jueves, 5 de junio de 2014

La burocracia del pensamiento


Por Relato del Presente

La idea de amenizar la picada previa al partido de la Selección con una cadena nacional, es novedosa. Sí, fue un discurso por cadena para explicarnos el calendario de vacunas y putear a los viejos que se jubilan cuando tienen una familia que los puede mantener, pero era eso o ver las publicidades pedorras de los mundiales.
Luego de asegurar, entre aplausos, que con 5.5 millones de pesos mensuales brindará cobertura médica a 1.2 millones de personas en una cuenta que ni Guillermo Moreno se atrevería a dibujar -$4,60 per cápita mensual, no cualquiera- la Presi habló de la reducción de la mortalidad infantil, puteó a Clarín y La Nación, se quejó de los comerciantes que la critican, y se fue a gritar al salón Malvinas Argentinas. Allí, a un grupo de pibes sin nada mejor que hacer un miércoles a las seis de la tarde y que le aplaudieron hasta el acuerdo antiimperialista y sobrefacturado con el Club de París, les agradeció que haya gente “que piense por sí misma y que analice” porque es muy importante “que puedan generar pensamiento propio”.

Ahora que el Gobierno fundamentalista del Néstor de los Últimos Días creó la Secretaría de Coordinación del Buen Sentir, ha quedado demostrado que no queremos ser Venezuela con ministerio para la Felicidad, sino que preferimos seguir el camino bananero pero darle una impronta de morral, franciscanas y carencia de higiene capilar.

Compadezco al kirchnerista de hoy. Si bien debo reconocer que me divierte, no quisiera estar en el lugar de quienes entrenan día a día para gambetear los embates de la realidad, y terminan abrazados al pasto, como Ruggeri luego de pasar por las piernas justicieras de Pasucci.

Un día se van a dormir criticando a los que quieren devaluar. En el desayuno se encuentran con una devaluación oficial. Para el almuerzo ya aprendieron el mantra “nos empujaron a hacerlo”. Para la merienda no tendrán al Capitán Piluso, pero aparece Coquito para afirmar que el tipo de cambio es el que dicta el mercado. Mientras preparan la cena, Kicillof dice que el tipo de cambio ahora sí es competitivo, que era lo que correspondía hacer, y que la culpa de la inflación la tienen los almaceneros.

Está claro que gran parte de la culpa de la existencia de seres que no saben digerir lo que no viene regurgitado, es de quienes les dan de comer. Y Cristina tiene un concepto de equilibrio dudoso en cada frente que encara. Con la Iglesia se maneja de modo ejemplar, ya que creó la congregación Sinistram Dei, una mezcla entre el conservadurismo ortodoxo-medieval-chupacirios, y el amor por los curas pobreristas, mientras nos vende como monaguillos de la historia a frailes guerrilleros.

En otros casos, el cálculo le falla un poco y pide que le agradezcamos -medio centenar de muertos después- que compró trenes nuevos con nuestra plata, mientras perpetúa hasta la eternidad el sistema de subsidios a todo aquello que tenga motor y no pertenezca al sindicato de camioneros.

En este caso, una buena idea para compensar el pago al Club de París fue sumar al Ricky Forster al tren de los fracasados electorales y desplazados del Gobierno.

Lamentablemente, Forster no pudo ganarle el primer puesto al título más largo a María José Lubertino, quien fue nombrada titular del Observatorio de Derechos de las Personas con Discapacidad del Consejo Nacional de Políticas Sociales para el Monitoreo e Impulso al Cumplimiento de la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas.

Desde aquí creemos que se lo merecía, en gran parte gracias a su propensión para utilizar treinta y siete palabras para definir términos que entran en dos o tres vocablos. Por ejemplo, cuando Cristina fue internada y Ricky dijo “en la vida democrática el debate político, la intensidad y las diferencias son bienvenidas, pero pasar de un lenguaje del debate de ideas a un lenguaje de injurias, del odio de un grupo minoritario, pone en evidencia algo muy terrible, que no se puede dejar pasar”, quiso decir “si palma, se me llena el upite de preguntas”.

Del mismo modo, cuando Richard afirma que “hay momentos en los que resulta indispensable resaltar que en la vida de cada uno existen algunas otras cosas además del bombardeo inclemente de una televisión que parece regodearse en las miserias humanas y que se deleita describiendo un supuesto escenario catastrófico en un país, así lo describen ad nauseam, sin brújula ni destino”, tan sólo están pidiendo que compremos Página/12.

Sin embargo, para compensar la injusticia por la longitud del título, Forster se quedó con la Pole Position de cargos al pedo, escoltado por el Representante Permanente de la República en la Representación Argentina para el Mercosur y la Asociación Latinoamericana de Integración (Juan Manuel Abal Medina), y el Secretario de Asuntos Relativos a las Islas Malvinas del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto (Daniel Filmus).

Tan al pedo es la misión que le encargan, que la responsabilidad primaria es la de “diseñar, coordinar e instrumentar una usina de pensamiento nacional, ajustado a los lineamientos que se fijen”. Traducido: gastar plata (de la nuestra) en sueldos, café y computadoras para que un grupo de trasnochados aburridos investigue por qué un porcentaje del padrón nunca los quiso y otro porcentaje dejó de quererlos.

La idea idiota de que puede imponerse o generar un pensamiento nacional, sólo puede caber en la cabecita de personas con traumas de inferioridad arrastrados a lo largo de una vida de ser marginados por aburridos, lo que decanta en una lógica de superioridad moral autoimpuesta. O sea, creen que no los entendemos por mejores, cuando en realidad los despreciamos por infelices que intentan imponernos qué pensar, cómo pensar y cuándo hacerlo.

El título y cargo para Forster llegó tarde. La lucha ideológica por el triunfo cultural ya fue y pasó por otro lado. Y la ganó el kirchnerismo por paliza, aunque no se den cuenta y supongan que la derrota en las urnas está vinculada a no haber sabido imponer la lógica del pensamiento. Casualmente, perdieron porque primó esa forma de pensar. Si durante años repitieron hasta el infinito punto rojo que estábamos bien porque el Estado creció, es lógico que, aquellos que lo creyeron, busquen otras opciones cuando el Gobierno ya no logra garantizar el bienestar individual a fuerza de más Estado.

Propio de brutos que creen que cuanto más grande, mejor, nos convencieron de que un Estado gigante es sinónimo de eficiencia. Asimismo, nos aseguraron que izquierda y derecha no son corrientes ideológicas extranjeras y mal transculturalizadas, sino que conforman los dos lados de la fuerza en la cual, por decantación, la izquierda es la Alianza Rebelde y la derecha, el Imperio Galáctico.

Vivimos en un país en el que todavía se utilizan dialectos regionales, sin contar las nuevas lenguas que han surgido en las zonas marginales de la Capital Federal y su conurbano bonaerense. No conservamos el mismo acento entre Buenos Aires y Rosario, distanciadas por 320 kilómetros. Tenemos tantas provincias como recetas distintas de empanadas y locro. Nos matamos por si la milanga lleva, o no, provenzal. Hasta las corrientes migratorias han sido diferentes entre provincias, ciudades o, sin ir más lejos, los barrios de la Ciudad de Buenos Aires, donde podemos escuchar hablar en hebreo, árabe, coreano, chino, japonés y guaraní mientras caminamos del Bajo Flores hasta Once.

Cada hombre que habita estas tierras tiene una forma de pensar que obedece a su crianza, a sus antepasados, a las tradiciones familiares, a la formación escolar, al entorno barrial, a su profesión, a las experiencias que tuvo a lo largo de su vida y a cómo afrontó las mismas. Del mismo modo que todavía hay gente que se casa, forma una Pyme con dos socios o arma un equipo de fútbol con los amigos, las diferencias no impiden la planificación y concreción de un proyecto realizado desde la riqueza de las individualidades.

Lo que no tiene parámetros para medir su grado de estupidez, es la creencia de un pensamiento colectivo y uniforme. Suponer que pensar igual que el otro es productivo es confundir masturbación con garche. Ansiar una sociedad en la que haya un pensamiento unificado es pretender un mundo de estereotipos, casualmente el motivo de la mayor crítica seria a la hegemonía de un grupo mediático concentrado.

Sin embargo, todo este análisis etimológico y antropológico social aterriza de bruces desde la terraza del Kavanagh cuando entendemos que, en un año y medio de gestión por delante, no se puede lograr otra cosa que gastar guita y que, lo que aparenta ser un premio al chupamedismo y la convicción derrotista, en realidad cumple un segundo rol: hacer extensivo el galardón a todos los que a partir de 2015 se comerán los piojos ante la disyuntiva de no saber ganar 100 pesos de modo medianamente honesto en la yeca. Son las migajas que quedaron de la torta y que se reparten entre quienes oficiaron de patovicas ideológicos en la puerta de la fiesta a cambio de sacrificar su prestigio, apellido y carrera.

(N.del A: Joven argentino, si pasaste los últimos años de tu vida predicando el kirchnerismo a todo aquel que se te cruce y aún no te avivaste, esta es tu oportunidad de reclamar el pase a planta. Aprovechala. En unos meses se acaba)

Jueves. “Cuando todos piensan igual, ninguno está pensando”, afirmó Walter Lippmann mientras jugaba una partida de Preguntados con Nikita Khrushchev.

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