Por Jorge Fernández Díaz |
Un amigo que estudió marxismo leninismo en la escuela
Komsomol de Moscú, que por lo tanto era un ateo total y que jamás había sentido
miedo a los aviones, estuvo a punto de revisar casi todas sus convicciones en
pleno vuelo a Córdoba, cuando una aterradora tormenta sacudió violentamente la
aeronave, tuvieron que suspender el servicio y descubrió la imagen más temida:
oculta tras una cortina, la azafata rezaba angustiosamente un rosario.
Cristina
Kirchner fue por un momento esa misma azafata el martes último, cuando a través
de la cadena nacional confesó estar muy nerviosa, y cuando se quebró en
lágrimas durante un anuncio que tendría impacto político e institucional, y que
precisaba llevar calma a la población y a los mercados. El episodio, que cayó
como una bomba dentro de su propio gabinete, es por demás curioso, puesto que
no se trató de un arrebato emocional inesperado en el transcurso de un acto con
militancia y claque, sino de un mensaje cuidadosamente grabado en soledad y a
puertas cerradas. El llanto y la alusión a los nervios, en consecuencia,
podrían haberse borrado y vuelto a filmar, pero evidentemente fueron incluidos
a propósito. Esta pequeña decisión de trastienda revela que a la Presidenta le
interesó más el efecto "heroína de telenovela" que la prudencia y el
temple balsámico de un estadista frente a un anuncio de semejante sensibilidad
económica. Eligió filtrar su carácter melodramático, impulsivo y quizá
temerario, contra la lógica necesidad de exorcizar serenamente una gran
incertidumbre.
La anécdota ilustra a su vez la verdad detrás de todas estas
maniobras "nacionalistas": una vez que la distracción condujo al
Waterloo de Nueva York y la leche estaba derramada, primó la idea de sacar
ventajas politiqueras antes que solucionar con discreción, rapidez y
profesionalidad el pequeño gran desperfecto que el mismo gobierno había
generado. Es así como de una sentencia por una suma irrisoria derivamos en esta
situación de emergencia nacional y repercusión planetaria alrededor de un tema
que parecía cerrado: la deuda externa argentina. Y que el kirchnerismo dejará
abierto e inconcluso al marcharse a casa, no sin antes exprimirlo para su
provecho narrativo y para correr a la oposición con la vaina. La apropiación
indebida de la palabra "patria" con fines puramente electorales y por
lo tanto antipatrióticos es una tosca jugada que los adversarios todavía no han
sido capaces de desarticular.
En ese contexto tampoco suena sincero el teatral llamado de
la Presidenta a los dirigentes opositores. Proponer un cambio de jurisdicción
tan polémico hubiera exigido una seria ronda de consultas y una búsqueda real
de consensos con referentes y especialistas de cada partido. Pero como la
verdadera misión no es la patria sino la supervivencia, Cristina les avisó por la
tele, les tiró por la cabeza el paquete cerrado y pretende ahora sacarlo a lo
guapo en el Parlamento, pasando por alto que su proyecto hegemónico ha muerto,
que debe abandonar el sillón de Rivadavia en apenas 472 días y que no se le
puede aplicar la metodología autocrática a un asunto clave para la estabilidad
futura del país.
No existe en la gestión kirchnerista el mínimo intento por
democratizar esta transición. Es más, hasta el final del mandato se arroga el
derecho de vapulear a todos y a cada uno de los dirigentes de la oposición
parlamentaria. Lo hace casi a diario, con una feroz impunidad que ya ni llama
la atención y desde las pantallas mismas del Estado, donde esos legisladores
son tratados como imbéciles, siniestros y funcionales a los intereses foráneos,
es decir: como traidores a la patria.
Un ejemplo tétrico de estos días le ocurrió al líder
socialista Hermes Binner, a quien el Poder Ejecutivo decidió desacreditar con
una lluvia de burlas e injurias sólo por haber aludido a la legendaria frase de
Adam Smith "la mano invisible del mercado". El poder de toda esta
acción sistemática de verdugueo estatal se encuentra claramente reñida con la
ética, aunque ya no sorprende ni molesta a casi nadie. Por el contrario, muchas
víctimas de esas campañas diseñadas en la Jefatura de Gabinete se calzan la
medalla con orgullo. Pero no por naturalizadas dejan de ser lo que son: deseos
presidenciales de destrucción masiva que la televisión pública acata como
órdenes irreductibles. Lejos de respetar a sus legítimos oponentes, la
Presidenta manda todo el tiempo a destruirlos. Y cuando resistan en el recinto
la aprobación de la nueva ley del canje los acusará de ser directamente
empleados de los buitres, porque está en su naturaleza: ella comanda un
movimiento nacional y los demás forman parte de la miserable partidocracia de
los cipayos. A mi izquierda está la pared y a mi derecha, el desierto.
Un dato relevante de estos días es la cantidad de
funcionarios de primera línea, ya no simples peronistas sino insospechados
kirchneristas de paladar negro, que le confiesan en voz baja al periodismo su
franca desesperación por el inédito aislamiento de la jefa, la influencia
absorbente y exclusiva de Axel Kicillof (cuyo mayor tema de preocupación en
privado es la expansión territorial de sus dominios), y la cadena interminable
de pifiadas y bandazos que el Gobierno viene produciendo en todas las áreas.
Escuchar los desatinos y los malos presagios en boca de los incondicionales
produce la misma sensación que oír el Padrenuestro de aquella azafata.
A Cristina le gusta servirse de un grupo de izquierdistas de
hojalata que ni siquiera estudiaron en Komsomol y que, para hacer méritos,
siempre están prestos a acercarle teorías estrambóticas a modo de coartadas. El
mecanismo funciona de esta manera: si un día los psicoanalistas se rebelaran
contra el Gobierno y la Presidenta tuviera ganas de dividirlos y castigarlos
por tamaña osadía, algún amanuense vendría con su bandeja de excusas y le
ofrecería la experiencia estalinista, que consistió en combatir las ideas de
Freud por individualistas y contrarrevolucionarias. A Cristina le regocijan esa
clase de hallazgos ilustres, que incorpora al relato y al bullying mediático.
Lástima que tanto interés histórico y tanto denuedo intelectual no sirvan para
crear un paraíso social, sino apenas una modesta y rancia revolución
santacruceña.
Es así como el gobierno que venía a resolver los problemas y
a normalizar el país termina creando problemas nuevos y originales, y
consagrando la anomalía y el esperpento. La Argentina está en todos los diarios
del mundo por un tifón que puede transformarse en un tsunami, tiene la segunda
inflación más alta de la Tierra, posee un cepo cambiario que debería ser objeto
de estudios antropológicos, y a pesar del auge de la soja, acaba de entrar en
recesión preocupante. ¿Todas esas transgresiones son gratuitas? La Organización
Mundial de Comercio falló esta semana contra nosotros por violar las reglas, un
alegre deporte nacional: Japón, Estados Unidos y la Unión Europea opinan que
deberían sancionarnos, ¿pero qué nos importan esas naciones irrelevantes si son
parte del capitalismo terminal?
Tocan a su fin para la patria verdadera, aquella que
prescinde del marketing y de la vana semántica, las batallitas culturales, puesto
que la crítica realidad impondrá más temprano que tarde la obligación de dar la
gran batalla económica. Que consiste, según admiten hasta los más conspicuos
kirchneristas, en desarmar las minas explosivas que dejaron plantadas e
intentar que las esquirlas no dañen una vez más al pueblo.
0 comments :
Publicar un comentario