Los presidenciables
saben lo que vale la legitimación del Papa. Por qué a Massa
le cuesta más que a
Scioli y Macri.
Por Roberto García |
El visitante, sabiendo que el comentario incomodaría al
propio Papa, le confió: “Estás un poco más… grueso”. Respondió el anfitrión
celestial, con escaso humor y casi disculpándose: “Sí, es cierto, acá no camino
como en Buenos Aires, eso me hace engordar” (le faltó agregar que ahora cena
casi obligadamente, al revés de sus tiempos de arzobispo, en el Episcopado
porteño, cuando se quedaba solo después de las seis de la tarde y, en
ocasiones, sorteaba la comida o apenas si se cocinaba una hamburguesa).
Otros
tiempos, otra vida. Pero el cambio en la dieta no altera su pasión por seguir
la interna política argentina que, muchos, estiman más ventilada en el Vaticano
que en Buenos Aires (donde, a la inversa, se ventila con esmero la política del
Vaticano: basta ver la tarea demoledora y eficiente aplicada para privar a
Alfonso Prat-Gay de una designación en el banco pontificio). Recibe entonces
Francisco a ciudadanos cargosos repentinamente creyentes, gente que hasta dona
y va a misa (en Roma, claro), a empresarios o figuras de los partidos que le
colman los oídos con chismes, dulces o impresiones. Nunca imaginó el Papa que
su ascenso provocaría tamaño desborde turístico de fe, aunque su propia
curiosidad electoral también motiva este trasiego.
De los tres candidatos presidenciales más conspicuos,
arrancó mejor Daniel Scioli: debía imaginar con razón que, de acuerdo con una
filiación juvenil nunca olvidada, el cura née Jorge Bergoglio prefería para
2015 un gobierno peronista. Aparte, en sus relaciones públicas como
funcionario, nunca había confrontado con el cardenal, al que sí hostigaron los
Kirchner. Además, eran víctimas del mismo desdén, de la sospecha constante y,
por lo tanto, compartían esa resignación católica de poner la otra mejilla ante
la adversidad. Consiguió rápido la foto, la consabida audiencia, le habrá
agradecido gestiones ad hoc a un conocido del Pontífice de otras épocas, un ex
“guardián” (por la fracción rabiosa Guardia de Hierro).
Prudente, Scioli no sacó demasiadas ventajas de esa
relación: evitó el precio de interferir en el abrupto giro que hizo su dama
referente –alusión a Cristina, no a su esposa Karina–, quien luego de hostiles
desencuentros se inclinó ante el Papa. Y, como no hay corazón cristiano que se
resista al arrepentimiento femenino (los ateos, dicen, son más crueles en ese
sentido), la habilitaron para ocupar la primacía pública en el vínculo. Scioli
hoy se mantiene en la grilla preferencial, aunque ciertas decisiones de su
gobierno complican el entendimiento de la instrucción sexual en los colegios a
las médicas estaciones móviles que en la Provincia practican abortos
controversiales, según denuncian allegados a monseñor Héctor Aguer, de La
Plata, obispo que otrora manifestaba diferencias no demasiado sutiles con
Bergoglio.
Otro que avanzó como un gigante veloz fue Mauricio Macri,
quizás porque su administración alberga en el área educativa, quizás a pedido
de la jerarquía, a un ex seminarista que siempre entusiasmó a Francisco, José
María del Corral. Simpático, oficiando de hermano menor, cuentan como una aventura
su ingreso al Vaticano –merced a la audacia colaboracionista de un cura
uruguayo– el mismo día en que fue ungido el nuevo papa. Gracias a su
intermedio, se supone, también Macri y su familia obtuvieron la foto (en la
asunción logró una ubicación privilegiada en relación con Cristina), más de una
audiencia y hasta logró derribar ciertos prejuicios sobre su pasada orientación
política y una vida holgada económicamente no del todo afín con los preceptos
franciscanos. Quizás no sea el preferido, pero no ingresará al Index: se formó
en el Cardenal Newman, y ese dato, tan caro a las amistades del alcalde
porteño, conserva su peso hasta en Asís.
Menos grato, en cambio, ha sido el acercamiento del tercer
candidato, Sergio Massa, aún sin la foto y la audiencia con Francisco. Quienes
lo merodean afirman que esa reunión está agendada antes de que concluya el año,
pero el encuentro tropezó con problemas ciertos, de arrastre: desde las
prevenciones atribuidas al Pontífice cuando los Kirchner pretendieron desalojarlo
del Arzobispado y Massa ocupaba la jefatura de Gabinete al intento de no herir
ni malquistar a la propia Cristina, de reconocido enojo con el ahora diputado
proveniente de Tigre (habrá que incluir a otro odioso en esa lista
gubernamental, Hugo Moyano tampoco pudo disfrutar de foto y audiencia a pesar
de que se esforzó en gastos y mediadores). Ya sabe Francisco, como anécdota,
que Massa no participó de la cumbre destituyente del matrimonio Kirchner, en la
que junto a Oscar Parrilli y Carlos Zannini urdieron un golpe de Estado en la
Iglesia para destronar a Bergoglio. Pero vivió mucho tiempo con la información
equivocada sobre la presencia de Massa en esa reunión. Eran momentos de guerra
con esos oficialistas, hoy deliberadamente apartados, aunque se mantienen como
estigmas en la conformación histórica de quien apagó fríamente el Putsch con
mano de hierro. No olvidar que proviene de una Compañía sofisticada, los
jesuitas.
Esa enmienda salvada se nubló con otros episodios,
convertidos aun en reproches flotantes para Massa: 1) no tuvo luego, desde
aquella reunión en la que no participó, ningún momento de aclaración con el
arzobispo; 2) tampoco el Papa, ya en funciones, entendió en su lógica las
disculpas que le transmitió un presunto emisario de Massa (Jorge O’Reilly), ya
que nada había que perdonar si no integró la fronda; y 3) tal vez no fue
efectiva la redacción de una carta personal que el candidato le envió a
Francisco por indicación de especializados en el tema. Al menos, todos saben de
la inclinación epistolar del Papa, y los que no lo saben se habrán enterado por
Gustavo Vera, el legislador que dice tener más de 130 misivas de su amigo
eclesiástico. Massa, en rigor, copió la jugada de Mauricio Macri, quien
–sabedor de la debilidad del religioso por estos intercambios manuscritos–
suscribió un texto para allanar su camino a Roma. Parece que el mensaje de
Massa ofreció características menos piadosas que el de Macri, tal vez no se
sometió al rigor jerárquico que supone el Vaticano como obediencia religiosa.
Claro, Massa viene de la escuela pública. Aún así, con tropiezos, más temprano
que tarde, refunfuñando tal vez, el ahora grueso Pontífice lo recibirá.
0 comments :
Publicar un comentario