Conocimientos
técnicos y los límites del análisis marxista.
Por Tomás Abraham (*) |
He tenido la costumbre de pensar que para hacer política y
ejercer puestos de responsabilidad dirigencial, hay que tener conocimientos
técnicos variados, o, de no tenerlos en grado suficiente, al menos estar
mínimamente preparado para que los asesores y otros funcionarios se vean exigidos
y no les sea tan fácil imponer sus ideas sin previo análisis.
Quisiera discutir este punto porque ya no me parece
convincente y es probable que derive de un cierto idealismo confiado en la
buena voluntad y en que siempre existe la mejor solución para los problemas en
litigio. Lo que no quiere decir que todo sea ideología o transa y que los
conocimientos técnicos estén de más, como lo supone el militantismo ingenuo,
sino que el poder tiene con el saber una relación indirecta, oblicua,
tangencial o bizca, como quieran.
El saber es importante para la camada de funcionarios de
segunda línea, aquellos que deben buscar la salida más adecuada a los dilemas
que se les presentan a quienes cumplen funciones ejecutivas.
Siempre es bueno que en el equipo gobernante haya
reconocidos urbanistas, economistas, o analistas de sistemas, pero el éxito de
las políticas no depende de ellos, su labor puede ser inútil.
En la política el éxito es un deber inexcusable, no se puede
fracasar con la razón del lado del perdedor, porque en la dimensión política la
razón es hija de la conveniencia. Esto no tiene que ver con el cinismo, el
maquiavelismo, o la brujería.
Tampoco quiero decir que un fracaso en política haga de sus
dirigentes culpables de lo acontecido, no se trata de culpa sino de
responsabilidades. Es evidente que un político sabe que a cada paso que quiera
dar habrá quienes le tenderán una trampa, es el sentido común de la acción
política, más allá de los gestos ecuménicos y supuestamente patrióticos.
Hasta mediados del siglo pasado los marxistas sostenían que
la sociedad estaba dividida en tres clases: burguesía, pequeña burguesía y
proletariado. Un político debía elegir la ideología correspondiente a la clase
social que quería representar. No podía evitar estar ligado a los intereses de
una de estas clases sociales.
Dentro del mismo paradigma, otros pensaban en términos de
alianza de clases, la de la pequeña burguesía y la clase obrera; la de las
vanguardias obreras de las sociedades preindustriales con el campesinado, o, en
los tiempos de la descolonización, se sobreimprimía el ideario nacionalista, y
se hablaba de la burguesía nacional contra la alta burguesía cipaya, etc.
De este modo el saber ideologizado no requería otra pericia
que la voluntad política al servicio de un grupo social bien delimitado por su
relación con la plusvalía. Es lo que hoy siguen pensando los troskistas
argentinos.
Los críticos de este modelo sociológico, consideraron por la
misma época que en la sociedad industrial esta división era anacrónica, y que
los países avanzados habían logrado por medio del progreso y el Estado de
Bienestar, la adhesión de sectores que correspondían a las tres clases y que el
conflicto determinado por las relaciones de producción había sido refutado por
la misma historia. De ahí que se afirmó que la teoría del valor marxista no era
más que especulación metafísica, y que una sociedad próspera dependía del
equilibrio que le proporcionaba lo que se llamaba una gran clase media.
Hoy en día el obrero no es el protagonista del cambio social
porque constituye una minoría y el trabajo manual no es lo que lo define; las
clases medias pueden llegar a agrupar a choferes de camión y gerentes
corporativos, y la alta burguesía va de Tinelli a Constantini.
Política de profesores
Aunque la ideología ya no sea más que un placebo o un espejito narcisista, saber no alcanza. Que los políticos que más interesan sepan de lo que hablan, no dice mucho de su habilidad política sino de su pericia pedagógica. Por ejemplo, siempre consideré que Rodolfo Terragno era una esperanza política porque no sólo era honesto sino que se abocaba con esmero a los temas nacionales, desde el cultivo de los híbridos de la remolacha a la producción de gas. No hay como él para presentar un cuadro de los problemas debidos a nuestras falencias y atraso, y de todo lo que habría que hacer para salir del pozo, tan profundo, que sólo con conciencia de las dificultades y con una constancia inclaudicable, es posible remontar de a poco a la superficie.
Aunque la ideología ya no sea más que un placebo o un espejito narcisista, saber no alcanza. Que los políticos que más interesan sepan de lo que hablan, no dice mucho de su habilidad política sino de su pericia pedagógica. Por ejemplo, siempre consideré que Rodolfo Terragno era una esperanza política porque no sólo era honesto sino que se abocaba con esmero a los temas nacionales, desde el cultivo de los híbridos de la remolacha a la producción de gas. No hay como él para presentar un cuadro de los problemas debidos a nuestras falencias y atraso, y de todo lo que habría que hacer para salir del pozo, tan profundo, que sólo con conciencia de las dificultades y con una constancia inclaudicable, es posible remontar de a poco a la superficie.
Pero aquí hay un problema, y es que un buen profesor no es
por eso un buen político. Lo mismo creo que pasa con Martín Lousteau. Explica
bien las dificultades, pero las explicaciones en política son buenas para la
didáctica, y para mí también porque reconozco que comparto el amor de cátedra,
pero no para ejercer el poder. La misma impresión me produce Lavagna o la
trabajadora Patricia Bullrich, o la incansable Graciela Ocaña, a quien voté.
¿Qué se necesita para llegar y conservar el poder? Lo que es
necesario es apoyarse en fuerzas sociales, que ya no son las clases de la
sociedad industrial, sino otro tipo de grupos de poder. En nuestro país
distingo a los siguientes factores de poder y presión: el aparato sindical; las
fuerzas sociales marginales al aparato productivo tradicional que van desde los
contingentes liderados por D´Elía,
Milagro Sala, Barrios de pié, piqueteros varios, etc; grupos
corporativos financieros y sus ramificaciones en los negocios del agro la
industria y medios de comunicación; y lo que se sigue llamando clase media que
agrupa a profesionales, técnicos, comerciantes, planteles del sector servicios
como la educación y la salud.
A estos espacios compartidos de poder en permanente tensión
por expandirse y no perder posiciones, se agregan variables que en la
actualidad pueden ser sino determinantes, al menos condicionantes, me refiero a
los que intervienen por la globalización. Para dar una referencia inmediata,
Brasil, China, y los organismos de crédito internacionales, son tres actores
que pueden cambiar el rumbo de las políticas de gobierno nacionales. Tampoco
podemos omitir el narcotráfico, el terrorismo o el espionaje, como variables
políticas activas a pesar de su clandestinidad.
Cada uno de los postulantes a la presidencia o a las
gobernaciones, y las agrupaciones políticas a las que pertenecen, deciden en
quienes se apoyan, para luego buscar aliados en los otros sectores.
No dejo de lado a portavoces de poderes simbólicos como la
Iglesia, a los artistas e intelectuales agrupados, periodistas y comunicadores
en general, que se disputan la letra, la imagen y la música de las cosas.
Partidos políticos y grupos de poder
El Pro se apoya en el sector corporativo financiero y afines. El FPV en los sindicatos, en los empleados del estado, y los grupos sociales que llaman incluidos y que en realidad están excluidos; UNEN en las capas medias que no tienen organización productiva ni territorial que las agrupe – su individualismo y dispersión es lo que las caracteriza - . Scioli como Maza buscan su grupo de apoyo específico y hasta que no lo encuentren, navegan por todos sin anclarse.
El Pro se apoya en el sector corporativo financiero y afines. El FPV en los sindicatos, en los empleados del estado, y los grupos sociales que llaman incluidos y que en realidad están excluidos; UNEN en las capas medias que no tienen organización productiva ni territorial que las agrupe – su individualismo y dispersión es lo que las caracteriza - . Scioli como Maza buscan su grupo de apoyo específico y hasta que no lo encuentren, navegan por todos sin anclarse.
Esto no quiere decir que los líderes o dirigentes gobiernen
solo para su grupo –ya que necesita del apoyo de los otros también- sino que intentará no perder el apoyo del
grupo de referencia que le permite ejercer el poder. Se inclinará para uno de
los lados.
Esto tampoco quiere decir que necesariamente estos grupos se
beneficien con la política de su representante, también los puede perjudicar.
El radicalismo perjudicó a la clase media en los gobiernos de Alfonsín y de la
Rúa; Menem con el apoyo del peronismo tradicional favoreció al sector
financiero y sus medidas económicas produjeron una desocupación del 20%; y lo
mismo puede pasar con una política del PRO que vía crediticia ponga en obra una
política habitacional eficiente para los sectores pobres.
Que el saber o la preparación técnica no alcance, no quiere
decir que mejores candidatos sean los Midachi,
o un enmascarado con garrote que asalta a un supermercado. La idea de
que hay que combatir a la “tecnocracia” que se pretende a-ideológica, y que se
lo hace con un relato que con el nombre de mito y con la beatificación de un líder enamore a las
masas, a veces no es más que romanticismo de pizzería, de productores de
espectáculos o de biblioteca nacional.
El conocimiento no es malo, ayuda a pensar. Y la ignorancia
es peligrosa, porque no se trata de no saber, sino de saber mal. Y saber mal no
es una carencia sino una pasión. El que sabe mal es incorregible.
Pero por algo se dice, no sé si es cierto o no –para seguir con casos recientes- que detrás
de Lousteau hay un Nosiglia. Es una imagen que me pareció sintética de que hay
quienes aprovechan la juventud del diputado y su buena locuacidad para darle lecciones de baja política, sin la
cual parece que no se llega.
Resumo este autoanálisis que comparto con los lectores
interesados. He creído que hoy más que nunca la dirección de los asuntos
económicos determinan en última instancia los límites de la praxis política.
Por eso los análisis teóricos y políticos que Marx elaboró en el siglo XIX no
han dejado de ser actuales. Considero que las discusiones entre economistas son
las más interesantes. La verborragia alrededor de la corrupción suena inocua. De acuerdo a nuestra inveterada
costumbre de juzgar, nos convertimos en cuarenta millones de fiscales al mando
de una nave pirata. Es una cosa rara este buque fantasma con la bandera
argentina de la anticorrupción.
De ahí que supuse, o supongo (ya no lo sé), que “saber” de
cuestiones económicas es imprescindible para el análisis político. Y cuando
digo economía, me refiero a la economía política, es decir a las fuerzas
productivas en términos de capital, recursos humanos y
tecnología, y las relaciones de propiedad.
Pero un político, además, le habla a alguien, hay un “quien”
en su discurso. Decir que los dirigentes le hablan a la ciudadanía, corresponde
a una entelequia ilustrada que borra las particularidades geográficas e
históricas. El mundo de los derechos no iguala a todos los habitantes sino bajo
el manto de la ley, que no es el poder.
Nietzsche siempre insistía en que además del “cómo” hay un
“quien” habla, y un contra quien se habla. El saber tiene que ver con ese
“cómo”, y el poder con el “quien”.
(*) Filósofo - www.tomasabraham.com.ar
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