viernes, 11 de julio de 2014

De Maradona a Messi, la grieta está perdiendo una batalla

Por Fernando González
La argentinidad desatada en tiempos de Mundial es una política de Estado. Lo viví en Brasil, en 1992, dos años después de ser subcampeones en Italia ‘90. Cubríamos para la revista Noticias el aluvión argentino que veraneaba exultante y compraba departamentos en Florianópolis. En las madrugadas, los jóvenes invadían las discotecas de Santa Catarina y se trenzaban en duelos tribuneros con los chicos brasileños hasta cerrar las disputas con un cantito agresivo: “"Caniggia los cagó...”", era el epílogo que rescatamos de esas noches con demasiada cerveza. El dato lo tomó el gran Osvaldo Soriano para pintar una crónica magistral en Página 12 sobre la banalidad de la castigada década del ‘90.

Ya pasaron más de dos décadas y la rivalidad mundialista entre la Argentina y Brasil vuelve a alumbrar las playas brasileñas. Ya no están Soriano y el noventismo menemista se vistió de década ganada kirchnerista. La prosperidad construída sobre la arena, las sombras de la corrupción y Boudou encarnando el papel de María Julia. Pero el cancionero argentino sigue recordando a Caniggia (el del gol a Taffarel), a las hazañas de Diego Maradona, claro, y le agrega la ilusión del ídolo emergente, el menos glamoroso Lionel Messi. Le pedimos a los vecinos amargados por la goleada alemana que digan “"qué se siente”". Y disfrutamos la antesala de lo que deseamos sea otra copa para apuntalar el formidable ego criollo.

Ojalá hayamos aprendido algo desde entonces y le pongamos un dique a la soberbia argentina. No hay nada más gratificante que reconocernos en el corazón caliente, en los aires de conquista y en la riqueza de nuestras individualidades. El Che Guevara, el Papa Bergoglio, Maradona y Messi, más allá de cualidades y defectos, muestran a un país que genera personalidades excepcionales. Lo atractivo de este tiempo mundialista es que los liderazgos que vemos partido a partido exhíben humildad, serenidad y grandeza. De Lionel a Sabella, de Mascherano a Chquito Romero. Mucha moderación, poca polémica, ningún exabrupto.

Lejos, muy lejos, del híperenfrentamiento al que nos acostumbró la historia.

Sin saberlo, la Selección le está poniendo un placebo a la dinámica del conflicto interno. Unitarios o federales. Boedo o Florida. Peronistas o gorilas. Charly o Spinetta. Lanata o 678. Fotografías ficticias de una confrontación casi siempre construída para eludir las respuestas de fondo. Para demorar los beneficios de la buena literatura, los dividendos de la mejor música, el progreso de la política que conduce al desarrollo de los pueblos.

Ser campeones del mundo el domingo no hará bajar la inflación ni la cantidad de pobres que día a día se multiplican en la Argentina. Pero es grato que la bendición global del fútbol la recibamos de este grupo de muchachos poco afectos a los agravios televisados y a las limusinas, aún siendo muchos de ellos millonarios.

La grieta entre los argentinos, que tanto daño nos hizo y nos hace todavía en estos tiempos, al menos está perdiendo una batalla. Qué bueno sería comprobar que el puente que va de Maradona a Messi también se puede extender para salvar los abismos entre los dirigentes y curar las heridas del país incompleto.

© El Cronista

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