La insólita
pretensión de mostrarse desafiante con el “sistema financiero global” y a la
vez pagarle al "buitre" Singer.
Por Ignacio Fidanza |
El sinuoso discurso de Cristina Kirchner buscó disimular lo
obvio: su plan de batalla contra los denominados Fondos Buitre tuvo ayer su
Waterloo.
Ella aceptó sumergirse en las profundidades de la justicia
norteamericana para dirimir el conflicto y perdió.
El Gobierno intenta ahora instalar a través de funcionarios,
periodistas cercanos y otros amanuenses, un relato voluntarista: “Vamos a
pagar, pero no lo que dice el fallo de Griesa”. Se trata de una búsqueda
desesperada de la dignidad perdida.
Un epílogo coherente con el patético tour de turismo
político de último minuto que se organizó a Washington DC para intentar
revertir en el último minuto una derrota que se intuía inminente.
Maniobra desesperada a la que se subieron varios diputados
economistas opositores, que ayer mismo pasaron sin escalas ni pudor del cándido
espíritu mundialista del “Todos juntos por la Patria”, con el puñal clavado del
fallo, al regreso a la furia antikirchnerista.
En rigor, da la impresión que estamos frente a un caso de shock
cultural. Cristina, Axel Kiciloff y buena parte de la clase política argentina,
siguen creyendo que la combinación ramplona de clichés demonizadores, prolijos
deberes de alumno olfa –o de mal alumno “recuperado”- y amenazas de cataclismos
globales, permitirán a la Argentina, una vez más, salirse con la suya.
Misma precariedad que se intuye por estas horas en la falta
de una respuesta consistente, planificada, a lo que en definitiva era el
escenario más probable.
Del otro lado, la más implacable lógica sajona, que se
percibe acaso más contundente en el ninguneo brutal de la Corte Suprema de
liquidar el caso incluyendo su rechazo en una simple línea burocrática, que en
los pronunciamientos de Griesa y la Cámara de Apelaciones de Nueva York, donde
abundaron los jueces en irónicas clases de derecho básico.
La nueva retórica del Gobierno incurre además en los mismos
errores que nos llevaron a esta situación: se esfuerza en elaborar un –cada vez
más incomprensible- mensaje para consumo interno, cuando el ring está ubicado
en otro hemisferio.
Es decir, el Gobierno parece olvidar en su anunciada “nueva
estrategia” de pagar, pero sólo lo que queremos, la opinión de los que ganaron
en todas las instancias judiciales. Parece olvidar el entusiasta Kicillof, que
un señor llamado Paul Singer ya tiene pronunciamientos judiciales de todas las
instancias de la Justicia norteamericana que le dan la razón a su pretensiones.
Incluso, la Corte Suprema se tomó ayer el trabajo de
convalidarle en un fallo separado el derecho a avanzar contra activos del país,
para cobrarse sus acreencias. Cuesta imaginar porque mecanismo extravagante, el
Gobierno imagina que pese a estar munido de esas herramientas, Singer es hoy un
actor dócil al que podrá imponerle los términos de una negociación.
Negociación que por sí misma, si en el mejor de los casos
llegara a concretarse, representa una fenomenal derrota simbólica para el
kirchnerismo.
Por supuesto que siempre queda el recurso de patear el
tablero. Pero hasta ahora Cristina se ha negado a incurrir en un nuevo default.
De manera que esa es la espada y la pared que hoy ofrecen como producto, este
guión auto contradictorio del Gobierno.
Esfuerzo inconducente que se vio en el discurso de Cristina,
donde intentó aparecer desafiante al capitalismo global, renuente a cumplir con
el fallo de Griesa y al mismo tiempo ofrecer garantías de pago a los deudores y
acaso también a los propios “buitres”, que en esa misma pieza oratoria
condenaba como las personas más desalmadas del planeta.
Lo que le ocurre es simple. Cristina cayó otra vez en las
redes de sus “equilibrios” imposibles. Otra vez está frente a ese maldito
límite: Todo no se puede. Así como no existen los “ajustes expansivos” o el
“endeudamiento heterodoxo”, fantasías que en su momento intentó traficar su
ministro de Economía, tampoco se puede perder un juicio y salir ganando.
© LPO
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