -de
la Argentina, Chile, Uruguay, y ahora, y sobre todo, Nicaragua- me han
absorbido a tal punto que he usado lo fantástico en ciertos relatos para tratar
ese tema... de una manera que, en mi opinión, está muy próxima a la realidad.
Así, me siento menos libre que antes. Es decir, hace treinta años escribía
cosas que me venían a la cabeza, y sólo las juzgaba con un criterio estético.
Ahora, aunque sigo juzgándolas con un criterio estético, en primer lugar porque
soy un escritor... ahora soy un escritor atormentado, muy preocupado por la
situación de Latinoamérica, y en consecuencia esa preocupación se filtra en mi
escritura, de manera consciente o inconsciente. Pero a pesar de esos relatos
que hacen referencias muy precisas a cuestiones ideológicas y políticas, mis
cuentos, en esencia, no han cambiado. Siguen siendo relatos fantásticos. El
problema de un escritor comprometido, como lo llaman ahora, es seguir siendo
escritor. Si lo que escribe se convierte simplemente en literatura con
contenido político, puede ser muy mediocre. Eso es lo que les ha ocurrido a una
cantidad de escritores. Entonces, el problema es de equilibrio. Para mí, lo que
debo hacer siempre es literatura, la mejor que pueda... ir más allá de lo
posible. Pero, al mismo tiempo, debo tratar de incorporar una mezcla de
realidad contemporánea. Y ése es un equilibrio muy difícil. En el cuento de Deshoras acerca de las ratas, Satarsa,
que es un episodio basado en la lucha contra la guerrilla en la Argentina, la
tentación era atenerme tan sólo al nivel político.
-¿Cuál ha sido la
respuesta a esos relatos? ¿Hubo mucha diferencia entre la respuesta que obtuvo
del ambiente literario y la del ambiente político?
-Por supuesto. Los
lectores burgueses de Latinoamérica que son indiferentes a la política, o los
que simpatizan con la derecha, bien... no se preocupan por los problemas que
me preocupan a mí... los problemas de la opresión, la explotación y demás.
Esas personas lamentan que mis relatos tengan con frecuencia un giro político.
Otros lectores, especialmente los jóvenes -que comparten mis sentimientos, mi
necesidad de luchar, y que aman la literatura-, adoran esos cuentos. A los
cubanos les encanta "Reunión". "Apocalipsis en Solentiname"
es un relato que los nicaragüenses leen y releen con gran placer.
-¿Qué es lo que ha
determinado su creciente implicación en política?
-Los militares
latinoamericanos... ellos son los que me hacen trabajar más duramente. Si los
derrocaran, si hubiera un cambio, entonces yo podría descansar un poco y trabajar
en poemas y relatos que fueran exclusivamente literarios. Pero son ellos los
que me proporcionan materiales.
-Usted ha dicho
varias veces que, para usted, la literatura es como un juego. ¿En qué sentido?
-Para mí, la
literatura es una forma de juego. Pero siempre he agregado que hay dos formas
de juego: el fútbol, por ejemplo, que es básicamente un juego, y después los
juegos que son muy profundos y serios. Cuando los niños juegan, aunque se
divierten, se lo toman muy en serio. Es importante. Para ellos eso es tan
serio ahora como lo será el amor dentro de diez años. Recuerdo que cuando era
chico mis padres solían decirme: "Bien, ya jugaste bastante, ahora ven a
darte un baño". Eso me resultaba totalmente idiota, porque, para mí, el
baño era un asunto tonto. No tenía ninguna importancia, mientras que jugar con
mis amigos era algo serio. La literatura es así: es un juego, pero un juego en
el que uno puede jugarse la vida. Se puede hacer cualquier cosa, todo, por ese
juego.
-¿Cuándo empezó a
sentir interés por lo fantástico?
-En la infancia.
Casi ninguno de mis compañeros de clase tenía sentido de lo fantástico. Tomaban
las cosas tal como eran... esto es una planta, esto es un sillón. Pero para mí
las cosas no estaban tan bien definidas. Mi madre, que todavía está viva y que
es una mujer muy imaginativa, me estimulaba. En vez de decirme: "No, no,
debes ser serio", le gustaba que yo fuera imaginativo: cuando me incliné
por el mundo de lo fantástico, ella me ayudó dándome libros para leer. Leí por
primera vez a Edgar Allan Poe cuando tenía apenas nueve años. Robé el libro
porque mi madre no quería que lo leyera, pensaba que era demasiado chico, y
tenía razón. El libro me asustó y estuve tres meses enfermo, porque lo creí... dure comme fer, como dicen los
franceses. Para mí, lo fantástico era perfectamente natural, yo no tenía ninguna
duda. Así eran las cosas. Cuando les daba esa clase de libros a mis amigos,
ellos decían: "No, preferimos leer relatos de vaqueros". Los vaqueros
eran especialmente populares en esa época. Yo no lo comprendía. Prefería el
mundo de lo sobrenatural, de lo fantástico.
-Cuando tradujo las
obras completas de Poe muchos años más tarde, ¿descubrió cosas nuevas en él, a
partir de una lectura tan minuciosa?
-Muchas, muchas
cosas. Exploré su lenguaje, que tanto los ingleses como los norteamericanos
critican por encontrarlo demasiado barroco. Como no soy inglés ni
norteamericano, lo veo desde otra perspectiva. Sé que tiene aspectos que han
envejecido mucho, aspectos exagerados, pero eso no significa nada comparado
con su genio. Escribir, en esa época "La caída de la casa de Usher",
o "Ligeia", o "Berenice", o "El gato negro",
cualquiera de ellos, revela un verdadero genio para lo fantástico y para lo
sobrenatural. Ayer visité a un amigo en la calle Edgar Allan Poe. En esa calle
hay una placa donde se lee "Edgar Poe, escritor inglés". ¡No era en
absoluto inglés! Deberíamos hacerla cambiar... ¡Ambos iremos a protestar!
-En su escritura,
además del componente fantástico, hay un verdadero afecto por sus personajes.
-Cuando mis
personajes son niños y adolescentes, siento hacia ellos una gran ternura. Creo
que en mis novelas y relatos siempre están muy vivos, los trato con gran amor.
Cuando escribo un relato en el que el personaje es un adolescente, yo soy ese
adolescente mientras estoy escribiendo. Con los personajes adultos me ocurre
otra cosa.
-¿Muchos de sus
personajes están basados en personas que ha conocido?
-No diría muchos,
pero sí algunos. Con frecuencia hay personajes que son una mezcla de dos o tres
personas. He creado un personaje femenino, por ejemplo, a partir de dos mujeres
que conocí. Eso da al personaje una personalidad más compleja, más difícil.
-¿Quiere decir que
cuando siente la necesidad de espesar un personaje, combina dos en él?
-Las cosas no
funcionan así. Son los personajes quienes me dirigen. Es decir, veo a un
personaje, está allí, y reconozco a alguien que conocía, o a veces a dos un
poco mezclados, pero allí termina todo. Después, el personaje actúa por su
cuenta. Dice cosas... nunca sé qué es lo que van a decir cuando estoy escribiendo
un diálogo. Realmente es cosa de ellos. Yo simplemente mecanografío lo que
ellos dicen. A veces rompo a reír, y arrojo la hoja y digo: "Mira, has
dicho cosas tontas. ¡Fuera!". Y pongo otra hoja y empiezo todo el diálogo
de nuevo.
-¿Entonces no son
los personajes que ha conocido los que lo impulsan a escribir?
-No, para nada. Con
frecuencia tengo la idea de un relato, pero todavía no hay personajes. Tengo la
idea extraña: algo va a ocurrir en una casa de campo, lo veo... cuando escribo
soy muy visual, lo veo todo, veo cada cosa. Entonces, veo esta casa en el campo
y después, abruptamente, empiezo a situar a los personajes. En ese punto, uno
de los personajes podría ser alguien que conocí. Pero no es seguro. Finalmente,
la mayoría de mis personajes son inventados. Por supuesto, siempre estoy yo
mismo. En "Rayuela" hay muchas referencias autobiográficas en el
personaje de Oliveira. No soy yo, pero mucho deriva de mis primeras épocas
bohemias en París. Sin embargo, los lectores que leen a Oliveira como Cortázar
en París están equivocados. No, no, yo era muy diferente.
-¿Y eso ocurre
porque usted no quiere que su escritura sea autobiográfica?
-No me gusta la
autobiografía. Nunca escribiré mis memorias. Las autobiografías de los otros
me interesan, por supuesto, pero no la mía. Si escribiera una autobiografía,
tendría que ser sincera y honesta. No podría contar una autobiografía imaginaria.
Y entonces, haría el trabajo de un historiador, de un autohistoriador, y eso me
aburre. Prefiero inventar o imaginar. Por supuesto, con frecuencia cuando tengo
ideas para una novela o un cuento hay situaciones o momentos de mi vida que se
sitúan naturalmente en ese contexto. En mi cuento "Deshoras" la idea
de un muchacho que se enamora de la hermana mayor de su amigo está en realidad
basada en una situación autobiográfica. Entonces, hay allí una pequeña parte
que es autobiográfica, pero de allí en más lo fantástico o la imaginación son
lo que predomina.
-¿Cómo empieza un
cuento? ¿Por medio de alguna frase en particular, alguna imagen?
-En mi caso los
cuentos y las novelas pueden empezar por cualquier parte. En cuanto a la
escritura misma, cuando empiezo a escribir la historia ya ha estado dando
vueltas a mi alrededor mucho tiempo, a veces durante semanas. Pero no de una manera
clara, es tan sólo una idea general de la historia. Tal vez esa casa que tiene
una planta roja en un rincón, y sé que hay un viejo que camina en esa casa. Eso
es todo lo que sé. Así ocurre. Y después están los sueños. Durante este período
de gestación mis sueños están colmados de referencias y alusiones a lo que va a
ocurrir en el relato. A veces todo el cuento es un sueño. Uno de mis primeros
cuentos, y uno de los más populares, "Casa tomada", es una pesadilla
que tuve. Me levanté inmediatamente, y la escribí. Pero en general, lo que
surge del sueño son fragmentos de referencias. Es decir, mi subconsciente está
en el medio del proceso de elaborar un relato... mientras sueño, el relato se
escribe allí adentro. Entonces cuando digo que empiezo por cualquier parte, es
porque en ese punto no sé cuál será el principio y cuál el fin. Cuando empiezo
a escribir, ése es el principio. No he decidido que el relato deba empezar de
ese modo, simplemente empieza allí y continúa, y con frecuencia no tengo una
idea clara del final... no sé qué es lo que va a ocurrir. Es sólo gradualmente,
a medida que el relato avanza, que las cosas se van aclarando, y abruptamente
veo el final.
-¿Entonces usted
descubre la historia mientras la está escribiendo?
-Así es. Es como la
improvisación en jazz. Uno no le pregunta a un músico de jazz: "¿Pero qué
va a tocar?". Él se reiría de esa pregunta. Tiene un tema, una serie de
armonías que debe respetar, y entonces toma su trompeta o su saxofón y empieza.
No es una cuestión de idea. Interpreta recorriendo toda una serie de diferentes
pulsaciones internas. A veces sale bien, a veces no. Lo mismo me ocurre a mí. A
veces me resulta embarazoso firmar mis cuentos. Las novelas no, porque en las
novelas trabajo mucho, hay en ellas toda una arquitectura. Pero con los cuentos
es como si me los dictara algo que hay en mí, pero no soy yo el responsable.
Bien, pero como parece que aun así son míos, supongo que debo aceptarlos.
-¿Hay algunos
aspectos de la escritura de un relato que siempre le plantean un problema?
-En general no,
porque como le explicaba, el relato ya está hecho en alguna parte dentro de
mí. Entonces tiene su dimensión, su estructura, si va a ser un cuento breve o
un cuento largo, todo eso está como decidido de antemano. Pero en los últimos
años he empezado a percibir algunos problemas. Reflexiono más ante la página.
Escribo más lentamente. Y escribo de manera más concisa. Algunos críticos me
lo han reprochado, han dicho que poco a poco he ido perdiendo esa soltura en
mis cuentos. Aparentemente, digo lo que quiero con mayor economía de medios. No
sé si es para mejor o para peor... en todo caso, es mi manera de escribir
ahora.
-Usted decía que en
sus novelas hay toda una arquitectura. ¿Eso significa que en ellas trabaja de
manera diferente?
-Lo primero que
escribí de Rayuela es un capítulo que
ahora está en el medio. Es el capítulo en el que los personajes ponen un tablón
desde la ventana de un departamento a otra. Lo escribí sin saber por qué. Veía
los personajes, veía la situación... era en Buenos Aires. Hacía mucho calor,
recuerdo, y estaba junto a la ventana con la máquina de escribir. Vi esa
situación del tipo que hace que su esposa cruce por el tablón... porque él
mismo no quiere ir... para buscar algo tonto, unos clavos. Escribí todo eso,
era largo, unas cuarenta páginas, y cuando lo terminé me dije: "Muy bien,
¿pero qué he hecho? Porque esto no es un cuento. ¿Qué es?". Entonces
comprendí que me había lanzado a escribir una novela, pero que no podía
continuar a partir de ese punto. Tuve que detenerme allí y volver hacia atrás y
escribir toda la parte de París que viene antes, que es el entorno formativo de
Oliveira, y cuando finalmente llegué a ese capítulo del tablón, seguí adelante
a partir de allí.
-¿Corrige mucho
cuando escribe?
-Muy poco. Eso es
consecuencia de que las cosas ya han sido elaboradas en mi interior. Cuando veo
primeras versiones de algunos amigos escritores, en la que todo está corregido,
todo cambiado, todo movido, y hay flechas por todas partes... no, no, no. Mis
manuscritos están muy limpios.
-José Lezama Lima,
en Paradiso, le hace decir a Cemí que
"el barroco... es lo que tiene verdadero interés en España y en
Hispanoamérica". ¿Por qué le parece que le hace decir eso?
-No puedo responder
como un experto. Es cierto que el barroco es muy importante en Latinoamérica,
tanto en las artes como en la literatura. El barroco puede ofrecer una gran
riqueza, permite que la imaginación se eleve en todas sus direcciones
espiraladas, como en una iglesia barroca con sus ángeles decorativos y todo
eso, o en la música barroca. Pero yo desconfío del barroco. Los escritores
barrocos, con mucha frecuencia, se dejan ir demasiado fácilmente en la
escritura. Escriben en cinco páginas lo que muy bien podrían escribir en una.
Yo también debo haber caído en el barroco porque soy latinoamericano, pero
siempre he desconfiado de él. No me gustan las oraciones túrgidas, voluminosas,
llenas de adjetivos y descripciones, ronroneando y ronroneando en el oído del
lector. Sé que es muy encantador, por supuesto. Es muy bello pero no soy yo. Yo
estoy más del lado de Jorge Luis Borges. Él ha sido siempre un enemigo del
barroco, tensó su escritura como con pinzas. Bien, yo escribo de manera muy
diferente que Borges, pero la gran lección que me dio es la economía. Cuando
empecé a leerlo, siendo muy joven, me enseñó que uno debía tratar de decir lo
que quería con economía, pero con una economía bella. Esa es la diferencia,
tal vez, entre una planta, que sería considerada barroca, con su multiplicación
de hojas, casi siempre muy bella, y una piedra preciosa, un cristal... eso es
para mí todavía más bello.
-¿Cuáles son sus
hábitos de escritura? ¿Han cambiado ciertas cosas?
-Lo único que no ha
cambiado, y nunca cambiará, es la anarquía total y el desorden. No tengo ningún
método en absoluto. Cuando me siento en estado de escribir un cuento, dejo
caer todo lo demás; escribo el cuento. Y a veces, cuando escribo un cuento, en
los dos meses que siguen puedo escribir dos o tres más. En general, los cuentos
vienen en serie. Escribir uno me deja en un estado receptivo, y después
"capto" otro. Ya ve la clase de imagen que uso, pero es así: la
historia cae dentro de mí. Pero también puede pasar un año sin que escriba
nada... nada. Por supuesto, estos últimos años me he pasado buena parte del
tiempo sentado ante la máquina de escribir, escribiendo artículos políticos.
Los textos que he escrito sobre Nicaragua, todo lo que escribí sobre la
Argentina... no tienen nada que ver con la literatura... son cosas militantes.
-Usted ha dicho con
frecuencia que la Revolución Cubana lo despertó a las cuestiones
latinoamericanas y sus problemas.
-Y lo digo otra
vez.
-¿Tiene sitios
favoritos para escribir?
-En realidad, no.
Al principio, cuando era más joven y tenía más resistencia física, aquí en
París por ejemplo, escribí una gran parte de Rayuela en cafés. Porque el ruido no me molestaba y, por el
contrario, el lugar me resultaba muy propicio. Trabajé mucho en los cafés...
leía o escribía. Pero con la edad me he vuelto más complicado. Escribo cuando
estoy seguro de tener un poco de silencio. No puedo escribir con música, me
resulta totalmente imposible. La música es una cosa y escribir es otra.
Necesito cierta calma, pero, al margen de todo esto, un hotel, a veces un
avión, la casa de un amigo, o aquí, en casa, son lugares donde puedo escribir.
-¿Y qué ocurre con
París? ¿Qué fue lo que le dio valor para levantar todo y mudarse a París cuando
lo hizo, hace más de treinta años?
-¿Valor? No, no
hizo falta mucho valor. Simplemente tuve que aceptar la idea de que venir a
París y cortar todos los puentes con la Argentina en ese momento significaba
ser muy pobre y tener problemas para sobrevivir. Pero eso no me preocupaba.
Sabía que me las arreglaría de alguna manera. Vine a París primordialmente
porque París, la cultura francesa en general, ejercía gran atracción sobre mí.
Había leído literatura francesa con pasión en la Argentina, así que deseaba
estar aquí y llegar a conocer las calles y los lugares que uno encuentra en los
libros, en las novelas. Recorrer las calles de Balzac y de Baudelaire... era un
viaje muy romántico. Era, soy, muy romántico. En realidad, tengo que tener
mucho cuidado cuando escribo, porque con frecuencia podría caer en... no diría
el mal gusto, tal vez no, pero un poco en dirección a un romanticismo
exagerado. En mi vida privada no tengo necesidad de controlarme. En realidad
soy muy sentimental, muy romántico. Soy una persona tierna; tengo mucha
ternura para dar. Lo que le doy ahora a Nicaragua es ternura. Es también la
convicción política de que los sandinistas están haciendo lo correcto y que
llevan a cabo una lucha admirable; pero no es sólo entusiasmo político, sino
que siento una enorme ternura porque es un pueblo que amo, así como amo a los
cubanos y a los argentinos. Bien, todo eso forma parte de mi carácter. En la
escritura he tenido que cuidarme, especialmente cuando era joven. Escribí cosas
que verdaderamente eran rompecorazones. Eso era verdaderamente romanticismo,
el roman rose. Mi madre las leía y
lloraba.
-¿La fama y el
éxito le han resultado placenteros?
-Ah, escuche, le
diré algo que no debería decir porque nadie lo creerá, pero el éxito no es un
placer para mí. Me alegra poder vivir de lo que escribo, así que tengo que
soportar el aspecto crítico y popular del éxito. Pero como hombre era más feliz
cuando era desconocido. Mucho más feliz. Ahora no puedo ir a Latinoamérica o a
España sin que me reconozcan cada diez metros, y los autógrafos, los
abrazos... Es muy conmovedor, porque con frecuencia se trata de lectores muy
jóvenes. Me alegra que les guste lo que hago, pero es terriblemente perturbador
para mí en cuanto a la intimidad. No puedo ir a una playa de Europa, porque
en cinco minutos hay un fotógrafo. Tengo un aspecto físico que no puedo
disfrazar, si fuera bajo podría ponerme anteojos de sol, pero con mi estatura,
mis largos brazos y todo eso, ellos me descubren desde lejos. Por otra parte,
también hay cosas bellas: hace un mes estaba en Barcelona, caminando una noche
por el barrio gótico, y había una chica norteamericana, muy bonita, que tocaba
la guitarra y cantaba. Estaba sentada en el suelo y cantaba para ganarse la
vida. Cantaba un poco como Joan Baez, con una voz muy pura, clara. Había un
grupo de jóvenes de Barcelona escuchándola. Yo me detuve a escucharla, pero
permanecí en la sombra. En un momento, uno de los jóvenes, que tendría más o
menos veinte años, y era muy joven y apuesto, se acercó a mí. Tenía una torta
en la mano. Me dijo: "Julio, toma un pedazo". Así que yo tomé un
pedazo y me lo comí, y le dije: "Muchas gracias por acercarte y
convidarme". Él me dijo: "Pero escucha, te di muy poco comparado con
lo que tú me diste a mí". Yo le dije: "No digas eso, no digas
eso", y nos abrazamos y él se alejó. Bien, cosas como ésas son las mejores
recompensas de mi trabajo como escritor. Que un muchacho o una chica se
acerquen a hablarme y a ofrecerme un pedazo de torta, es maravilloso. Así vale
la pena el trabajo de escribir.
© The Paris Review - www.theparisreview.org
Selección: www.agensur.info
Lea la entrevista completa (en inglés) en el siguiente enlace: http://www.theparisreview.org/interviews/2955/the-art-of-fiction-no-83-julio-cortazar
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