Szifrón es el alter
ego de Kicillof, el joven rico con tristeza que no renuncia a las riquezas pero
sí –simbólicamente- al sistema que las produce.
Damián Szifrón: el "sistema" y la "pobreza". |
Por Martín Rodríguez
El niño marxista habita la Argentina. Es el joven rico con
tristeza que quería Menem, pero al revés: renuncia, aunque no exactamente a las
riquezas, sí simbólicamente al sistema que las produce. Argentina 2014: a la
figura de un ministro de economía judío, hijo de un psicoanalista, marxista,
que en el crepúsculo del modelo irrita los capitales e imagina la expansión
ilimitada del Estado, se le acopla su alter ego de la industria cultural:
Damián Szifrón.
Es el inicio del axelismo. Decir lo correcto en el lugar
incorrecto. “Cuando desperté, el dinosaurio capitalista todavía estaba allí.”
Decirle a Mirtha Legrand que si fuera pobre sería ladrón. No albañil. Y hay que
ver esa mesa: la cara fastidiosa de Mirtha (el debate la agarró en pantuflas),
la cara de Darín tratando de traducir a cristiano sensible la semblanza
extremista de Szifrón, y el ceño de Oscar Martínez, un descreído que tiene en
su mesa de luz un cascote del Muro de Berlín. El problema es el sistema. La ley
es la sangre prometida de las clases dominantes. Una verdad a medio revelar en
el laboratorio de la Argentina energúmena.
Damián Szifrón es un hombre de la industria. Es un joven
mimado por la crítica, al que uno de los principales empresarios del país (Hugo
Sigman) y uno de los principales directores de cine del mundo (Pedro
Almodóvar), desde sus respectivas productoras, le dieron el crédito para llevar
a cabo su “más ambiciosa obra”. Szifrón no hace exactamente cine de autor, ni
raspa el fondo de olla de los subsidios estatales para filmar su vanguardia
para cuatro gatos locos, sino, es el cineasta que originó uno de los mejores
programas de la televisión en la Argentina, Los Simuladores, donde patentó su
visión de la historia en plena crisis: justicias y venganzas cuerpo a cuerpo en
la selva social.
El macartismo vulgar lo atendió porque se metió estos días
en camisa de once varas por hacer uso del razonamiento simple al que un buen
izquierdista puede arribar: la raíz social de los mil delitos cotidianos. Dijo
lo que dijo, y cuando se quiso acordar, ya era el quinto día de bullying
mediático donde su cabeza rodaba como pelota de trapo. Asumir la izquierda o la
derecha en la vida política argentina, amigos, compañeros, es lo más exigente
que hay. La ideología es un salto desde los lugares comunes hacia el lugar
donde nada es natural, un salto sin red hacia la complejidad del mundo.
Szifrón hizo la película del zeitgeist kirchnerista
(“Relatos salvajes”) y en su promoción de prensa (que incluyó la visita a ese
almuerzo institucional de la TV) se sintió precipitado a nombrar los camellos
del capitalismo: ¡nos rodea la injusticia social! “Yo, así como me ve, rubio,
bello, con mi esposa que acaba de mostrar su ropa y sus joyas, podría ser un
asesino”, dijo. El “sistema” es una máquina de producir pobres. La “pobreza” es
una máquina de producir asesinos. Un mundo fácil, didáctico y filoso. “¿A quién
me sentaron en la mesa?”, habrá pensado Mirtha Legrand. Al autor de una versión
de la vida social de estos años construida en seis piezas, seis relatos cuyo
hilo invisible es el salvajismo latente bajo la corteza de la civilización.
Seis “un día de furia” que pintan en cada una de sus aldeas el desierto de lo
real, el desierto argentino sin nación.
Sin embargo, lo que dijo Szifrón sobre la violencia social,
se enmarca dentro de lo que Marcelo Saín considera “relatos bien intencionados
sobre el delito”. Es el polo opuesto al populismo punitivo que curten Granados,
Berni o Massa (los tres peronismos). La buena intención de Szifrón (su
corrección política) también cae en la criminalización de los pobres y no va al
núcleo de la connivencia entre políticos, policías y delito. ¿Sólo la mano
invisible del capitalismo produce delincuentes inevitablemente pobres? Szifrón
es un director de cine, no un ministro de seguridad, se puede razonar a la hora
de pedirle responsabilidad en las palabras. Es un artista, no un hombre de
Estado. Y dice algo que “está bien”, que se puede decir a riesgo también de
unidimensionalizar el problema de la delincuencia. La Argentina de esta segunda
década del siglo nos encuentra con ideologías intactas, pero la inseguridad es
el principal temor de los argentinos. Un miedo bacteriológico difícil de
ordenar. Algo que no se resuelve ni por izquierda ni por derecha, al menos
según los costos y tiempos promedio de nuestro orden democrático.
Damián Szifrón hizo una película salvaje sobre por qué este
orden no cierra, y quiso ser en lo de Mirtha un personaje de sus relatos.
Entendámoslo también así.
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