Por Roberto García |
La Presidenta acepta
negociar con los deudores a los que demoniza. Los fondos necesitan más plata
que juicios.
Primero, la hojarasca. O sea, según el diccionario, las
hojas inútiles de una planta que no permiten ver, o, por extensión, las partes
secundarias de un discurso que nublan su significado.
Si se traslada esa
interpretación de hojarasca al problema judicial de la deuda con los holdouts
–impensada y contundentemente contrario a lo que pensaban Gobierno, Estados
vecinos o no, mercados, especialistas y medios, patria financiera local o
bancos internacionales–, aparece un listado interminable de excusas como hojas
sueltas para describir el shock: calificar de buitres a los que reclaman sus
deudas; la ambigüedad de pagar a unos y no a otros, de negociar y no negociar,
de enviar una delegación y no enviarla, de imputarle aviesas sospechas al juez
Griesa; imaginar una conspiración del Consenso de Washington, la venganza del
capitalismo contra un emergente que crece; definir cuestiones jurídicas como
extorsiones; suponer que el mundo trastabilla por una eventual debacle
argentina; hacer circular la creencia de que una potencia superior castiga a un
no adicto; endosarles la culpa a funcionarios autóctonos de hace cuarenta años
que, deliberadamente sin duda, suscribieron la jurisdicción de los tribunales
de Nueva York para lastimar cuatro décadas más tarde a un gobierno nacional y
popular. Generosa literatura, la hojarasca, para quienes deseen incursionar en
el revisionismo futuro, en el pensamiento nacional, para acusar de buitres no
sólo a los de “afuera”, sino también a los de “adentro” que, como se sabe,
pueden ser peores por simple ejercicio deportivo. Ni siquiera por dinero.
Cuando en verdad se trata de pagar o no pagar lo que dictó
la Justicia norteamericana más que de neoliberalismo abyecto o defensa de la
soberanía. También, de ingresar o no a partir de agosto en las derivaciones
indeseadas –ni siquiera por el Gobierno– de un default. Cristina precisó ayer,
despejando algo de hojarasca, que negociará y honrará la deuda, a pesar de que
un mínimo porcentaje de demandantes sean más exigentes que la mayoría. Unos
dirán que lo hace en defensa propia, para culminar en un año sin zozobra su
mandato; también con acierto habrá que admitir que lo hace atendiendo
responsabilidades ineludibles de jefa de Estado: estaba atrapada, sin salida. O
con la salida menos entusiasta.
Cada uno de los argumentos de la hojarasca viene acompañado
por un antivirus. Si ha sido dañina la jurisdicción neoyorquina, por ejemplo,
¿por qué se volvió a su régimen en el último acuerdo secreto con la empresa
Chevron, según explicó en su momento The New York Times que, en apariencia, no
es controlado por Magnetto? Y además en otros pactos que van a venir por Vaca
Muerta, para no hablar de recientes bonos emitidos por las mismas autoridades
nacionales. Tal vez, como en el caso de la jurisdicción, los opositores
disponen de múltiples antivirus para desarmar la encendida retórica oficial. Se
contuvieron, quizás también en defensa propia. Cada uno en su desconcierto por la
infeliz noticia judicial, esa imprevisión que no sólo ha sido kirchnerista.
Aunque Cristina dijo que no la sorprendió el fallo, nada explicó sobre la
cobertura que diseñó para neutralizarlo, prevenirlo, sofocarlo, disminuirlo, si
lo sabía de antemano. Al margen de la hojarasca, quizás –como todos– confiaba
en alguna gestión, una mediación por ella iniciada, que finalmente convirtiera
el contante y sonante a pagar en un escalamiento de bonos que habrán de
solventar, con los años, otros gobiernos. Del mismo modo pensaban los
operadores, el mercado: los valores argentinos no cayeron tanto como obligaba a
sospechar el posible ingreso a un default (tal vez, además, porque habían
comprado títulos a precios demasiado altos, casi inconscientemente ante una
eventualidad nefasta para sus intereses). No resulta improbable, sin embargo,
esa concordancia general que en Rosario ayer confirmó la Presidenta: hay bancos
intermediando, otros interesados en comprar el crédito a un valor menor para
luego revendérselo a la Argentina, buitres convertidos en palomas interviniendo
(David Martínez) y la certeza de que los acreedores triunfadores también se
inquietan por la eventualidad de un default que les impida recuperar la moneda
que los tribunales de EE.UU. han dicho que les corresponde. Parece que ese
desenlace violento tampoco les convenía a ellos; es hora de tocar la plata, no
sólo de verla en la vitrina del juez.
Por lo tanto, ahora se trata de pagar lo que resta,
fundamentalmente de negociar el precio.
Si se logra un entendimiento en poco tiempo y finaliza la
tentación de vivir con lo nuestro que iluminaba ciertos rostros oficialistas,
quedarán olvidadas algunas improvisaciones: no atender debidamente el curso
judicial (gran parte del trasiego estuvo en manos de una vecina de la familia
Kirchner en Río Gallegos, apta seguramente, pero sin la debida experiencia), la
modificación de sugerencias del estudio (cambiar el lobbysta ante la Corte de
EE.UU. luego de haberse comprometido con otro), desmentir a los propios
abogados ante el juez (uno de los letrados, hace una semana, pidió una reunión
que luego la Casa Rosada levantó) o no concederle garantías de negociación al
lobbysta de filiación republicana que iba a pedir una reconsideración
transitoria a la Corte Suprema. También se olvidará que la hojarasca
distorsionaba una política de reendeudamiento explícito que empezó con abonar
en el Ciadi, satisfacer las demandas de Repsol, las del Club de París y,
obviamente, culminaba con un acuerdo con los holdouts. No fue un trámite este
último capítulo; habría que evaluar si resultó conveniente haber postergado
esta negociación, no haberla considerado más prioritaria que las otras.
Detalles, sin duda, aunque con costos diferentes.
Ahora no sólo Cristina tomará dinero a través de YPF, también
gobernadores e intendentes, cualquiera sea su filiación. Para gastos, sueldos y
alguna obrita. Todos felices, hasta el ministro Axel Kicillof, quien algo del
mundo internacional empezó a entender cuando en una reunión del BID realizó
altisonantes y burdas acusaciones al organismo y a su titular, Luis Alberto
Moreno. Un momento difícil que Moreno soportó con estoicismo, para replicar por
último: “Está todo bien, pero primero pagá”. Anécdota que puede rescatarse en
el Ocean Reef de Key Largo, donde vive la madre de Moreno, en ocasiones se
aísla Barack Obama, y que algunos relatan para describir a ciertos argentinos.
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