Por Gabriel Pousa |
No es el procesamiento a un vicepresidente aquello que nos define
realmente. Ya se sabe, siempre llueve sobre mojado. Pero claro, una cosa es
una llovizna pasajera y otra una tormenta eléctrica. El paraguas de
Cristina ya no alcanza para tapar nada.
Esta situación recuerda las macabras inundaciones que sufrió, en abril
de 2013, la ciudad de La Plata.
A todos los tapaba el agua, otros ya
estaban ahogados y muchos cadáveres escondidos para que el costo político no
sea tan alto.
Ahora ocurre lo mismo. Al gobierno lo tapa el agua, hay funcionarios
ahogados, y hay cadáveres políticos que deben ser escondidos porque de lo
contrario se sabrá qué o quién los ha matado. Y habrá que pagar otro
costo político alto.
Cristina no tiene las manos limpias. Sus huellas digitales están en todas partes,
posiblemente quedaron debajo de las de Amado Boudou, razón por la cual cuesta
un poco más sacarlas a la luz. Pero si algo parece sobrarle a la Argentina es
tiempo. De lo contrario, ¿cómo explicar once años de un gobierno que
podrá tildarse de pasable, mediocre, malo o pésimo pero no puede evitarse
catapultarlo como el más perverso y endemoniado?
El único recurso no renovable lo desperdiciamos con una liviandad
imperdonable. En once años hemos enterrado amigos, parientes, conocidos pero no porque
murieron como muere la gente en todas partes, sino por la desidia, la
ineficacia, el desprecio y la ausencia de un Estado mínimo que de respuestas en
lugar de entrometerse en la vida privada de los ciudadanos.
Albert Camus decía que “el modo más fácil de conocer un país es
averiguar cómo se ama y cómo se muere allí”.
En la Argentina de “la década ganada” se ama a las apuradas, y los
ansiolíticos y antidepresivos baten récord de ventas en las farmacias. En
la Argentina de la “década ganada” se puede morir asfixiado en un boliche,
atrapado en un vagón, ahogado porque llovió, asesinado por un par de
zapatillas, acribillado por sicarios, apuñalado por ir un domingo a ver a tu
equipo al estadio…
Es verdad, así se conoce a un país. El procesamiento del
vicepresidente frente a todo eso no significa nada, ni dice demasiado más que
tuvimos un delincuente en un alto cargo, y la verdad es que tuvimos tantos… Es
cierto, ahora hay un juez que hizo lo que debía hacer. Ni más ni menos, y un
fiscal inocente sentado en el banquillo de los acusados. Campagnoli es
un rehén de lo que no supimos o quisimos hacer. Nosotros deberíamos rescatarlo
más que un equipo de abogados.
Pero la noticia que sacudió un viernes a la noche cuando ya no pasaba
nada, fue el procesamiento tildado como insólito e inédito. No porque Amado
Boudou tuviese fama de santo sino porque en la Argentina de la “década
ganada” el Cambalache de Discépolo es Biblia sagrada.
Al unísono está el juez Griesa y los fondos buitre, el consumo que no crece, los despidos disfrazados, las paritarias solapadas, los sindicatos mostrando los dientes y lo que realmente es insólito y grave: la Presidente ausente, callada.
Mientras, el país se debate entre un gatopardismo que nos sosiegue o el cambio drástico porque no hay más margen para esos retoques nimios que desplazan a un ministro para que suba otro peor que el que se ha ido, y así sucesivamente. La transformación verdadera de la Argentina requiere remover todo. Meter el bisturí hasta el fondo. El artilugio del asfalto electoral sobre el bache ya no engaña a nadie.
Entremedio una duda que persiste: ¿Acaso alguien le avisó a la jefe de Estado que los frentes abiertos son demasiados y convendría cerrarlos? ¿Acaso le importa algo? Sí, la impunidad que está empezando a perder. Cristina ya no duerme bien. Siempre llega ese momento en que hay que enfrentarse al monstruo que se ha creado, y la Presidente lo halla al mirarse en el espejo de su cuarto.
Desde hace años, en este mismo espacio, venimos recalcando que la Justicia era y es la clave para menguar la enorme capacidad de daño de un gobierno que convirtió al país en un negociado. A algunos, el miedo los paralizó, a otros la complicidad los conformó; al resto, la comodidad les arrebató ese mañana soñado…
Hoy, los artífices de la “década ganada” nos dejan inflación,
inseguridad, violencia desatada, mal trato generalizado, gasto público
exorbitante, empresas apoderadas, instituciones destrozadas, las Fuerzas
Armadas politizadas, falta de infraestructura, estadísticas falseadas,
narcotráfico y sicarios, caída de consumo, causas judiciales inventadas,
persecución ideológica, embargos, la AFIP convertida en Gestapo, juicios
populares en Plaza de Mayo, recesión, mentiras sistemáticas y la experiencia de
haber estado en manos de una mafia. Los eufemismos que suavizan ya no
sirven para nada.
Es cierto, el escándalo fue la noticia de un vicepresidente procesado
pero no es ni remotamente lo más grave que nos está pasando. Boudou es
apenas un soldado. De la dictadura, Cristina rescató la obediencia debida, del
menemismo, el circo. Hoy Boudou es eso: un obediente payaso de un show que se
va acabando. La historia se ocupará de situarlo en su lugar.
Ahora, más que desear que la Justicia ponga final al proceso que acaba
de empezar, hay que buscar la autora intelectual de este descalabro que
nos define, no por la calidad de vida, sino por esas muertes atroces tan
distantes de la ley natural de la vida.
Recién cuando las vidas arrebatadas a destiempo y las ausencias absurdas
dejen de ser lo común y normal en este suelo, algo mucho más importante que una
década habremos ganado… Hasta que eso ocurra seguiremos perdiendo años,
de escándalo en escándalo.
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