Por Jorge Fernández Díaz |
Los buitres sólo comen cadáveres. Los exploradores conocen
desde tiempos remotos sus hábitos alimentarios, su oportunismo y su
truculencia. Si se arriman para picotearte es porque ya estás frito. Las aves
carroñeras se sirvieron históricamente del plato de la deuda externa que los
argentinos ofrecimos con penosa generosidad. El poder tiene muchos padres, pero
la deuda siempre parece huérfana.
Toda la dirigencia militar y democrática sin distinción de banderías está involucrada en tamaña desgracia, que obedece a esa tendencia nacional a vivir siempre por encima de nuestras posibilidades. Los buitres no tienen sentimientos ni moral; investirlos de maldad es tan pueril como creer que los animales salvajes son inofensivos porque Dumbo y el rey León lo eran. Esta versión Disney de la crónica financiera nos lleva al ridículo de enojarnos con los escualos que se aprovechan de un naufragio para no responsabilizar a los capitanes del desatino. Los buitres y los tiburones blancos son parte de la dura realidad con que los expedicionarios y los navegantes cuentan. El mar también es cruel, pero nunca puede ser culpable.
Toda esta descripción zoológica y marítima, y estas
lecciones del manual básico de supervivencia, vienen a cuento de la insólita
reacción que tuvo el kirchnerismo frente a la evidencia de que su comandante
cometió un fatal error de cálculo y averió el buque insignia, y a que les
regaló un apetitoso banquete a las pirañas del mercado. Fuimos cadáveres
económicos cuando los buitres compraron nuestra deuda, y somos cadáveres
políticos en esta triste hora, cuando una derrota judicial en los tribunales
norteamericanos puede hacer caer toda la reestructuración de la deuda
"como un castillo de naipes", para usar la gráfica expresión que
dibujó Cristina Kirchner a través de la primera cadena nacional, cuando se
confesó muy "preocupada". Dicho sea de paso: a medida que
transcurrieron los días su gobierno acusó a los medios de estar sembrando el
miedo en la población; incluso habilitó algunos afiches digitales donde importantes
periodistas aparecían como caranchos recortados sobre la bandera de los Estados
Unidos. Impotentes de bajar al juez Griesa con un carpetazo de los servicios de
inteligencia o de hundirlo en el Consejo de la Magistratura con la ayuda
inestimable de la task force de madame Gils Carbó, la Presidenta se contentó
con mandar a masacrar al magistrado a través de Canal 7, y con calificar su
fallo de "extorsivo". Algunos de sus encumbrados funcionarios dieron
a entender incluso que no acatarían la sentencia de Griesa y que no enviarían a
nadie a negociar a Nueva York. Algo muy conveniente para congraciarse con Su
Señoría, que es quien tiene el dedo en el gatillo del arma que nos apunta a la
cabeza. Y a quien en las próximas horas le rogaremos que genere las condiciones
para dialogar con los buitres y para pagarles el 100% de lo adeudado. Porque
envuelta en la bandera emancipadora y citando a Manuel Belgrano (flaco favor le
hace al prócer quedar estampado en un esmirriado billete de diez pesos dentro
del contexto de una inflación pavorosa), Cristina anunció el viernes en Rosario
que no entraría en default ni en desacato, algo que por supuesto alivió a todo
el mundo. Se quejó en ese acto de quienes llegaron a creer que elegiría una
salida épica, trabajo marketinero en el que por orden suya el movimiento
nacional y popular estuvo empeñado toda la semana. Una hora y media después de
ese discurso los caciques de Unidos y Organizados y la Tupac Amaru se
concentraron frente a la embajada norteamericana en Palermo para repudiar a los
yanquis, obviando el hecho de que el Departamento de Estado y muy especialmente
el Fondo Monetario Internacional operaron vanamente sobre sus propios
tribunales para que se le diera una mano a la Argentina. De hecho, esa maniobra
envolvente tenía convencido al Gobierno de que los fallos resultarían
favorables. Parece que confundieron la Corte norteamericana con el Tribunal
Supremo de Justicia de Santa Cruz, y la servidumbre de los múltiples jueces
adictos de nuestras pampas con la independencia judicial de una república
desarrollada. Es curioso, porque las consignas cristinistas aludían a la
"liberación" de la patria, cuando en verdad deberían pedir lo que
solicitará Kicillof a voz en cuello: "¡Déjennos pagar!" El ministro
neocamporista, convertido en el pagador más rápido del Oeste, proclamó hace dos
semanas "el fin de la tormenta económica anunciada", como si se
tratara del resultado de una astuta alquimia. La verdad es que Kicillof batió
todos los récords del tesorero generoso: en muy pocos meses le pagó 500
millones de dólares al Ciadi, 5000 a Repsol y 1150 al Club de París (con
promesa firmada de otros 9700 más). La actitud sería encomiable si no viniera
revestida de falsa heroicidad nacionalista y de chantaje psicopático doméstico.
Kicillof sacó por unos días a la Argentina del grupo que integraba en solitario
con Venezuela, pero no consiguió atraer ninguna inversión relevante: ¿quién
apostará por este país mientras existan el cepo y las amenazas institucionales?
Esta precaria paz cambiaria se debe a los trucos cada vez menos efectivos del
modesto mago del Banco Central. Nada ha cambiado, como no sea la profundización
de la caída de la actividad económica, la construcción, el empleo y el consumo.
El déficit fiscal y la inflación siguen por las nubes y estas nuevas
obligaciones que contraerá el Gobierno bajo presión judicial, en este
inesperado dominó en que se metió por imprevisión y autoindulgencia, reducirán
la capacidad de maniobra y provocarán mayor recesión. Sin contar con el hecho de
que se está amasando una pesadísima herencia para la próxima administración
nacional. No es cierto que la jefa del Estado podría hacer otra cosa: si
condujera al país a un "default heroico" sería el fin de su carrera
política, y por lo tanto está obligada a cumplir hoy con las acreencias, lo que
implica cargar de hecho sobre las espaldas de sus sucesores una mochila de
plomo. Esta última situación no les resulta indiferente a los distintos
candidatos de la oposición: abonarán ellos esa cuenta salada. Es por eso que
resulta un tanto irónica la convocatoria dramática del kirchnerismo a los
opositores, a quienes siempre consideró invisibles, inservibles e irrelevantes.
"Zánganos", como los calificaba el joven Recalde. Es claro que se los
margina en las ganancias y se los asocia en las pérdidas, cuando las papas
queman. Si hubiera existido una discusión real y fecunda entre el oficialismo y
las otras bancadas, con idas y venidas y oídos abiertos en el Congreso de la
Nación sobre temas tan delicados como la deuda externa, las reestructuraciones,
los juicios y embargos de los holdouts, seguramente no se hubiera llegado a
este pequeño Waterloo.
Queda para la historia de las paradojas y tal vez para los
estudios de los grandes fallidos psicológicos el hecho de que el kirchnerismo
haya tropezado justamente en su terreno retórico: la defensa del interés
nacional. Sólo resta ver ahora, con aliento contenido, cómo el capitán repara
el casco, desarma la bomba y nos saca de este mar embravecido. No nos vamos a
ahogar, pero el camino a tierra firme no será precisamente un viaje de placer
en crucero. También dejo a los psicólogos el sentido inconsciente y soterrado
que se cifra en el final de esa extraña ceremonia belgraniana donde prometimos
castigar a nuestros enemigos llenándoles de plata los bolsillos: tocaron Los
Auténticos Decadentes.
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