Por Liliana Bellone (*) |
Las metamorfosis
de Ovidio no dejan de subyugar y
perturbar al lector a través de relatos donde el mito se carga de la doble
cualidad de luz y oscuridad de lo divino. Hombres, dioses, héroes, animales,
plantas y montañas, parecen moverse al unísono del gran Todo. Sin embargo, casi
dos mil años después de Ovidio, un checo de lengua alemana, irrumpe desde una
desacralizada ciudad europea moderna y burguesa, regida por el capitalismo, los bancos, la
bolsa, con otra Metamorfosis, la terrible, visceral Metamorfosis de Franz Kafka.
Lo monstruoso acompaña la metamorfosis
kafkiana, el insecto doliente que provoca estupor a su familia, ese espantoso bicho que es Gregorio Samsa ante sus semejantes, encontrará tal vez menos
horror en las criaturas de otro gran
escritor, esta vez latinoamericano, Julio Cortázar.
Ocurre que lo monstruoso kafikiano, con su carga de
pesadilla y delirio, surge en la escritura de Cortázar desde lo cotidiano. Un
señor vomita conejitos, otro es un pez, una Circe moderna alimenta de horror,
deseo y muerte a sus pretendientes, renacen los bestiarios domésticos, en una
atmósfera que no deja de situarse en el espacio ambiguo y enrarecido del sueño
y la vigilia, de la fantasía y el delirio, de las fobias y lo siniestro. Esos
espacios indefinidos y confusos, aparecen también en no pocos cuentos de
Borges, donde el narrador y los personajes dudan entre la realidad y el sueño,
entre lo acontecido y la fantasía: en el cuento “El sur”, por ejemplo, el
protagonista se hunde en un sopor que lo lleva, primero, hacia los arrabales de
la ciudad, y luego hacia la pampa añorada que es el sur y la muerte, o en “Las
hojas del ciprés”, el enemigo queda para siempre prisionero de la pesadilla del
narrador-Borges. Del mismo modo, el personaje de “La noche boca arriba” de
Cortázar, pasa del ámbito del sueño al de la vigilia y viceversa hasta el punto
de no saber cuál de las instancias es la verdadera y cuál la ficticia.
Esa franja ambigua que remite al delirio o a la fantasía,
esa indefinición constante habita en la narrativa de Borges y Cortázar y evoca
los mundos kafkianos cargados de angustia. Como en aquel cuento famoso que Bioy
Casares, Silvina Ocampo y el mismo Borges recogieron en su célebre Antología de la literatura fantástica y
que dice así:
Chuang-Tzu soñó que era una mariposa, al
despertar no sabía si era Tzu que había
soñado que era una mariposa o era una mariposa que había soñado que era Tzu.
La ecuación
soñar-saber-ser presenta la dimensión de la identidad, ¿qué somos? ¿quiénes
somos?, preguntas que se plantean en los increíbles mundos narrativos de Kafka,
Borges y Cortázar, que arremeten contra la visión monolítica del ser, las
esencias y los absolutos para indagar el territorio de la nada, de lo incierto
y lo relativo en un laberinto infinito de posibilidades.
El extrañamiento del propio ser, en el cuerpo o en su imagen
(Borges habla del “horror a los espejos) que son el extrañamiento ante el
“otro”, el semejante, muestra su arista literaria en el tema del doble, en el
escalofrío que produce la división del sujeto, como el famoso Dr. Jekyll and Mr. Hyde de Stevenson o El retrato de Dorian Gray de Wilde. El
“otro” como siniestro provocará también lo monstruoso, el “otro” que acosa y
que espera: “La casa de Asterión” de Borges. También lo monstruoso surge en
el hogar, la casa que se torna extraña y
amenazante como en “There are more things” de Borges o en los objetos como en
“El libro de arena” también del autor de Fervor
de Buenos Aires.
El monstruoso y desdichado Gregorio Samsa ha sido escrito y
reescrito desde las angustiosas pesadillas, pasando por la desintegración del
cuerpo hasta la prolongación en objetos tenebrosos que provocan una visión desacostumbrada
en la concepción del mundo.
(*) Narradora, poeta, ensayista y crítica literaria.
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