miércoles, 27 de agosto de 2014

Al Congreso a perder el tiempo

Por Gabriela Pousa
Y henos aquí nuevamente jugando el juego que la Presidente quiere. Guste o no, en esa magna tarea nos encontramos. Entendiendo poco, auto analizándonos porque no comprendemos siquiera como al gobierno se le permite todo. Se lo permitimos. La conjugación del verbo no es azarosa, y es lo que marca la diferencia. Allí radica uno de los más graves problemas, el resto nacen en Balcarce 50.

Pero es la sociedad quién está adoptando el rol de Vladimir y Estragón esperando a ese Godot que nunca llegó. Posiblemente, más interesante que medir la imagen de los dirigentes sería hacer un sondeo de opinión para dilucidar qué queremos los argentinos porque a juzgar por la parsimonia que nos caracteriza, pareciera que estamos cómodos en la complicidad de este status quo que estableció Cristina.

Nada ha cambiado. Podrán decir que la inflación se aceleró, que la inseguridad aumentó sus víctimas y que la violencia en general ganó la calle en Argentina. Pero pocos se atreverán a confesar que si eso pasó, hay un porcentaje de responsabilidad que los ciudadanos se han negado a aceptar y hay un verbo que se erradicó de nuestro vocabulario: reaccionar. Estamos sin reacción. Espectadores pasivos, cómodamente sentados en butacas de un teatro.
Hoy el país es un Cambalache. Si acaso preguntan a un vecino cuál es el tema del día, difícilmente tenga la respuesta y de tenerla, al cotejarla con otras de amigos o familia, no habrá coincidencias. Es que la realidad sin eufemismos, nos dice que no sabemos ni lo que queremos ni lo que está pasando en serio. O queremos un país como Suiza pero que el Estado nos siga subsidiando la vida…

El subsidio es a los argentinos la cicuta impuesta a Sócrates. En completa posesión del hastío y la abulia, esperamos el fútbol del domingo, nos ponemos contentos porque los chicos volvieron de bailar ilesos, y contamos el mango para ver de qué manera podemos alterar lo menos posible nuestros hábitos.

En síntesis, sobrevivimos a un presente que se eterniza como si el futuro ya no tuviese cabida en Argentina. Pero este “carpe diem” no es el de “la sociedad de los poetas muertos“, es una versión berreta, una manipulación artera del tiempo. Ya no se puede medir la calidad de vida, en todo caso habría que buscar algún parámetro para medir la calidad de supervivencia en la ignominia. Y lo más adusto es ver como muchos han encontrado su confort en este teatro. La resignación obra milagros.

En “Ciudadela”, su obra póstuma, Saint Exupéry hace referencia a una sociedad a la que consideraba inútil ayudar puesto que no querían soluciones a sus males, por el contrario se regodeaban con estos a punto tal que su resolución los haría desaparecer como pueblo. Y entonces me pregunto si los argentinos sabríamos vivir sin estas crisis perennes, si estamos dispuestos a pagar el precio que hay que pagar por ello. La prosperidad de los países desarrollados costó sangre. Nada es gratis.

La Presidente hace lo que ha hecho siempre: patear la pelota, que la responsabilidad de todo cuanto pasa o deja de pasar sea de otro, no importa si se trata de un enemigo real o imaginario, si este se halla dentro o fuera. Se le ha dejado “gobernar” de esa manera. Y por eso estamos por asistir a otro pacto con Irán, a otra Ley de Medios… Es decir, a pasar semanas escuchando temas y asuntos que jamás serán puestos en marcha o no alterarán nada aún cuando se los trate como si fueran decisivos de la vida democrática.

De aprobarse la ley de Abastecimiento, no hay duda que pasará a la faz judicial donde todo se demora más de lo debido, y para cuando salga el fallo que habilite o no la norma, estaremos otorgando los cien días de gracia al nuevo gobierno.

Otra maniobra para dilatar las cosas es la oferta a los fondos buitre. No aceptarán por lógica no por capricho. Una parodia, un artilugio de la presidencia por estirar una pelea que le dio buen rédito a la hora de medirse en encuestas. A las deudas se las honra, antes o después, se las paga. No hay magia.

De este modo, nos indignaremos inútilmente por un proyecto de ley que no veremos aplicarse en lo sucesivo como no vimos llegar a los iraníes a declarar en el marco de la causa AMIA, ni como vimos desaparecer a TN de la grilla.

Todo lo que hace el kirchnerismo es amenaza y amedrentamiento. Show, puesta en escena,circo. La valentía para una revolución en serio está muy lejos de una fuerza que ha dejado de ser tal para pasar a ser un dúo jugando a gobernar. El mentado Frente Para la Victoria es historia, un anatema, un sello de goma. Sólo existen Kicillof y Cristina.

La Argentina no vive una democracia en serio porque los partidos políticos se extinguieron, las doctrinas se vaciaron, las ideologías se adaptan a la conveniencia de momento, y las convicciones mutaron a ambiciones desmedidas. Ya no se muere radical. Ya no se muere peronista.

En síntesis, ya nadie puede discernir los contenidos que priman en los movimientos que fueron protagonistas de la recuperación democrática. Entramos en la era de los personalismos. Es Sergio Massa, es Daniel Scioli, es Lilita Carrió, es Mauricio Macri, es Hermes Binner, es Ernesto Sanz. No hay unidades básicas ni comités, no hay militancia. Hay hordas de jóvenes llevados en micros a los actos de Casa Rosada. Hay entusiastas seguidores de unos u otros sin garantía de ser decepcionados antes que cante el gallo.

Con buenas intenciones no se saca adelante a un país, y esto es lo único que expresan los candidatos. Se convirtió la democracia es un domingo que se vota, se transformó la política en un negocio, y la Argentina quedó limitada a un club social y deportivo de barrio que cualquiera puede aspirar a hacerse cargo. Entonces, aparece la ronda de los absurdos postulantes cuyo mérito es solamente el descaro para atreverse a decirlo en la TV y en los diarios. Ni vergüenza ha quedado.

En este contexto, la jefe de Estado se siente más cómoda de lo que pensamos. El default puede matar la economía pero si acaso reditúa en las encuestas, lo viviremos cual fiesta. “Cristina o Griesa”, no es un slogan antojadizo. Es la necesidad del gobierno por apelar al sentimiento nacionalista, al populismo berreta, y todavía son muchos los argentinos enamorados del mismo.


La mandataria aprieta pero no ahorca porque una cosa es parecer nazi, facho o chavista, y otra muy distinta es tener el coraje para bancarse las consecuencias de esos males. Y nadie puede imaginarse a Cristina suicidándose como Hitler o eligiendo una clínica en Cuba como Hugo Chávez.
Fernandez de Kirchner es la auténtica representante de la nueva rica socialista. La que vive en Avenida Libertador y viaja a París a comprarse carteras pero se enorgullece de que su hijo vista la remera del Che. Hasta es capaz de comprarle un diario y una motocicleta…

Cristina es una pose. El problema es que los argentinos en su conjunto también estamos siéndolo. Somos una apariencia de ciudadanos comprometidos pero si ese compromiso puede ser llevado a cabo desde el sillón del living o mediante la tablet o la laptop.

Sino ¿cómo se explica que veamos chicos compartiendo zapatillas para ir a la escuela, otros hambrientos de agua, de comida, mientras un gobernador paga seguidores en Facebook? Si acaso hoy los misioneros no exigieron su renuncia no es porque sean buenos, es porque el asistencialismo y la cultura del subsidio los convirtió en siervos. Como expusiera Albert Camus, la única salida es la rebelión pero para eso es preciso tener conciencia de la situación. Y acá sólo tenemos el asombro furtivo que dura lo que dura el informe que nos lo muestra en televisión.

Lo importante seguirá sin hacerse. Haremos lo que mejor sabemos: perder el tiempo. Ni la inflación menguará, ni la violencia dejará de ser tal porque lo que viene es la parodia de un Congreso discutiendo aquello que después será obsoleto, pero hoy es lo que le sirve a Cristina. Y suya sigue siendo la caligrafía en la agenda política.


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