Hubo algo peor que la
derrota ante Alemania. Fue la cobertura periodística local.
Por Esteban Peicovich |
Aunque entren a llover piedras, alguien debe decirlo. Hubo
algo peor que la derrota ante Alemania. Fue la cobertura periodística local.
Con excepciones, claro, la catarata de apuntes obvios, furcios y altisonancias
superó lo tolerable. La dinosauria repetición de las secuencias no dejó lector,
televidente ni escucha sin estufar. El estilo “plomazo” empañó los enfoques y
el léxico medio utilizado apenas sobresalió del ídem de un buen alumno de sexto
grado.
Los 90 mil lemas que sostienen y dan vida al idioma castellano se
redujeron a mil. En las entrevistas prevaleció el trato admirativo de
costumbre:
-¿Soñaste alguna vez que harías este gol?
Facilismo, descuidismo formal, insustancial abordaje del
fondo. No hubo visión gran angular. Faltó mostrar al Mundial como el
acontecimiento de primera magnitud que es. La sola composición étnica
entreverada en los combates del césped daba para más de un comentario sobre el
remolino social de la época. ¿Nada que apuntar sobre el disperso equipo de
emigrantes argentinos que viven desgajados de su realidad natal? ¿Y sobre el
hecho de que sorprendieran en su propia tierra como éticamente exóticos y
distintos al punto de generar una corriente de simpatía extradeportiva? ¿Los
jugadores de la Selección se fueron por placer o porque la corrupción de
dirigentes y políticos vació de sentido y futuro al fútbol local en el que
buscaban desarrollarse? ¿Le sucedía igual a la mayoría? ¿El fenómeno Grondona
es sólo argentino o tiene réplicas en todos los países del fútbol?¿Cómo no
abordar éstos y otros temazos y sólo machacar sobre el millar de homínidos de
pantalones cortos y culturas cambiadas, ídolos de oro por el sólo don de mimar
bien una pelota con los dedos de los pies? ¿O importaba más, como se hizo,
invadirnos con miles de datos del tipo Robben calza el 43 o Agüero camina
cansino porque de chico andaba mucho a caballo?
Donde más se notó el desinterés por ampliar la paleta
informativa fue en los insoportables bocones con carnet (sic) micrófono y
pantalla que viajaron “para mantenerlos al tanto”. Sus colegas “de piso”
tampoco se inquietaron por analizar y comentar el otro lado de la Luna del
Mundial. Y cada día, salvo los del césped, entró a ser igual a los siguientes.
La onda “plomazo” se estableció soberana y sus efectos se agudizaron. Donde se
mostró nítida fue en la labor (sic) de los enviados especiales (¿?). Faltos de
oficio, sobrados de emoción y con preguntas al garete acabaron cooptados por el
desborde irracional callejero y convertidos ellos mismos en hinchas con micrófono.
Tanto entre los relatores como en los sabihondos de la
física cuántica futbolera de medianoche sobresalió el galimatías. Cada uno
sabía las 300 alternativas a la que podría acudir Sabella y salvo al final
pocos elogiaron del director técnico la mesura en sus juicios y humildad en la
evaluación de los adversarios. “El agua es líquida y además moja” fue el estilo
dominante. Con excepciones nítidas como el sintético, ácido y veraz Norberto
Verea y pocos más.
Entre los superactuados cronistas de calle por momentos
sorprendía algún pichón de creativo. Hubo más de una joya. Guardé ésta:
-¡Dígame señora, pero a boca de jarro, aquí, a boca de
jarro, eh! (sic) ¿No se sintió desahuciada (sic) por el resultado con Alemania?
El fantástico intríngulis del fútbol puede que se deba a que
es un juego de azar disputado por dos rivales que lo suponen de ajedrez. Es el
empate entre el ser y el no ser. De los primeros wines chinos, de los arqueros
egipcios, de los volantes aztecas, a hoy, hubo cambios. En el México precolombino,
tras horas de gambetear y patear una vejiga inflada castigaban al peor jugador.
¿Serían los equivalentes de un árbitro comprado, de un Corleone de la FIFA
precolombina o de un Capo de la AFA revendedor de entradas?
Lo que Tía Google informa es que, por entonces, al berreta
ese lo sacrificaban sobre una piedra negra. No existían Adidas, Puma, Nike ni
Fútbol para Todos. Con sus más y sus menos, ellos lo de “corazón y pases
cortos” lo entendían así. Y extraído el cuore aún caliente, cerraban su picado
del día con un alargue “suplementario” de basket “a puro corazón”. Más breve,
claro.
Es que en sus orígenes, el fútbol iba en serio. Hoy es
lotería de grandes números que dibujan los dedos de los tahures. Habilísimos
más que Messi, driblean a placer lo que les moleste. Si hasta “goles” futuros
hacen, goles a cuenta del fondo de buitres que también tienen... No se sacian.
Las millonadas de hoy no les alcanza. ¿O por qué otro motivo que esa gula sería
el apuro en tener confirmados los Mundiales post Rusia? El de 2022, en Qatar;
el de 2026, en Colombia; el de 2030, en Uruguay…
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