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domingo, 6 de julio de 2014

En busca de un milagro que dé vuelta el partido

Por Jorge Fernández Díaz
Los militantes se pusieron de pie, se tomaron la cabeza y contuvieron el aliento. Era el minuto 114 de un partido agónico y los norteamericanos ensayaban un tiro libre que podía significar el empate, los penales y finalmente la salvación. Fue una gran jugada preparada: la pelota se coló en el área y Clint Dempsey la atrapó a espaldas de la barrera y estuvo a punto de batir al arquero belga, que se la rebotó milagrosamente con los pies. 

Aunque los encumbrados militantes son antiyanquis furiosos, esa tarde hinchaban secretamente para el equipo de Klinsmann. El anhelo incomunicable de conseguir una guerra futbolística entre la Argentina y los Estados Unidos, con toda la carga simbólica que eso implicaba y la campaña de asimilación que el aparato de propaganda pondría en juego, se frustró a último momento por la suerte y la tenacidad de Bélgica. Pero en la tarde del martes los kirchneristas se relamían porque la alegoría resultaba muy clara y oportuna, y le daba una nueva chance a su publicitada consigna "Patria o buitres", que no logró prender en la sociedad a pesar del empeño de sus múltiples operadores mediáticos y al caldo de cultivo emocional y nacionalista que provoca siempre un Mundial. El fútbol sigue en el centro de la agenda oficial, y no sólo como narcótico. El kirchnerismo es un explorador agotado en una caverna oscura y fría, que raspa una y otra vez dos piedras en busca de una chispa y que intenta en vano producir ese fuego de la épica salvadora. Antes con dos palitos lograba encender cualquier hoguera, pero ahora se le humedeció la hierba. Hay cansancio social, recesión evidente y clima de escándalo y corrupción en el país, y los antiguos creyentes ya no tienen tantas ganas de creer. Algunas encuestas registran esos síntomas: retrocede, por ejemplo, la aprobación a Daniel Scioli. Pero el cristinismo no se atreve a celebrarlo, puesto que analiza adecuadamente la razón última: su acompañamiento a la Presidenta y el hecho indudable de que en crisis económicas instaladas pierden siempre los oficialismos.

Es tan desesperante la búsqueda de un clic que cambie el malhumor que en la Casa Rosada se ilusionan con destrabar el nudo de los holdouts por el simple método de atiborrarlos de bonos y billetes para salir luego a gritar: "Ganamos". Las gestas libertadoras del posmodernismo son así. Nadie cree sinceramente que el plan general incluya una salida heroica, un estado de rebeldía emancipadora ni un default verdadero. Sólo podría llegarse a tamaño desastre por la derrota absoluta de las negociaciones, y ese camino no haría otra cosa que profundizar el fracaso total del proyecto de Cristina Kirchner, que no come vidrio, aunque a veces lo mastica.

Su gobierno acumula opiniones internacionales contra los "buitres" que poco y nada influyen sobre las decisiones judiciales, pero que le permitirían al final decir: gracias a nuestra hábil ofensiva diplomática y a nuestra firmeza hemos conseguido un triunfo homérico contra las fuerzas del mal. Hay que leer cuidadosamente la declaración de la OEA para entender que su "pleno apoyo" a nuestra nación tiene por objetivo de fondo asegurar que los acuerdos entre deudores y acreedores de otros países no queden escritos sobre mesas de arena, luego de este Vilcapugio jurídico en el que Griesa y Cristina metieron a todo el sistema financiero global. Aunque el primer punto del documento festejado públicamente por Balcarce 50 es inequívoco y poco cercano a la epopeya antimperialista. Manifiesta respaldo a la Argentina, pero para que "pueda seguir cumpliendo con sus obligaciones, pagando su deuda, honrando sus compromisos financieros y para que a través del diálogo logre un acuerdo justo, equitativo y legal con el 100% de los acreedores".

El cuadro entero muestra las serias dificultades que atraviesa una presidenta sitiada y con bajas defensas. No puede salir del nefasto cepo cambiario, ni puede evitar las consecuencias judiciales de Nueva York, y tampoco puede atemperar el ocaso de su vicepresidente. Ella habría preferido que con el cepo y los holdouts se tuviera que entender su aborrecido sucesor. También con Repsol, el Ciadi, el Club de París y, sobre todo, con la brusca contracción de la economía, la creciente inflación, la devaluación y los tarifazos. Pero no hubo tiempo y ahora navega en medio del tifón maldiciendo su destino de populista que paga su propia fiesta y pidiendo a sus colaboradores permanentes informes de daños. Las metáforas marítimas, utilizadas por el politólogo Pepe Nun al principio del ciclo, les sientan bien a estos posfacios. La capitana avanza a bordo de un acorazado al que le abrieron un agujero: el affaire Boudou es un proyectil que le perforó el casco. El agua inunda la sala de máquinas y el misil sigue adentro, con posibilidades de estallar. Sin embargo, lo más inquietante para la comandante es que hay otro torpedo en el agua, y que se dirige hacia ella desde lejos pero a velocidad de miedo: el affaire Lázaro Báez. Es por eso que Cristina le habló a su militancia de Yrigoyen y de Perón. No lo hizo como se creyó en un primer momento animada por la suerte de su vicepresidente, sino preocupada por sí misma y para compararse con los "calvarios" de todo líder popular. Dijo que los medios castigaron a esos presidentes. Se olvida de que también castigaron a Menem y a Nixon. Y que aunque algunas de aquellas acusaciones folklóricas carecían de fundamento y eran efectivamente fruto del delirio y del odio de época, otras tenían y tienen la contundencia profesional y documentada de la verdad. El subtexto de su argumento merodea algo que ha sido una línea unánime de razonamiento en la prensa obediente: la relativización de la corrupción en virtud de un bien superior. Se nos quiere convencer una vez más de que debemos perdonar a los corruptos porque la Patria está en peligro, y que si no lo hacemos nos considerarán traidores al pueblo. También que pedirle una licencia a Boudou o sugerir un juicio político, que está previsto en la Constitución Nacional, es atentar contra la democracia. Resulta irónico que el setentismo redivivo recurra a la democracia, sistema en el que nunca creyó y al que atacó desde adentro después del 54% y con la premisa antidemocrática de ir por todo.

Igualmente, muy pocos parecen dispuestos a obedecer esta nueva piscopatía. Es que el estado de la economía deserotiza cualquier romance posible con un gobierno al que se le desploman la credibilidad, el tiempo, el consumo, la industria, la construcción y la creación de empleo privado. Y al que se le escapan el poder, el déficit, los precios y la inflación. Mientras el Mundial asordina un poco el disgusto, baja por primera vez en seis años la venta de naftas y muchos hogares se han anoticiado de que sufrirán aumentos de gas de hasta un 600%. Una encuesta de Poliarquía, publicada esta semana, muestra que el 65% de los argentinos está disconforme con la situación económica.

Los monjes del cristinismo apuestan a que el fútbol con su magia venga al rescate y cambie milagrosamente estas pálidas, y que la selección llegue a la final y, cualquiera que sea el resultado, pueda ser recibida en Plaza de Mayo por una multitud. Y por la Presidenta de los cuarenta millones. Para que ella sugiera que Kicillof es como Messi y que el equipo de Pachorra es como su gobierno: resiste las críticas de los "buitres" de adentro y de afuera, pero nunca pierde la convicción ni baja los brazos. Y al final, siempre vence. Para alegría de todos, y de todas.

© La Nación

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