Como balance de su
gestión quedarán los intentos por limitar a la prensa. Boudou, un caso
ejemplar.
Por Alfredo Leuco |
“Yo tengo mucho más de lo que alguna vez pensé”, dijo
Cristina. Y tiene razón. Es la primera mujer electa y reelecta presidenta de la
Argentina.
Además, fue esposa de un jefe de Estado como Néstor. Ni Perón ni Menem
consiguieron tres períodos consecutivos de gobierno con el mismo apellido y
proyecto. Hace rato que entró en la historia.
En lo personal, tuvo dos hijos,
tiene un nieto que se puede colocar vacunas carísimas contra el meningococo y
una fortuna inexplicable que le va a permitir vivir llena de lujos a ella y a
varias generaciones más.
Pero no todo es color de rosa. Cristina será
responsabilizada junto con su marido fallecido de haber provocado la fractura
social expuesta más importante desde los tiempos de Perón. Nunca el odio
dividió tanto a los argentinos en períodos democráticos como ahora. Cristina lo
hizo. Y Néstor también. Será su peor herencia: el veneno que inoculó y que
sigue inoculando en las venas de la sociedad. No fue una exitosa abogada, ni
una arquitecta egipcia. Pero va a tener que explicar ante la Justicia su
complicidad con íconos de la corrupción como Lázaro Báez y Amado Boudou. Entre
sus fracasos más notorios aparecen sus intentos frustrados de convertirse en la
gran editora nacional. En el Día del Periodista, se puede decir que ella se
comportó como una elefanta en el bazar de la comunicación.
Ningún integrante del matrimonio presidencial entendió jamás
la lógica del periodismo. Humillaron a este oficio maravilloso creyendo que
existían sólo dos posibilidades: tener escribas y mercenarios a sueldo o
enemigos golpistas. Cristina jamás se tomó un respiro, y exploró todos los
caminos posibles para hacer arrodillar a los periodistas ante su altar.
Instalaron un inédito aparato de persecución y hostigamiento. Apelaron a todas
las trampas y extorsiones posibles. Y no lograron su objetivo porque fueron
contra la naturaleza misma de nuestro trabajo. Por eso, después de 11 años con
un poder casi absoluto se quejan amargamente, como políticos primerizos, de que
los diarios no les publican las buenas noticias como el calendario de
vacunación o la moratoria jubilatoria.
Compraron medios, dueños de medios y alcahuetes de todo
grupo y factor y no consiguieron capturar audiencias importantes. Dilapidaron
fortunas en subsidios o regalos encubiertos para fogonear diarios de cuarta,
revistas de quinta y programas de televisión o radio que no acusaron peso en la
balanza. No les entra en la cabeza que la obsecuencia es enemiga del oficio. No
saben que los cronistas disfrutamos de la adrenalina que se siente cuando se le
toca el culo a un poderoso o se descubre algo que ellos trataban de encubrir.
Esa es la esencia del periodismo. Su ADN crítico. Que un simple movilero que
gana un sueldo modesto le pueda pegar a Ramón Díaz en River, a Cristina en el
país o a Lázaro Báez pese a que haya transferido 22 millones de dólares de
todos los argentinos a su cuenta en Suiza.
Les cortaron el chorro de la pauta publicitaria estatal a
los que no se dejaron domesticar. Apretaron a los empresarios privados como
nunca ocurrió para que anunciaran en sus diarios sin lectores y para que
dejaran de colocar sus publicidades en los medios hegemónicos. Hasta hace poco,
lo hicieron bajo cuerda y en forma reservada. Pero ahora Cristina lo blanqueó
en una suerte de sincericidio o de confesión de ignorancia. Para ella, si una
empresa pone un aviso en Clarín, La Nación o Perfil es porque adhiere a la
campaña desestabilizadora. Es tan conspirativa en su vida que cree que todos
son de su misma condición. No piensa con lógica ni sentido común que el negocio
de los súper o los híper es vender azúcar o televisores y que tienen que
avisarle a la gente sus ofertas, los precios de los productos y facilidades de
compras que les dan. Para esa actividad básica y comercial no necesitan
ideología. Necesitan que del otro lado haya lectores, oyentes y televidentes a
los que dirigirse con su mensaje publicitario.
Igual que con el Indek patotero de Guillermo Moreno,
intentan medir los ratings de la televisión con Tristán Bauer. Recién ahora
Cristina podrá dormir tranquila con las planillas nacionales y populares que le
dirán que al golpista de Jorge Lanata no lo ve nadie y que todo el mundo
sintoniza a Víctor Hugo Morales. El rating de Cristina será una versión
tecnológica del diario de Yrigoyen.
Camino al ocaso, tienen un plan. El cristinismo se encierra
sobre sí mismo y produce actitudes más sectarias todavía. Sobreactúa su gesto.
Amado Boudou acusa a los periodistas de hacer bien su trabajo, es decir conseguir
información antes que los otros, y les exige algo que prohíbe la Constitución,
que revelen sus fuentes. Ricardo Forster medirá la pureza ideológica del
pensamiento, inspeccionará la partida de nacimiento intelectual del debate
público.
“Forster es a la fábrica de las ideas lo que Boudou fue a la
fábrica de billetes”, chicaneó con lucidez Julio Bárbaro. Corrupción temprana
más stalinismo tardío, se podría resumir.
Los más descarados se movilizarán pasado mañana a Tribunales
para respaldar a un “ladrón de cuarta”, como definió Elisa Carrió al
vicepresidente. Pero la postal más patética que resume la decadencia es la
incorporación de CN23. Un ganador de la década como Sergio Szpolski fue
obligado, por la prepotencia del dinero fácil, a someterse en dos ocasiones por
uno de sus principales enemigos. Luis D’Elía lo acusó en su momento de ser “un
perro sionista de derecha”. Sin embargo, ahora S.S. no tuvo más remedio que
darle un programa en su canal para que difunda su discurso. Para que fomente el
fusilamiento de opositores y defienda a Irán, “el más grande exportador de
terrorismo del mundo”, según acaba de declarar el canciller canadiense, John
Baird. Ni su socio, Matías Garfunkel, pudo comprender la profundidad de la
sumisión. Tal vez por eso, Marcelo Tinelli tuiteó: “La Presidenta banca en la
primera fila a un violento antisemita que niega el holocauso, es patético”.
Tal vez por eso, Cristina lo sentó en ese lugar. Luis D’Elía
es el símbolo de la nueva era de un gobierno cada vez más chavista y menos popular.
Hay una táctica: refugiarse entre los soldados verticalistas para volver al
llano.
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