sábado, 7 de junio de 2014

La gran editora

Como balance de su gestión quedarán los intentos por limitar a la prensa. Boudou, un caso ejemplar.

Por Alfredo Leuco
“Yo tengo mucho más de lo que alguna vez pensé”, dijo Cristina. Y tiene razón. Es la primera mujer electa y reelecta presidenta de la Argentina. 

Además, fue esposa de un jefe de Estado como Néstor. Ni Perón ni Menem consiguieron tres períodos consecutivos de gobierno con el mismo apellido y proyecto. Hace rato que entró en la historia. 

En lo personal, tuvo dos hijos, tiene un nieto que se puede colocar vacunas carísimas contra el meningococo y una fortuna inexplicable que le va a permitir vivir llena de lujos a ella y a varias generaciones más.

Pero no todo es color de rosa. Cristina será responsabilizada junto con su marido fallecido de haber provocado la fractura social expuesta más importante desde los tiempos de Perón. Nunca el odio dividió tanto a los argentinos en períodos democráticos como ahora. Cristina lo hizo. Y Néstor también. Será su peor herencia: el veneno que inoculó y que sigue inoculando en las venas de la sociedad. No fue una exitosa abogada, ni una arquitecta egipcia. Pero va a tener que explicar ante la Justicia su complicidad con íconos de la corrupción como Lázaro Báez y Amado Boudou. Entre sus fracasos más notorios aparecen sus intentos frustrados de convertirse en la gran editora nacional. En el Día del Periodista, se puede decir que ella se comportó como una elefanta en el bazar de la comunicación.

Ningún integrante del matrimonio presidencial entendió jamás la lógica del periodismo. Humillaron a este oficio maravilloso creyendo que existían sólo dos posibilidades: tener escribas y mercenarios a sueldo o enemigos golpistas. Cristina jamás se tomó un respiro, y exploró todos los caminos posibles para hacer arrodillar a los periodistas ante su altar. Instalaron un inédito aparato de persecución y hostigamiento. Apelaron a todas las trampas y extorsiones posibles. Y no lograron su objetivo porque fueron contra la naturaleza misma de nuestro trabajo. Por eso, después de 11 años con un poder casi absoluto se quejan amargamente, como políticos primerizos, de que los diarios no les publican las buenas noticias como el calendario de vacunación o la moratoria jubilatoria.

Compraron medios, dueños de medios y alcahuetes de todo grupo y factor y no consiguieron capturar audiencias importantes. Dilapidaron fortunas en subsidios o regalos encubiertos para fogonear diarios de cuarta, revistas de quinta y programas de televisión o radio que no acusaron peso en la balanza. No les entra en la cabeza que la obsecuencia es enemiga del oficio. No saben que los cronistas disfrutamos de la adrenalina que se siente cuando se le toca el culo a un poderoso o se descubre algo que ellos trataban de encubrir. Esa es la esencia del periodismo. Su ADN crítico. Que un simple movilero que gana un sueldo modesto le pueda pegar a Ramón Díaz en River, a Cristina en el país o a Lázaro Báez pese a que haya transferido 22 millones de dólares de todos los argentinos a su cuenta en Suiza.

Les cortaron el chorro de la pauta publicitaria estatal a los que no se dejaron domesticar. Apretaron a los empresarios privados como nunca ocurrió para que anunciaran en sus diarios sin lectores y para que dejaran de colocar sus publicidades en los medios hegemónicos. Hasta hace poco, lo hicieron bajo cuerda y en forma reservada. Pero ahora Cristina lo blanqueó en una suerte de sincericidio o de confesión de ignorancia. Para ella, si una empresa pone un aviso en Clarín, La Nación o Perfil es porque adhiere a la campaña desestabilizadora. Es tan conspirativa en su vida que cree que todos son de su misma condición. No piensa con lógica ni sentido común que el negocio de los súper o los híper es vender azúcar o televisores y que tienen que avisarle a la gente sus ofertas, los precios de los productos y facilidades de compras que les dan. Para esa actividad básica y comercial no necesitan ideología. Necesitan que del otro lado haya lectores, oyentes y televidentes a los que dirigirse con su mensaje publicitario.

Igual que con el Indek patotero de Guillermo Moreno, intentan medir los ratings de la televisión con Tristán Bauer. Recién ahora Cristina podrá dormir tranquila con las planillas nacionales y populares que le dirán que al golpista de Jorge Lanata no lo ve nadie y que todo el mundo sintoniza a Víctor Hugo Morales. El rating de Cristina será una versión tecnológica del diario de Yrigoyen.

Camino al ocaso, tienen un plan. El cristinismo se encierra sobre sí mismo y produce actitudes más sectarias todavía. Sobreactúa su gesto. Amado Boudou acusa a los periodistas de hacer bien su trabajo, es decir conseguir información antes que los otros, y les exige algo que prohíbe la Constitución, que revelen sus fuentes. Ricardo Forster medirá la pureza ideológica del pensamiento, inspeccionará la partida de nacimiento intelectual del debate público.

“Forster es a la fábrica de las ideas lo que Boudou fue a la fábrica de billetes”, chicaneó con lucidez Julio Bárbaro. Corrupción temprana más stalinismo tardío, se podría resumir.
Los más descarados se movilizarán pasado mañana a Tribunales para respaldar a un “ladrón de cuarta”, como definió Elisa Carrió al vicepresidente. Pero la postal más patética que resume la decadencia es la incorporación de CN23. Un ganador de la década como Sergio Szpolski fue obligado, por la prepotencia del dinero fácil, a someterse en dos ocasiones por uno de sus principales enemigos. Luis D’Elía lo acusó en su momento de ser “un perro sionista de derecha”. Sin embargo, ahora S.S. no tuvo más remedio que darle un programa en su canal para que difunda su discurso. Para que fomente el fusilamiento de opositores y defienda a Irán, “el más grande exportador de terrorismo del mundo”, según acaba de declarar el canciller canadiense, John Baird. Ni su socio, Matías Garfunkel, pudo comprender la profundidad de la sumisión. Tal vez por eso, Marcelo Tinelli tuiteó: “La Presidenta banca en la primera fila a un violento antisemita que niega el holocauso, es patético”.

Tal vez por eso, Cristina lo sentó en ese lugar. Luis D’Elía es el símbolo de la nueva era de un gobierno cada vez más chavista y menos popular. Hay una táctica: refugiarse entre los soldados verticalistas para volver al llano.

© Perfil

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