Por Edgardo Martolio (*) |
Esperar una alegría ya es una alegría. Lo dijo un filósofo
alemán y concuerdo plenamente. La expectativa de vivir un momento feliz ya nos
hace sentir mejor.
Además, cuando descontextualizamos la realidad de todos los
factores que pueden jugarle en contra a la esperanza, nos quedamos con un
carozo limpio de piel y pulpa.
Nos quedamos con Messi, por ejemplo, sin pensar
en que pueden golpearlo, expulsarlo, que podemos perderlo y nos imaginamos a
Messi, sin marcas violentas, haciendo malabarismos y goles, muchos goles. Qué
bueno sería el antes si no existiese un después… Perfecto.
Quiero que Argentina
gane el Mundial por diversos motivos, especialmente para que exhibamos un
título sin el fantasma de Videla y el 6 a 0 a Perú de 1978 ni la Mano de Dios
de 1986: quiero un título limpio de culpa y cargo. Pero no vamos a ganarlo
porque defensivamente somos frágiles.
Las horas previas a cada encuentro, con los cánticos, las
caras pintadas de celeste y blanco, la gente sonriendo camino al estadio,
haciendo cálculos, aventurando pronósticos, siempre estupendos, claro,
empujados por el exitismo mediático, intentando contagiar a nuestros hijos de
una mística que es más mito que realidad, contándoles anticipadamente el
partido que van a ver pero que no va a suceder; eso sólo ya justifica que se
jueguen los Mundiales. Maravilloso.
Me gustaría como a
pocos que Argentina se consagre campeón del mundo porque, principalmente Messi,
Di Maria y Agüero lo merecen tanto como Mascherano. Y el propio Higuaín, aunque
esté un escalón abajo. Pero no lo vamos a ser porque nuestro equipo no es
competitivo suficiente como para ganar una Final (hasta allí puede llegar
favorecido por la llave que le tocó en suerte).
Los nervios del entretiempo, cuando aún no hay nada
resuelto, cuando se renuevan los pronósticos, cuando la discusión parece estar
tan fundamentada como su mínima temporalidad, mientras descansa la garganta,
con esa tensión que nos hace imaginar la charla del entrenador en el vestuario,
en tanto palpitamos los cambios que el DT hará y los que nosotros haríamos si
tuviésemos ese envidiable poder. Son 15 minutos que a veces parecen una hora y
otras veces tan solo segundos. Hermoso instante en un Mundial son los
intervalos. Inolvidable.
Deseo que Argentina
conquiste la Copa del Mundo porque muchas personas que amo serán felices,
especialmente aquellas que vienen a Brasil para acompañar a la Selección, a
vibrar en cada partido, a sentir en la piel la emoción final y a entregarle el
alma al equipo. Pero no tenemos chance de quedarnos con tamaña gloria porque
los atacantes, que son excelentes en su función específica -los mejores del
planeta en este momento-, no colaboran con los opacos defensores obstaculizando
la salida enemiga.
El final de cada partido mundialista no es un final más, es
un tránsito al título máximo, el camino a la gloria. Imaginémoslo siempre con
alegría de triunfadores. Todos juntos y abrazados. La mayoría ya sin voz para
pedir un café o la última gaseosa. Cansados, pero felices, retornando al hotel
con algún colado de esos que se enganchan en cada partido, sin conocer nuestros
nombres pero unidos por la argentinidad, el triunfo y la Selección. Cada hincha
siente que también jugó y también venció. Impagable.
Adoraría ver a la
Argentina festejar su tercer título mundial porque el país está destruido
social, política y económicamente, y aunque una conmemoración deportiva no
cambia ninguna de esas tendencias, al menos le da a la gente la cuota de
autoestima necesaria para esperar octubre de 2015 sin más linchamientos de los
que ya hubo. Pero la Selección no va a festejar en esta vigésima Copa porque su
juego aéreo es deficitario en las dos áreas y hoy casi mitad de los goles se
generan, sea en su inicio o en su finalización, por esa vía.
Los Mundiales son lugares de encuentro con viejos conocidos
y nuevos amigos. Algunos vuelven novios, otros se separan en un estadio. Las
emociones son demasiado fuertes para permanecer imperturbable. No somos los
mismos, para bien o para mal nos transforman, Ayudan a que en ese periodo no seamos
nosotros mismos, nos proyectemos en algo así como héroes anónimos sin percibir
ni la heroicidad ni reconocer el anonimato. Por un instante nos creemos Messi,
corremos al lado de Di Maria, le ayudamos a patear a Higuaín y atajamos las que
Romero no llega. Una experiencia y tanto. Única.
Pocas cosas me harían
más feliz que obtener un Mundial de fútbol, ya que en boxeo al Chino Maidana lo
robaron y a Maravilla Martínez lo trituraron en el tenis Del Potro no está para
ganar nada este año, los ‘leones’ del hockey la están peleando mientras los
demás deportes la reman sin suceso compensatorio y de los Pumas, ya sabemos, no
podemos esperar victorias. Pero tampoco el fútbol nos dará esa felicidad porque
Alemania tiene un equipo superior, organizado, fuerte en todas sus líneas,
relativamente equilibrado etariamente y sus jugadores se conocen desde antes de
2010. Además, está Brasil que es local y con Scolari consiguió una identidad
tan homogénea como ganadora: son los dos grandes candidatos; y ambos son nítidamente
superiores a la Selección de Sabella.
Ningún argentino viaja a una Copa imaginando una
frustración, para volver pronto, sin creer en el equipo sea cual sea. Es tiempo
de respeto al técnico se llame como se llame. La ilusión y el respeto son parte
importante del ritual, son una forma de ser patriota, conforman un modo de
pertenencia necesario. Hoy el argentino, en el mundo, es nadie, es nada. El
fútbol nos posiciona allá arriba, nos da patente de existencia; gracias al
fútbol y a los Mundiales somos alguien, se enteran de nosotros y nos miran con
alguna distinción. El argentino piensa el Mundial como un mes de dicha propia,
de trofeo erguido, de podio. El malayo no puede entenderlo. El monegasco lo
mira desde afuera. El ecuatoriano compra el paquete de la Primera Fase. El
islandés piensa un día ser como nosotros para estar allí. El sudanés sueña y
sabe que soñar ya es una dádiva. Muchos, como ellos, sueñan con los ojos
cerrados. Pero el argentino está allí y su sueño es de ojos abiertos. Si se
gana no habrá nada mejor para contarles a los nietos que esta epopeya. Decirles
“yo estuve allí”. Emocionante.
Quisiese ver el
obelisco colmado como otras veces, con gente caliente que no se importa con el
frío de julio porque la Argentina se coronó en el Maracaná y hay que
festejarlo. Pero sé que es un deseo y que no puede pasar de eso porque el
plantel nacional es harto desequilibrado. Para ser campeones del mundo hay que
jugar siete partidos, no es mucho, pero los cuatro últimos deben ganarse aunque
sea en la definición por penales. Para ello los suplentes tienen que ofrecer
casi la misma calidad de los titulares, cosa que sucede en las Selecciones de
España y de Brasil, pero no en la de Argentina. Una pena.
Desde las Eliminatorias a hoy crecieron las chances argentinas
porque se cayó la Suecia de Ibrahimovic, por ejemplo. Desde el sorteo de Grupos
a este presente siguieron creciendo nuestras posibilidades, porque en la
Primera Fase no enfrentamos a nadie, nos tocó la zona más fácil. Desde que se
dieron las listas de los primeros 30 convocados, las chances continuaron
aumentando porque salió del camino la Colombia de Falcao, que no lo tendrá.
Desde que se exprimió esa lista a 23 la curva no cambió de sentido, siguió a
favor de la Argentina, porque se desinfló Francia sin su Ribery, Italia perdió
a Montolivo e Inglaterra tienen en baño maría a Chamberlain. Y sabemos que
Alemania, más allá de perder a Reus, se parece a una enfermería; que Cristiano
Ronaldo físicamente dará alguna ventaja y eso resentirá a Portugal; que la
lesión de Luis Suárez complica a Uruguay y la de Arturo Vidal a Chile; que,
que, que que…todo a favor de Sabella. Pero, aún así, no ganará la Argentina. No
sólo con viento a favor se vence una regata. Concluyente.
Pienso en el título y
se me eriza la piel… pero sé que hay por lo menos otras dos selecciones con más
calidad para conquistarlo antes que la Argentina y otras cuatro en igualdad de
condiciones; la chance matemática no pasa entonces de un diez o doce por
ciento. Las estadísticas no ayudan tanto como se supone, brasileños, alemanes e
italianos nos pasan el trapo. El de la historia y tal vez el del presente.
Llevo tres meses diciendo que no seremos campeones y justificando cada palabra.
Quiero que Argentina triunfe pero estoy convencido de que no tiene chances
verdaderas. Querer no es poder. La realidad se antepone al sueño. Decir lo
opuesto es demagogia o ceguera en el mejor de los casos.
Por eso, por análisis y comparación y por todo lo que ya
escribí en las columnas anteriores, sé –con convicción y convencimiento– que no vamos a ganar esta Copa aunque tengamos
a Messi y al mejor ataque de todos los que jugarán en Brasil. Entonces me
arriesgo y como no apuesto, me auto-desafío: si Argentina es campeón mundial no
escribo una línea más en esta columna. No mereceré este espacio y justo será
que lo entregue, entonces, a quien pueda darle mejor uso. Lo digo con el
corazón: ojalá no tenga que escribir más después del 13 de julio. Pero sé,
racionalmente, que se me van a cansar los dedos de tanto teclear en los
próximos meses…
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IN TEMPORE: Al lector y viejo amigo Juan Facundo Junco le
respondo que, conceptualmente, comparto el principio de que la mejor manera de
defenderse de equipos que ‘juegan bien’ es secuestrándole la pelota, teniéndola
uno, como Menotti sugería que debía hacerse contra Brasil. Pero en la práctica
no es tan así. La mayor pose de balón no se traduce necesariamente en eficiencia
(el Rayo Vallecano fue el tercer equipo europeo, sólo abajo del Barcelona y el
Bayern Munich, o sea el segundo hispano, con una posesión promedio del 63,62% y
sin embargo clasificó décimo segundo en el torneo Español, con un saldo
negativo de goles de -34).
No es pose de pelota lo que define un partido sino su uso y
aprovechamiento y en cuales regiones de la cancha se tiene o se pierde su
dominio. No perderla es más importante que tenerla, aunque en una primera
lectura esto parezca lo mismo. No lo es. Se puede tener el balón en lugares
intrascendentes por muchos minutos y no se ganará ni perderá nada. Pero no se
puede perder la pelota en zonas, digamos, álgidas, ni siquiera un par de
segundos porque el costo puede ser alto (el Lille francés, con 58,13% fue el
equipo de su torneo que más tuvo la pelota, el cuarto mejor de Europa en esta
especialidad, sin embargo terminó tercero, 18 puntos atrás del PSG y 9 atrás
del Mónaco).
En resumen y tomando como base el trabajo de Cris Anderson y
David Sally llamado ‘The Numbers Game’, realizado sobre 1140 partidos de la
Premier Liga Inglesa, durante tres temporadas, ellos demostraron que los
equipos con mayor pose de balón fueron, sí, más victoriosos entre 7,7% y 11,7%.
Pero es caso a caso, por ejemplo, los 58,13% de pose del Arsenal y los 57,98%
del Manchester City -los que más tuvieron en su poder el balón en Inglaterra
este año-, no los consagraron campeones, fueron cuarto y séptimo
respectivamente… De los diez primeros clubes en el ranking europeo con más tenencia
de pelota sólo dos resultaron campeones: Bayern Munich en Alemania y Juventus
en Italia. Contundente.
(*) Director Perfil
Brasil, creador de SoloFútbol y autor de Archivo [sin] Final.
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