Por J. Valeriano Colque |
En estos días son noticia algunos cambios en las promociones
de comercios, tarjetas de crédito y bancos, y los descuentos por liquidación de
temporada en el caso de la indumentaria.
Sin dudas estos cambios están relacionados con la necesidad
de reacción frente a un escenario, para la actividad comercial, diferente del
que teníamos hasta el año pasado.
Gran parte de lo que está ocurriendo con el sector
comercial, que está sufriendo importantes caídas de ventas en sus distintos
formatos, es consecuencia de la evolución del poder adquisitivo de los
salarios.
Casualmente, INDEC publicó hoy los datos de salarios del mes
de mayo, con un incremento del 2,3 % mensual en el caso de los salarios del
sector privado formal, es decir, los salarios en blanco de los empleados en
empresas privadas.
También publicó los datos correspondientes a los salarios
del sector público y del sector privado no registrado (es decir, en negro).
Pero no tiene demasiado sentido analizar estos últimos. No porque no sean
importantes (claramente lo son), sino porque no son muy confiables.
Según INDEC, mientras los salarios en blanco subieron 29,9 %
entre mayo de 2013 y mayo de 2014, los salarios en negro subieron 41,4 %.
Teniendo en cuenta la inflación en ese periodo, los datos de INDEC implican una
pérdida de poder adquisitivo de los salarios en blanco del 8 %, y un
crecimiento del poder adquisitivo de los salarios en negro del 0,1 %. Resulta
difícil imaginar qué puede estar ocurriendo en las empresas para que los
salarios en negro estén subiendo mucho más que los salarios en blanco, y estén
logrando así preservar poder adquisitivo.
Ocurre que las estadísticas de salarios son más confiables
para los salarios en blanco que para los salarios en negro, ya que el “dibujo”
estadístico es más difícil en los primeros que en los segundos. Por ejemplo, no
resultaría creíble mostrar salarios en blanco 40 % superiores a los del año
pasado, ya que ningún sindicato acordó aumentos de esa magnitud. Los resultados
de las paritarias, observables, ponen un límite a la posibilidad de dibujar sin
que se note. No existe tal límite en el caso de los salarios en negro.
Lo que está ocurriendo con los salarios en blanco no es
novedad. Ya fue anticipado meses atrás en notas anteriores.
Esta evolución del poder adquisitivo de los salarios explica
muchos fenómenos económicos. Por ejemplo, la caída de la actividad comercial,
reflejada en la caída de los volúmenes comercializados en los shopping centers
(cifras de INDEC), en la caída de las ventas minoristas (CAME en todo el país)
o la caída en las ventas de supermercados e hipermercados (Cámara Argentina de
Comercio).
También explica la caída en las ventas de planes de ahorro
para vivienda, especialmente si se tiene en cuenta que el poder adquisitivo de
los salarios, en términos del costo de la construcción, fue en mayo un 9,9 %
inferior a un año atrás.
Explica la caída en las ventas de autos (cifras de ADEFA y
ACARA), teniendo en cuenta que el salario en dólares (oficiales, los que
impactan sobre el precio de venta de los autos) fue en mayo un 15,4 % inferior
a un año atrás.
Y explica por qué, a diferencia de lo que ocurría en 2011,
cuando la inflación ya era muy alta, pero todavía no reducía el poder
adquisitivo de los salarios, hoy la inflación es una preocupación generalizada
en la sociedad.
Con salarios siguiéndole el ritmo a la inflación, o incluso
ganándole, como ocurría en 2011, la inflación termina siendo casi una anécdota.
Pero con los salarios subiendo a menor ritmo, como ocurre
este año, la inflación muestra toda su crueldad.
Cada vez alcanza
menos
Casa, automóvil, educación, salud, impuestos al día y algo
de esparcimiento. No es mucho pedir para una familia de clase media típica,
pero ¿cuánto cuesta sostener esta pretensión casi básica?
Un relevamiento realizado muestra que dos salarios promedio
del sector privado formal no llegan a cubrir la totalidad de los ítems que
conforman una canasta de bienes y servicios de consumos de clase media.
Esta canasta, prevista para una familia tipo de cuatro
personas, incluye alimentos, limpieza e higiene relevada en los supermercados
locales todos los meses. A esto se agregan los impuestos, seguro del auto, pago
de servicios, cuota de un colegio privado económico, gastos de transporte y
mínimos desembolsos de salud e indumentaria.
Esta canasta (aquí denominada “común”) tiene un valor de
12.092,67 pesos. Comparado con un relevamiento similar del costo de vida total
en Salta para la clase media, hace cuatro años es 176,2 % mayor.
Pero, además, hay otros gastos que una familia de clase
media ya tiene incorporados desde hace tiempo a su consumo habitual y que son
parte del nuevo ritmo de vida de este segmento de la población: una empleada
doméstica, sobre todo cuando ambos padres trabajan; transporte escolar,
actividades extraescolares como un deporte o inglés (cada vez es más requerido
en el ámbito laboral el manejo de un segundo idioma); y salidas de
esparcimiento. Si a esto se le agrega una mínima previsión para mantenimiento
del hogar o del auto, esta canasta total llega a 15.758,67 pesos. Y es 153,7 %
superior a una similar de abril de 2010.
En el primer trimestre de este año, el sueldo neto (de
bolsillo) promedio en Salta para un empleado registrado del sector privado era
de 7.220 pesos, según la información del Instituto Nacional de Estadísticas y
Censos (Indec).
Esto quiere decir que, ni siquiera con dos salarios promedio
(si trabajan ambos miembros de un matrimonio) se llega a cubrir la canasta
mejorada. En el caso de la canasta común, se necesita más de un sueldo y medio
(1,67 remuneraciones) para cubrir los gastos básicos de una familia de clase
media.
Un punto a considerar es que esta canasta no incorpora el
gasto por vacaciones anuales (prorrateado en cada mes) ni tampoco salidas en
fines de semana largos, algo muy común por lo menos hasta el año pasado, debido
al aumento de los feriados. Tampoco se agregó la cuota que implicaría ahorrar
para cambiar el automóvil, o la compra de algún electrodoméstico o tecnología.
Así, un matrimonio con dos hijos, en el que ambos padres
trabajen y cobren el salario promedio en Salta, no podría darse el “lujo” de
tener estos gastos. Mucho menos, le alcanzaría para ahorrar para un futuro o
para un imprevisto (lo aconsejable es un 10 % de los ingresos).
¿Cómo cubre la clase media este desfasaje? ¿Cómo hace para
ahorrar algo, o tomarse unas mínimas vacaciones? Con estos niveles de precios y
salarios, no le queda otra opción que recortar algunos gastos de esta canasta.
Este retroceso comienza por aquellos ítems que no son esenciales (salidas,
indumentaria, arreglos de la casa) pero siguen con los consumos básicos.
Los datos de Salta sobre caída interanual de las ventas
físicas en los supermercados (8,1 % en el primer trimestre del año, según
Ieral) muestran que el recorte también llegó al consumo de productos básicos:
alimentos, limpieza e higiene.
Consumos de peso
Dentro de los gastos de una familia, hay rubros que tienen
un alto impacto.
Entre ellos, tradicionalmente, se ubica el alquiler de una
casa (en este caso de dos dormitorios), que ronda los 3.000 pesos en un barrio
de clase media típica. En lugar de un alquiler, una familia podría pagar un
crédito hipotecario (los montos dependen de cuándo se haya sacado el préstamo).
Con la inflación, se suman otros consumos que adquieren
impacto, como la nafta: llenar dos veces el tanque (de 45 litros) al mes
requiere desembolsar 1.165,50 pesos, tras los últimos aumentos (el último del 4
%). Así, pasó a representar casi el 10 % del total de la canasta común.
También la educación registra una alta participación. Una
familia con dos hijos que van a un colegio privado de nivel medio, y manda por
medio de un transporte escolar tendrá que desembolsar todos los meses 1.900
pesos. Esto no incluye el resto de los gastos, como librería o meriendas.
Pero es la compra mensual en el supermercado la que sigue
teniendo el mayor peso en la canasta total: a fin de junio sumó 3.512,99 pesos,
con un aumento de 177 % en cuatro años. De esta manera, el desembolso para
comprar alimentos y productos de limpieza es de casi el 30 % de los gastos
básicos.
Recesión endógena
Entre octavos y cuartos de final del Mundial, 2014 cerró su
primera mitad del año con un balance muy negativo–al menos en lo económico–para
la evolución de la actividad argentina.
Que estamos en recesión, es algo que ni el propio Indec se
anima a poner en tela de juicio, aunque en una magnitud menor y menos
preocupante que el consenso de los centros de estudios macroeconómicos.
Esta vez, la retracción en el volumen de bienes y servicios
que se producen en el país no obedece primordialmente a causas externas. Es, en
sentido estricto, una recesión endógena aun bajo los excelentes valores y
demanda de nuestras principales commodities y exportaciones agropecuarias.
Agotado el modelo de impulsar el consumo y el nivel de
actividad sin atender a otras variables claves, lo peor parece llegar en el
segundo tiempo, que empezó el 1° de julio. El efecto paritarias que iba a
dinamizar la demanda nunca llegó. Y los aguinaldos–en muchos casos diezmados
por el Impuesto a las Ganancias–están siendo usados para “tapar huecos” y
acomodar las finanzas familiares.
No sólo las ventas de inmuebles y de autos entraron en el pantano:
las cajas de los supermercados despachan menos unidades y sienten una
sustitución de productos típica de una recesión. Los formatos mayoristas y
ventas por pack son cada vez más frecuentes en este sector cuyo termómetro mide
día a día la economía hogareña.
Para el segundo tiempo que empezó, el equipo económico se ve
bastante mal parado. Con Kicillof saltando de la OEA para pedir apoyo contra
los fondos buitre al acuerdo para aumentar los precios cuidados, poca claridad
se ve en las metas de gobierno. Si bien el conflicto en el juzgado de Griesa no
es un hecho menor, la economía argentina tiene otras prioridades para poner al
tope en la agenda de gestión.
Confeccionar un plan para contener la inflación, alineando
expectativas y pujas sectoriales en torno de ese programa, es la gran materia
pendiente. Si algo en ese sentido no se programa para esta segunda mitad del
año, una nueva vuelta de tuerca devaluatoria empujará la calesita de los
precios al siguiente escalón. 20 % de inflación anual nos parecía escandaloso
hace un par de años y hasta la Presidente se inmoló en los archivos afirmando
que con una inflación del 25 % anual, el país “estallaría por los aires”. Luego
nos acomodamos al 30 % anual y ya nos parece inevitable hablar de 40 % al año.
Un nuevo escalón en esta escalada sería la peor noticia del año. Y dejaría al
Gobierno exhausto para disputar todo 2015.
(*) Economista
© www.agensur.info
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