CFK reunió a
Capitanich, Kicillof y Fábrega, quien volvió
al círculo áulico del Gobierno.
Por Roberto García |
Debería imaginarse un carro laureado, una apoteótica marcha
romana celebrando el triple triunfo, con la muchedumbre vitoreando desde las
gradas. Y, sin embargo, al presunto festejo lo acompaña una silenciosa
depresión. Como si no hubiera nada que festejar. O no valiera la pena hacerlo.
Raro en un Gobierno que disfrutó siempre con estos logros, a menudo con goce
sobre sus rivales.
Pero en esta ocasión, cuando en los próximos días consiga tres
leyes determinantes y controversiales (cambio de jurisdicción de los bonos, la
de abastecimiento y la de hidrocarburos), no se advierte ese placer habitual
sobre el ejercicio del poder. Mas bien impera una sigilosa cautela, un
ostensible nerviosismo.
Quizás sea que la imposición política del número mayoritario
en el Congreso no apaga la aparición de otros números atemorizantes en la
marquesina: de la trepada del dólar al dato del costo de vida, de la friolera
que el Tesoro requerirá al Banco Central mensualmente para financiarse a la
caída de las reservas, de la merma en la actividad económica a la acechante
reducción del empleo. No es para cantar victoria ni aún en la victoria.
Más cuando se corrige sobre la marcha, cuando se borra lo
que se escribe o cuando una palabra contradice la siguiente. La suma de estos
episodios patológicos resulta sobrecogedora. La propia Cristina lo habrá
advertido cuando esta semana convocó de urgencia a Olivos a su lenguaraz
Capitanich, al dilecto Kicillof y al auxilio de última instancia, Fábrega. Toda
una sorpresa la llegada del titular del BCRA: estaba acosado por Economía, que
aspira a su desplazamiento y, como si ese complot no fuera un propósito
individual, la Presidenta lo había eliminado de su agenda preferencial. Pero
Ella, algo urgida por los acontecimientos, lo convocó de repente y hasta le
permitió contrariar a Kicillof dejándole subir las tasas cuando su ministro,
diez días antes, las había bajado.
Tanta incongruencia en la sala teatral facilita la
incredulidad de la audiencia, bajen o suban las tasas: suele ocurrir que la
gente se contrae cuando ve que las cajas de dinamita se trasladan al voleo como
si fueran ladrillos. También, parece,
Cristina escuchó números inquietantes suministrados por Fábrega que el
ministro no le transmite para no amargarla.
Hubo cruces y reproches a pesar de que juntos –pero
discordantes– han firmado todo lo que se desliza por la pendiente. Al menos,
así lo reconoce Capitanich. Y como la culpa siempre es de otros, para salir del
mal paso, Cristina avaló reclamarle a los bancos extranjeros la apertura de
cartas de crédito para importar, en energía, unos 2.000 millones de dólares.
Mas que una colaboración, una exigencia. También aprobó una gragea consumista para que los bancos que financien préstamos
con tarjeta por más de un año, sin interés, puedan aplicarlo en la reducción de
encajes.
Mínimos placebos que no entusiasman a Kicillof: le
encantaría una poda mayor en el sistema financiero, hace tiempo que guarda
odios imprescriptibles al sector, a ciertos personajes en particular.
Paz momentánea, suficiente para que Ella se recupere hasta
en su atención personal, luego de haberse abatido en jornadas lúgubres por los
ajetreos de Griesa & Cía: tanto esmero dispuso en su refaccion individual
que los veteranos oficiales que la recibieron hace tres días en el Ejército
confesaron cierto deslumbramiento al verla sensual y atractiva, con virtual uniforme blanco y negro de
Courreges, el cabello inusualmente recogido.
Por cinco minutos de oxigenación, entonces, aceptó la baja
de tasas de Fábrega y a su ministro le encomendó visitar el Alvear, al
seminario del Council, donde produjo obviedades destacadas, como insinuar una
economía de guerra como si no hubiera sido ganada la década. Tampoco pudo explicar
la razón por la cual Portugal, en peor situación que la Argentina, se endeuda a
tasa negativa mientras él ni siquiera obtiene un préstamo de dos dígitos. Eso
sí: reiteró, sin mencionar fuentes que lo comprometan, la apolillada monserga
que desde más de tres años atrás predican tenaces ortodoxos sobre una eventual
suba de tasas en EE.UU. que afectaría a los emergentes y al mercado de
acciones. Algunos emergentes, en verdad, se han afectados solos (Argentina)
mientras el índice de la bolsa norteamericana bate todos los récords. Alguna
vez va a cambiar esa tendencia, por supuesto; pero quienes actuaron como piensa
el jefe económico, hace tiempo que están frente a la iglesia pidiendo limosma.
Del triple triunfo legislativo a consumarse, hay ciertos
flancos no explorados por la ansiedad gubernamental de fondos. La ley de
abastecimiento, por ejemplo, desnuca a los productores agropecuarios: creen que
será el instrumento para obligarlos a desprenderse de la soja acumulada en los
silos de plástico y que hoy guardan como reserva de ahorro. Piensan rebelarse
ante cualquier intento de confiscación. Otros, para esta norma, le auguran un
deliberado sistema de precios, semejante a una ley añeja que rigió el mercado
de medicamentos, desdoblado según necesidades, demanda y beneficiados. Nuevo
batifondo, si se aplicara. En cuanto a la ley que altera la jurisdicción de los
bonos y la batalla para no cumplir el fallo de Griesa (y la justicia de
EE.UU.), supone irritación y apartamiento de inversores, algo opuesto a lo que
propone la otra norma a aprobarse, la que reforma la ley de hidrocarburos.
Paradójico al menos, ya que anular en una norma el distrito de Nueva York como
sede judicial, luego de haberla aprobado y firmado, no parece que vaya a abolir
esa exigencia en la otra ley energética a sancionarse, pues el objeto de Miguel Galuccio, de YPF, es
ofrecer la mayor cantidad de provisiones al capital extranjero para que
entierren fondos en Vaca Muerta.
Menos mal que se tratan en forma independiente ambas leyes,
que son secretos los convenios venideros como los de Chevron y que nadie
precisa los valores transados entre YPF y ciertos gobernadores para la sanción
legislativa, ya que si un iluso pretende encontrar hilación política o
económica en los enchufes, su electrizado destino parece irrevocable. Aunque
siempre, como diría el Capitanich definido por Luis Barrionuevo, habrá un
periodista para esa tarea pagado por intereses ajenos a los del país.
© Perfil.com
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