Por Fernando González |
Los 100 años del nacimiento de Julio Cortázar, que se
cumplieron el martes pasado, tuvieron todo tipo de homenajes en la Argentina y
en el mundo. Lo que jamás imaginó el creador de Rayuela es que uno de esos
homenajes se lo iba a hacer un dirigente en la Casa Rosada. El jefe de
gabinete, Jorge Milton Capitanich, tuvo ayer un par de conceptos tan pero tan
surrealistas que el gran Julio se los hubiera envidiado.
Las Historias de
Cronopios y de Famas, en los que retrató desde las Instrucciones
para matar hormigas en Roma hasta las Conductas de los espejos en la isla de Pascua, podrían haber incluido perfectamente
las teorías conspirativas del imaginativo
funcionario chaqueño sobre el comportamiento del dólar y la conducta perversa de los medios de comunicación.
Es posible que las conferencias de prensa de cada día,
protagonizadas por Capitanich a eso de las ocho de la mañana, se conviertan con
el paso del tiempo en un género literario estudiado por los académicos del
lenguaje. Ayer mismo, día bravo de paro general de los gremios opositores, el
estrellato se lo llevó sin embargo el valor del dólar blue que atormenta a las
autoridades económicas y a buena parte de la sociedad argentina.
"Sobre la publicación de precios se promueven acciones antojadizas con la
complicidad de los medios de comunicación y las agencias internacionales de
noticias, absolutamente pagadas por cuevas o entidades financieras que actúan
indirectamente", denunció con gravedad el jefe de gabinete. Y no contento con ello
agregó que los medios "mienten sistemáticamente respecto al valor de las transacciones y pretenden
generar expectativas negativas y desfavorables para inducir un proceso de
devaluación, que obviamente no va a ocurrir".
Ex gobernador, peronista, atleta experimentado de los
pasillos del poder, no es Capitanich el primer dirigente que cae bajo los
efluvios de la fiebre conspirativa. La enfermedad es epidemia entre los
políticos y, sólo para hablar de la democracia reciente, podemos enumerar a Alfonsín,
Menem, Cavallo, De la Rúa, Duhalde y a Néstor y a Cristina Kirchner como
algunos de los que quedaron en algún momento presos del encierro conspirativo.
Pero ninguno de ellos exhibió el grado de detalle con el que
Coqui Capitanich expone sus teoremas en las mañanas. Hace algunos días,
insistió con uno de sus hits: el "dólar cocaína",
una droga tan adictiva e ilegal que ningún
argentino podría resistirla. Afortunadamente, ni
las cuevas financieras de la City ni los fondos buitres nos han obligado a los
medios de prensa a que los incluyamos entre las diferentes cotizaciones del
dólar que tanto complican nuestra vida diaria. Dólar oficial, dólar blue, dólar
turista, contado con liquidación. La desorientación K multiplica los nombres de
los dólares mientras descienden la cantidad de los peces y de los panes.
Es curioso. Pero el universo de los funcionarios tiende a
poblarse de metáforas e imágenes surrealistas en vez de concentrarse en
respuestas concretas para los males verdaderos y simples de reconocer como la
inflación, la recesión o la caída del empleo. Los discursos oficiales se llenan
de buitres amenazantes, de cuevas financieras siniestras o de dólares que
cobran vida propia. Y se van alejando de la realidad a medida que los problemas
se multiplican. La búsqueda permanente de culpables se vuelve entonces mucho
más compleja y, claro, mucho menos creíble.
Hay un cuento de Cortázar que recrea un clima asfixiante y
replica sensaciones parecidas a las que van encerrando al Gobierno. Casa Tomada, el thriller
fascinante de una familia que va perdiendo el control de las habitaciones de su
casa, ha sido interpretado (sin demasiado rigor) como una alegoría del
peronismo invasivo e intolerante de la década del 50
que el escritor argentino resistía. Es hora
de que Capitanich y tantos otros funcionarios se escapen de la literatura para
emprender rápido el regreso a los desafíos de la Argentina real. Al final del
camino esperan las soluciones pendientes y el destino frágil de los ciudadanos
de carne y hueso.
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