Por Jorge Fernández Díaz |
En un país en el que la ideología ha sido reemplazada por el
relato, el discurso por el libreto y la gestualidad pública por el melodrama,
es una pena que no se rinda sincero reconocimiento a la mejor actriz de la
historia política argentina. Tal vez sea imprescindible para un estadista del
ultramodernismo, en plena sociedad del espectáculo, esa vocación por la
dramaturgia.
Desdichadamente, no hay muchos actores dispuestos a arriesgar el
trabajo y el prestigio para comentar las excepcionales dotes actorales de
Cristina Kirchner. Nos quedamos entonces con dos profesionales que no le temen:
Suar fue el primero en advertir que la Presidenta parecía una chica Pol-ka;
Mirtha Legrand afirmó que era "una actriz frustrada". Ambos superaron
la ironía proporcionando argumentaciones técnicas sobre el talento
interpretativo de Cristina. Luego de once años en el poder todavía se discute
en los cafés politizados de Buenos Aires si ella cree sinceramente en sus
propios inventos, si compra la mercadería que fabrica y, en definitiva, si es
una cínica o una creyente.
El tema, lejos de agotarse, se reactivó esta semana cuando
el telón se abrió demasiado pronto y la protagonista fue pescada fuera de su
personaje. Sucedió en un vagón del Sarmiento, segundos antes de salir al aire,
cuando les dijo a sus militantes: "¿Están todos ya ubicaditos? Miren que
hay que hacer rápido, porque si no viene la próxima formación y nos lleva
puestos". La frase fue tachada de desafortunada por los medios, que esta
vez resultaron un tanto injustos: no se le puede dar carácter público a una
expresión formulada entre bambalinas. Aunque es cierto que confirma la poca
empatía presidencial con el dolor de las víctimas de Once y que su sonrisa
divertida no se correspondía con la pudorosa reparación que intentaba. Pero
ella regresó a tiempo a su tono elegíaco y a su heroísmo discursivo de siempre,
y la función pareció encaminarse. La diferencia entre la persona real y el
personaje quedaron, sin embargo, inmortalizados en ese lapso de cinco segundos,
y en el contraste con la voz y las facciones abnegadas que le siguieron.
"No miro mucho a los políticos porque son muy malos actores", dice la
legendaria Nuria Espert. Eso es porque no ha tenido la oportunidad de seguir
las intervenciones de Cristina ni experimentar desde la butaca del llano la
teatralidad kirchnerista, la ficcionalización de anécdotas y guarismos, el
rebautizo y el disfraz de medidas inconvenientes y una serie de hábiles puestas
en escena que merecerán, en el futuro, más de un ensayo sobre el factor
esencial de la "década actuada": precisamente el fuerte vínculo entre
política y actuación.
Dos días después de este pequeño episodio revelador, la jefa
del Estado cambió el tren por una moto Yamaha, y agregó a su parlamento un
párrafo histriónico y cursi acerca del pleito con los holdouts: "A mí lo
que más me preocupa es la responsabilidad ante la historia -recitó, ante la
mirada de mis hijos, mis nietos y millones de argentinos, porque no me van a
hacer firmar cualquier cosa amenazándome con que el mundo se viene abajo".
Ese rol altruista y emancipador la tiene subyugada: Poliarquía acaba de dar a
conocer una encuesta según la cual su imagen recuperó varios puntos. Hay
público para la película Patria o buitres, aunque se trate de un producto caricaturesco
de clase B. En la jerga de los medios audiovisuales se utiliza el verbo
lunfardista "garpar" para registrar lo que genera rating o audiencia,
y el nacionalismo de pacotilla garpa en la Argentina. Siempre garpó.
La Presidenta, a bordo de la Yamaha, prometió además que no
iba a traicionarse (como ya hizo con el Club de París, al que no le discutió ni
los punitorios) y apuntó dos oraciones significativas: "El país no va a
entrar en default por una razón; en default entran los que no pagan y la Argentina
pagó. Van a tener que inventar un nombre nuevo". Más allá de lo extraño
que resulta este nuevo léxico antiimperialista, según el cual un líder progre
se ufana de oblarles hasta el último centavo a los horrorosos vampiros
financieros, lo interesante se localiza en las palabras "inventar" y
"nombre". Que como se ha dicho es una especialidad de la casa: crear
eufemismos brillantes, hacer novelesquismo ampuloso y preocuparse
principalmente por la semántica, arma imprescindible de una revolución teatral.
Un actor no trata a la ficción como si fuera una mera
mentira, sino como una variación dramática de la verdad. Se entrega a la
fantasía mientras la está actuando, pero jamás se la lleva a casa. Cuando el
personaje fingido se traga al actor estamos en presencia de una patología. ¿Le
sucede esto a la patrona de Balcarce 50? Eso dicen sus colaboradores, a quienes
suele comentarles con seriedad extraños complots internacionales (ahora los
demócratas de Hillary Clinton están detrás de Griesa y sus aves de rapiña), pero
creo que se equivocan: en realidad estas fábulas sólo le sirven para
autojustificar las incompetencias gestionarias. En este caso específico,
haberse olvidado durante seis años de este grano judicial convertido en tumor.
Pero ¿acaso un viejo actor de raza no actúa a veces de sí mismo ante sus
interlocutores privados? Cristina es una las figuras más enigmáticas que ha
producido la política. Nadie la conoce en serio. A lo sumo conocen su criatura
de camarines, poco antes de subir al escenario. Pero sus asesores más
influyentes no logran jamás traspasar el cordón último de su intimidad; nadie
sabe quién es Cristina Kirchner cuando los ensayos se terminan y las luces se
apagan.
El episodio de los buitres es una tragicomedia, y el modo
triunfal en que está siendo manejada (conste que lo digo con admiración) bien
ameritaría otro opúsculo académico: "Cómo cometer un grave error y
convertir a la culpable en heroína virtuosa y al traspié en una gloriosa
batalla por la libertad". No hay que subestimar en esta superproducción
genial a una parte del elenco hundido: los guionistas de la intelectualidad,
por lo general ex estalinistas y ex guevaristas dispuestos a todo para
recuperar y vender a buen precio la fe. Gente que ve en Putin a Lenin y en Xi
Jinping a Mao. Es un fenómeno de segundas marcas: los nuevos líderes no son lo
mismo, pero se les parecen tanto y están tan a mano que aunque son bebidas
rústicas y dudosas dejan en el resignado paladar de los pensadores el sabor de
aquel champagne premium con el que soñaban en su juventud.
A propósito, con China no podemos jugar al modelo industrial
de matriz diversificada. Los chinos tienen una visión bastante objetiva de lo
que puede entregarles el país de Cristina: esencialmente energía y alimentos.
Es que la famosa industrialización kirchnerista se fue desinflando merced a
políticas erráticas, costos inviables y esa costumbre tan nuestra de convertir
el subsidio coyuntural en prebenda crónica. La esperada burguesía nacional
necesitaba muletas para caminar, y hoy anda en silla de ruedas. Un indicador
muestra una vez más la trastienda de la representación teatral: hoy hay menos
obreros industriales que en los aborrecidos tiempos de Menem.
Tanto si caemos como si nos salvamos del default (o como lo
apoden), la economía continuará produciendo martirios, y ése es realmente el
único factor que perturbará la obra montada. Admitamos, no obstante, que la
gran actriz conoce mejor que nadie a la ciudadanía facilista y patriotera. Esa
misma que de vez en cuando parece susurrarle: "Mentime, mentime que me
gusta". Y claro, Cristina le hace caso. Ella se debe a su público.
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