Por Gabriela Pousa |
Si acaso la Argentina sigue siendo todavía, la causa se limita a la
dinámica política que no da tiempo para extinguirse siquiera. Lo que
parece lento corre a velocidades extremas, y aquello que surge efímero y fugaz
se perpetúa de manera indefinida.
Lo cierto es que nada se va, nada nos dice adiós aunque vivamos de
despedida en despedida. Aquello vivido ayer se repite hoy, y volverá en
lo sucesivo porque los cambios son meramente cronológicos.
En los últimos años apenas si cambiamos calendarios. Es la épica del gatopardo.
Fútbol y política deberían ser disciplinas distintas aunque haya mucha similitud entre una y otra. Unos ganan, otros pierden. Se celebran victorias, se lamentan derrotas. Y el mundo no se acaba. Exceso de dramatismo agrega un pueblo que no tiene mucha experiencia en haber sufrido verdaderos dramas.
Seguramente ningún europeo vería una catástrofe si se pierde un evento
deportivo. Ellos han visto ejércitos enteros destruir raíces y
cimientos de su suelo, vieron la sangre derramarse, saben pues qué es y qué no
es grave. En Argentina pareciera que la tragedia no discrimina.
Un choque de trenes por negligencia, un incendio en un boliche por
ausencia de controles y reglas, los cortes de luz, el caos de tránsito, todo
termina siendo igualado y titulado como trágico. En consecuencia, el
verdadero significado de esa palabra se ha vaciado.
Trágica es la pérdida de una vida humana y trágica es la derrota del
seleccionado. La vara con que medimos los hechos es extraña pero no inofensiva.
Daña, nos va dañando.
Quizás eso explique que para la Presidente transmitir partidos
de fútbol por TV es devolver los “goles secuestrados” al igual que
sucedió con algunos seres humanos. Da lo mismo. De ese modo, apoyar
todos a un seleccionado es recobrar patriotismo aun cuando, terminado el
partido, se destroce todo por capricho. Que 90 minutos nos nacionalicen
es tan triste y errado como entender al nacionalismo como odio a lo foráneo.
Hemos perdido el lenguaje y con él todo significado. No podemos
comunicarnos. Los jugadores que llegaron el país en calidad de
subcampeones, no merecen respeto por llegar a una final con dignidad aunque no
la hayan podido ganar, sino que llegaron como héroes porque “le taparon la
boca” a muchos ciudadanos, y no perdieron 7 a 1 como los cariocas. Así lo
expresó la mismísima Jefe de Estado. Es el absurdo el que nos condena al
fracaso.
Nada está en su justo lugar. El país es una caja de Pandora donde todo está
revuelto y nadie sabe a ciencia cierta que puede aflorar de ahí dentro. En
medio de un partido de fútbol se agita la bandera de las Malvinas que son
argentinas. En esto último estamos de acuerdo, pero no hemos visto ni de casualidad
una bandera española exigiendo el peñón de Gibraltar. Ni los rusos
jugaron flameando consignas a favor o en contra de los ucranianos. En el mundo
civilizado todo tiene su tiempo y su espacio. Acá no. Acá está todo mezclado.
Más allá del folclore al que estamos acostumbrados, la previa a
la final con Alemania halló a más argentinos vapuleando a Brasil que
concentrados en los teutones que estaban esperando. Somos así, irracionales,
con doble faz, capaces de convertir en héroes a personajes cuyo único don es
hacer lo mejor en su profesión, lo logren o no.
Héroe fue Juan Carlos Blumberg aunque nadie sepa donde
ejerce su heroísmo hoy. Héroe fue Alfredo De Angeli porque
cortó una ruta para intentar frenar el desguace del sector agropecuario. El
saqueo sigue, su heroísmo nadie sabe. Héroe fue Del Potro cuando
ganó el US Open y Maravilla Martínez hasta que lo bajaron del
ring y llevó el cinturón a Cristina.
Héroes fueron los hermanos Patronelli hasta que un
accidente los dejó fuera de pista. Héroe fue el juez Lijo por
procesar a un acusado con pruebas en su contra, tarea característica de todo
juez. Se dirá que acá no es común lo normal y es verdad, pero en todo
caso en lugar de endiosar seres humanos, convendría señalar y separar a quienes
no saben o no se atreven a hacer bien su trabajo.
Héroe fue Diego Maradona que ahora desparrama hijos por
todos lados. Héroe es el fiscal Campagnoli por cumplir con su
trabajo. Héroe fue el Malevo Ferreyra a quién nadie
prácticamente recuerda. Héroe también se le llamó a Luis Patti cuando
apareció como aquel que, en los 90, disminuyó el delito en Escobar y ganó una
banca en el Congreso Nacional.
En plena dictadura héroe se le gritó a Leopoldo Galtieri cuando
desde el balcón dijo que recuperaríamos las islas… Otro asunto es si
quiere recordárselo o no. A veces la memoria duele y acusa con razón.
Héroe era Messi los dos primeros partidos del Mundial que jugó.
Después el título pasó a Ángel Di María, y en horas no más al arquero Romero,
que atajó dos penales decisivos. A la mañana siguiente el héroe era Javier
Mascherano porque arengó y puso corazón… Héroes que cada vez duran
menos, parecen hechos en Taiwán y ensamblados en Tierra del Fuego.
Es tal la confusión que, en trance de bautizar con idéntico
eufemismo a cualquiera que se destaque un ápice, la Argentina se vació de
próceres, de líderes, de valores y de discernimiento para distinguir el héroe
efímero del real y del eterno.
Hay casilleros disponibles para quién sea nos saque una sonrisa o nos
recree una esperanza. Y es que es quizás, una esperanza lo que nos hace
falta como oxígeno y como agua. Argentina es un país de héroes para todos y
todas pero de esperanzas para pocos y pocas. Ahí está la causa de este
cambalache de heroísmo a la marchanta.
Si apareciera quién prometa abrir el cepo cambiario sería también un
héroe como sucedería con un vecino del barrio que logró correr a un ladrón, y
devolver el bolso que había arrebatado. No hay diferencia entre la
defensa del equipo de fútbol y Alberdi, San Martín o Belgrano. Hasta
se le dice héroe a Néstor Carlos Kirchner… La muerte no otorga heroísmo
si no lo hubo en vida.
Se ha igualado al héroe con el ejemplo, y de allí que surjan líderes de
barro que duran lo que dura la ilusión de una esperanza que nos recreen aunque
sea por un rato. Estamos hambrientos de futuro atados a pasados.
Argentina está llena de ejemplos, buenos y malos. Pretender convertir a
los primeros en héroes es un error que pagamos caro porque nos quedamos sin
referentes y en lugar de imitar, idolatramos.
Una digresión: Mientras estoy cerrando esta nota, escucho al
Secretario de Seguridad, Sergio Berni, decir que el vandalismo de anoche fue
organizado. Ese es el análisis que podría hacer cualquiera de nosotros. 120
personas fueron demoradas una noche entera y liberadas.
Entonces, lo que debe decirnos Berni es quién organizó a los
vándalos ya que esa es su función y, simultáneamente, explicar quiénes fueron
los detenidos y por qué se los liberó. Pero no. Berni se siente héroe por poner
la cara y decir apenas “el responsable de la seguridad soy yo”.
Así estamos: desesperanzados pero eso sí, rodeados de héroes vacuos por
todos lados. Encima el Mundial no lo ganamos (y no es una tragedia
convengamos…)
0 comments :
Publicar un comentario