martes, 15 de julio de 2014

Salario…cada vez alcanza menos

Por J. Valeriano Colque
En estos días son noticia algunos cambios en las promociones de comercios, tarjetas de crédito y bancos, y los descuentos por liquidación de temporada en el caso de la indumentaria.

Sin dudas estos cambios están relacionados con la necesidad de reacción frente a un escenario, para la actividad comercial, diferente del que teníamos hasta el año pasado.

Gran parte de lo que está ocurriendo con el sector comercial, que está sufriendo importantes caídas de ventas en sus distintos formatos, es consecuencia de la evolución del poder adquisitivo de los salarios.

Casualmente, INDEC publicó hoy los datos de salarios del mes de mayo, con un incremento del 2,3 % mensual en el caso de los salarios del sector privado formal, es decir, los salarios en blanco de los empleados en empresas privadas.

También publicó los datos correspondientes a los salarios del sector público y del sector privado no registrado (es decir, en negro). Pero no tiene demasiado sentido analizar estos últimos. No porque no sean importantes (claramente lo son), sino porque no son muy confiables.

Según INDEC, mientras los salarios en blanco subieron 29,9 % entre mayo de 2013 y mayo de 2014, los salarios en negro subieron 41,4 %. Teniendo en cuenta la inflación en ese periodo, los datos de INDEC implican una pérdida de poder adquisitivo de los salarios en blanco del 8 %, y un crecimiento del poder adquisitivo de los salarios en negro del 0,1 %. Resulta difícil imaginar qué puede estar ocurriendo en las empresas para que los salarios en negro estén subiendo mucho más que los salarios en blanco, y estén logrando así preservar poder adquisitivo.

Ocurre que las estadísticas de salarios son más confiables para los salarios en blanco que para los salarios en negro, ya que el “dibujo” estadístico es más difícil en los primeros que en los segundos. Por ejemplo, no resultaría creíble mostrar salarios en blanco 40 % superiores a los del año pasado, ya que ningún sindicato acordó aumentos de esa magnitud. Los resultados de las paritarias, observables, ponen un límite a la posibilidad de dibujar sin que se note. No existe tal límite en el caso de los salarios en negro.

Lo que está ocurriendo con los salarios en blanco no es novedad. Ya fue anticipado meses atrás en notas anteriores.

Esta evolución del poder adquisitivo de los salarios explica muchos fenómenos económicos. Por ejemplo, la caída de la actividad comercial, reflejada en la caída de los volúmenes comercializados en los shopping centers (cifras de INDEC), en la caída de las ventas minoristas (CAME en todo el país) o la caída en las ventas de supermercados e hipermercados (Cámara Argentina de Comercio).

También explica la caída en las ventas de planes de ahorro para vivienda, especialmente si se tiene en cuenta que el poder adquisitivo de los salarios, en términos del costo de la construcción, fue en mayo un 9,9 % inferior a un año atrás.

Explica la caída en las ventas de autos (cifras de ADEFA y ACARA), teniendo en cuenta que el salario en dólares (oficiales, los que impactan sobre el precio de venta de los autos) fue en mayo un 15,4 % inferior a un año atrás.

Y explica por qué, a diferencia de lo que ocurría en 2011, cuando la inflación ya era muy alta, pero todavía no reducía el poder adquisitivo de los salarios, hoy la inflación es una preocupación generalizada en la sociedad.

Con salarios siguiéndole el ritmo a la inflación, o incluso ganándole, como ocurría en 2011, la inflación termina siendo casi una anécdota.

Pero con los salarios subiendo a menor ritmo, como ocurre este año, la inflación muestra toda su crueldad.

Cada vez alcanza menos

Casa, automóvil, educación, salud, impuestos al día y algo de esparcimiento. No es mucho pedir para una familia de clase media típica, pero ¿cuánto cuesta sostener esta pretensión casi básica?

Un relevamiento realizado muestra que dos salarios promedio del sector privado formal no llegan a cubrir la totalidad de los ítems que conforman una canasta de bienes y servicios de consumos de clase media.

Esta canasta, prevista para una familia tipo de cuatro personas, incluye alimentos, limpieza e higiene relevada en los supermercados locales todos los meses. A esto se agregan los impuestos, seguro del auto, pago de servicios, cuota de un colegio privado económico, gastos de transporte y mínimos desembolsos de salud e indumentaria.

Esta canasta (aquí denominada “común”) tiene un valor de 12.092,67 pesos. Comparado con un relevamiento similar del costo de vida total en Salta para la clase media, hace cuatro años es 176,2 % mayor.

Pero, además, hay otros gastos que una familia de clase media ya tiene incorporados desde hace tiempo a su consumo habitual y que son parte del nuevo ritmo de vida de este segmento de la población: una empleada doméstica, sobre todo cuando ambos padres trabajan; transporte escolar, actividades extraescolares como un deporte o inglés (cada vez es más requerido en el ámbito laboral el manejo de un segundo idioma); y salidas de esparcimiento. Si a esto se le agrega una mínima previsión para mantenimiento del hogar o del auto, esta canasta total llega a 15.758,67 pesos. Y es 153,7 % superior a una similar de abril de 2010.

En el primer trimestre de este año, el sueldo neto (de bolsillo) promedio en Salta para un empleado registrado del sector privado era de 7.220 pesos, según la información del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec).

Esto quiere decir que, ni siquiera con dos salarios promedio (si trabajan ambos miembros de un matrimonio) se llega a cubrir la canasta mejorada. En el caso de la canasta común, se necesita más de un sueldo y medio (1,67 remuneraciones) para cubrir los gastos básicos de una familia de clase media.

Un punto a considerar es que esta canasta no incorpora el gasto por vacaciones anuales (prorrateado en cada mes) ni tampoco salidas en fines de semana largos, algo muy común por lo menos hasta el año pasado, debido al aumento de los feriados. Tampoco se agregó la cuota que implicaría ahorrar para cambiar el automóvil, o la compra de algún electrodoméstico o tecnología.

Así, un matrimonio con dos hijos, en el que ambos padres trabajen y cobren el salario promedio en Salta, no podría darse el “lujo” de tener estos gastos. Mucho menos, le alcanzaría para ahorrar para un futuro o para un imprevisto (lo aconsejable es un 10 % de los ingresos).

¿Cómo cubre la clase media este desfasaje? ¿Cómo hace para ahorrar algo, o tomarse unas mínimas vacaciones? Con estos niveles de precios y salarios, no le queda otra opción que recortar algunos gastos de esta canasta. Este retroceso comienza por aquellos ítems que no son esenciales (salidas, indumentaria, arreglos de la casa) pero siguen con los consumos básicos.

Los datos de Salta sobre caída interanual de las ventas físicas en los supermercados (8,1 % en el primer trimestre del año, según Ieral) muestran que el recorte también llegó al consumo de productos básicos: alimentos, limpieza e higiene.

Consumos de peso

Dentro de los gastos de una familia, hay rubros que tienen un alto impacto.

Entre ellos, tradicionalmente, se ubica el alquiler de una casa (en este caso de dos dormitorios), que ronda los 3.000 pesos en un barrio de clase media típica. En lugar de un alquiler, una familia podría pagar un crédito hipotecario (los montos dependen de cuándo se haya sacado el préstamo).

Con la inflación, se suman otros consumos que adquieren impacto, como la nafta: llenar dos veces el tanque (de 45 litros) al mes requiere desembolsar 1.165,50 pesos, tras los últimos aumentos (el último del 4 %). Así, pasó a representar casi el 10 % del total de la canasta común.

También la educación registra una alta participación. Una familia con dos hijos que van a un colegio privado de nivel medio, y manda por medio de un transporte escolar tendrá que desembolsar todos los meses 1.900 pesos. Esto no incluye el resto de los gastos, como librería o meriendas.

Pero es la compra mensual en el supermercado la que sigue teniendo el mayor peso en la canasta total: a fin de junio sumó 3.512,99 pesos, con un aumento de 177 % en cuatro años. De esta manera, el desembolso para comprar alimentos y productos de limpieza es de casi el 30 % de los gastos básicos.

Recesión endógena

Entre octavos y cuartos de final del Mundial, 2014 cerró su primera mitad del año con un balance muy negativo–al menos en lo económico–para la evolución de la actividad argentina.

Que estamos en recesión, es algo que ni el propio Indec se anima a poner en tela de juicio, aunque en una magnitud menor y menos preocupante que el consenso de los centros de estudios macroeconómicos.

Esta vez, la retracción en el volumen de bienes y servicios que se producen en el país no obedece primordialmente a causas externas. Es, en sentido estricto, una recesión endógena aun bajo los excelentes valores y demanda de nuestras principales commodities y exportaciones agropecuarias.

Agotado el modelo de impulsar el consumo y el nivel de actividad sin atender a otras variables claves, lo peor parece llegar en el segundo tiempo, que empezó el 1° de julio. El efecto paritarias que iba a dinamizar la demanda nunca llegó. Y los aguinaldos–en muchos casos diezmados por el Impuesto a las Ganancias–están siendo usados para “tapar huecos” y acomodar las finanzas familiares.

No sólo las ventas de inmuebles y de autos entraron en el pantano: las cajas de los supermercados despachan menos unidades y sienten una sustitución de productos típica de una recesión. Los formatos mayoristas y ventas por pack son cada vez más frecuentes en este sector cuyo termómetro mide día a día la economía hogareña.

Para el segundo tiempo que empezó, el equipo económico se ve bastante mal parado. Con Kicillof saltando de la OEA para pedir apoyo contra los fondos buitre al acuerdo para aumentar los precios cuidados, poca claridad se ve en las metas de gobierno. Si bien el conflicto en el juzgado de Griesa no es un hecho menor, la economía argentina tiene otras prioridades para poner al tope en la agenda de gestión.

Confeccionar un plan para contener la inflación, alineando expectativas y pujas sectoriales en torno de ese programa, es la gran materia pendiente. Si algo en ese sentido no se programa para esta segunda mitad del año, una nueva vuelta de tuerca devaluatoria empujará la calesita de los precios al siguiente escalón. 20 % de inflación anual nos parecía escandaloso hace un par de años y hasta la Presidente se inmoló en los archivos afirmando que con una inflación del 25 % anual, el país “estallaría por los aires”. Luego nos acomodamos al 30 % anual y ya nos parece inevitable hablar de 40 % al año. Un nuevo escalón en esta escalada sería la peor noticia del año. Y dejaría al Gobierno exhausto para disputar todo 2015.

(*) Economista

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