La orden de Cristina
de encubrir a Boudou tiene la lógica de la autodefensa en tiempos de fin de
ciclo y de crisis.
Por Alfredo Leuco |
Quién es más golpista? ¿Amado Boudou, procesado por haber
recibido una megacoima que consiste en el 70% de una fábrica de billetes o los
diputados opositores que intentan cumplir con su rol de control que les fija la
Constitución nacional?
¿Quién desestabiliza más las instituciones y ensucia la
investidura de Cristina?
¿El vicepresidente que no puede explicar su
enriquecimiento veloz ni el de su socio, mejor amigo y cómplice o un gobernador
como José Manuel de la Sota que reclama que Boudou pida licencia porque está
acusado de “chorro”? ¿Quién traiciona el voto popular? ¿El que utilizó su cargo
para cometer delitos o los medios independientes que denuncian semejante
inmoralidad?
El silencio cómplice de Cristina y la orden de encubrir a
Boudou tienen la lógica de la autodefensa. Mientras todos estamos atentos a la
causa Boudou, la pelea contra los fondos buitre y el Mundial, la investigación
sobre Lázaro Báez avanza y se acerca cada vez más al apellido Kirchner. Por
eso, Rudy Ulloa Igor, el ex chofer de Néstor, otro que hizo fortunas en tiempo
récord, empezó a desprenderse de sus bienes y a cederlos rápidamente a un
testaferro. Hubo enviados de la familia presidencial para averiguar de quién
eran algunas propiedades del muchacho de condición humilde, ayudante de Néstor,
que en 1998 ya tenía un inexplicable plazo fijo de un millón y medio de dólares
a su nombre. La sabiduría popular dice que el que roba a un ladrón tiene cien
años de perdón, pero no dice nada del que es testaferro de un testaferro.
Inventos argentinos, como el dulce de leche.
Esa desesperación de pensar que si la Justicia se
envalentona irán por ella es la que explica todas las decisiones y los discursos
de Cristina. Utilizar los cuarenta años de la muerte de Juan Domingo Perón para
cobijarse bajo la manipulación de la historia es vergonzoso. En síntesis, ese
día Cristina dijo: Néstor y yo somos como Perón y Evita. Los gorilas y
golpistas acusaron de tener cuentas en Suiza y de estupro a Perón. Es lo mismo
que están haciendo ahora con idéntica complicidad de los grandes medios.
A Perón no le descubrieron cuentas en Suiza, pero a Lázaro
Báez, sí.
Hoy, la matriz corrupta del Estado es la que se convirtió en
una mochila de piedras que no le permite al Gobierno seguir avanzando. Sus
operaciones de prensa ya no duelen porque abusaron del recurso y ahora ya casi
no tienen credibilidad, y sus contragolpes a la Justicia, sus excursiones
punitivas que pretenden ser aleccionadoras para el resto, implosionan en medio
del papelón como el intento de destituir al fiscal José María Campagnoli.
¿Sabrá Alejandra Gils Carbó que se vuelve de todos lados menos del ridículo?
Esta brecha entre el pensamiento lógico y el intento de
ocultamiento de una verdad evidente es la que explica que cuadros políticos
formados intelectualmente como la diputada Adela Segarra, el ex ministro de
Economía Hernán Lorenzino o el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, hayan
padecido una súbita ausencia de lenguaje o un irrefrenable deseo de huir del
lugar incómodo en el que estaban. La legisladora del Movimiento Evita no pudo
responder una pregunta sencilla de Marcelo Longobardi respecto de quién era el
propietario de Ciccone cuando ella levantó la mano para estatizarla. Es que
muchos descubrieron en ese momento, como dijo con lucidez el periodista, que
según las 333 páginas que redactó el juez Ariel Lijo el Congreso estatizó una
empresa cuyo dueño era el vicepresidente, que encabezó la sesión correspondiente
en el Senado de la Nación. Amado es como Dios, está en todas partes. Fue el
privatizador privatizado. Batió todos los récords de malversación de los
dineros públicos y de mal desempeño porque estuvo de los dos lados del
mostrador. Muchos kirchneristas no resisten un Veraz, un archivo, y tampoco una
pregunta simple.
¿Qué podría haber dicho la diputada Segarra? Tierra tragame,
como dijo Hernán Lorenzino cuando una periodista le hizo otra pregunta básica:
“¿Cuál es la inflación en la Argentina?”. Lorenzino se largó con un discurso
antioposición y rechazó las mediciones de las consultoras privadas con
adjetivos e ideología. Muy bien, le dijo la periodista: “Entonces, ¿cuál es la
inflación?”. “Me quiero ir”, dijo el muchacho que se fue y hoy tiene un exilio
de lujo en un cargo más rentado y con menos exposición ante los cronistas
molestos.
Algo similar le pasó a Capitanich cuando tuvo que dar las
cifras reales de la pobreza. Otra vez respondió con un relato combativo e
igualitario de rechazo a lo que informaban los medios no arrodillados. Pero,
ante la repregunta sobre el porcentaje real de la pobreza, tuvo sólo dos
palabras y un acto de suicidio político: “No sé”.
Lo más inquietante es que Axel Kicillof no abandona su sueño
de ser el candidato a presidente de Cristina. Para lograrlo necesita instalarse
con un suceso de gran repercusión, como puede ser arreglar con los buitres en
la cornisa del precipicio y presentarlo como un acto de resistencia heroica.
Pagará de más, como a Repsol y el Club de París, y dirá: “Mejor acuerdo no
pudimos lograr. Los llevamos hasta el límite y los obligamos a aceptar”. Son
fuegos artificiales que dañan la economía real pero que no la van a hacer
entrar en una crisis descontrolada.
Lo que sí puede producir un tsunami institucional es la
tentación chavista de Cristina. La intención de castigar, incluso con la
cárcel, a los que den información que según el cristinismo conspire contra la
democracia. Esa es una señal nefasta. El 9 de julio, en Tucumán, la jefa del
Estado podrá verse cara a cara con Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela.
Podría ser casi un símbolo, aunque ambos, Cristina pero sobre todo Maduro,
están en el peor momento de sus respectivos gobiernos y con la imagen negativa
en pleno crecimiento.
Andrés Larroque, un cuervo contra los buitres en el
aguantadero prepotente en el que transformaron la Comisión de Juicio Político
de Diputados, dijo que no estaban defendiendo a Boudou, que estaban defendiendo
las instituciones ante el intento desestabilizador de una oposición que sigue
la agenda de Magnetto. Esa es la forma del blindaje que el Gobierno intenta
conseguir. Cada crítica, cada investigación, cada información distinta a la
oficial, cada mirada divergente con el oficialismo, será ubicada en el
casillero de la antipatria. Debilitados, intentan meter el mismo miedo que
antes y por eso necesitan llevar su apuesta al extremo.
Huir para adelante siempre es un recurso. El más
irresponsable. El más peligroso.
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