Por Alfredo Leuco |
Pasamos de Guatemala a Guatepeor, como dicen en el llano. Es difícil establecer quién les está haciendo más daño a los intereses nacionales.
El juez norteamericano y el ministro argentino están enfrentados en un macabro partido de tenis donde la pelotita es el sufrimiento de nuestros hermanos más vulnerables. Se tiran las culpas de un campo al otro y mientras tanto la inversión y la producción industrial caen a pique y aumenta la recesión. Están jugando con el fuego del default y con la posibilidad de responsabilizar al otro de la catástrofe económica que se nos puede caer encima.
Griesa cambió el día que Cristina dijo que no estaba dispuesta a acatar el fallo de la Justicia norteamericana. Hasta allí el magistrado había tenido una mirada de simpatía hacia la causa argentina. Pero se dio vuelta como respuesta a las reiteradas humillaciones que recibió desde el corazón del poder político. Ahora no quiere aflojar ni dar el brazo a torcer. Refunfuña contra las medidas unilaterales y “explosivas” que toma la Argentina, las considera una violación de su sentencia, pero no termina de taparnos con diarios. Podría haber facilitado el embargo de los fondos que depositó Kicillof en el Banco de Nueva York, pero no quiso llegar a tanto. Evitó que los muchachos camporistas del Gobierno, con Cristina a la cabeza, lo acusaran de ser un diablo socio de los buitres y lo llevaran a los tribunales de La Haya. Nadie se atreve a descartar que esto pueda ocurrir, pero por ahora la moneda está en el aire.
Griesa insistió una vez más en su consejo a los abogados del lado argentino: negocien de buena fe y con todos. Pero la Presidenta y su mesa cada vez más chica, ahora, dudan acerca del rumbo a tomar. Por un lado tienen miedo de pagar más de lo que corresponde, como ya hizo Kicillof con el Club de París y Repsol, y quedar como corderitos derechistas que se arrodillan ante el poder carroñero de las finanzas, y por el otro, temen destruir uno de los pocos capitales simbólicos de Néstor Kirchner que todavía quedan en pie: el desendeudamiento como política de Estado. Las reuniones públicas y secretas son frenéticas. El tiempo se acaba y la pulseada se hace, como en las películas, arriba de un vagón de tren a toda velocidad y con la proximidad de un túnel. Un solo movimiento en falso los puede transformar en un Messi goleador o en un Maravilla Martínez con la cara llena de dedos y las rodillas rotas.
El daño que Griesa le está haciendo a nuestra economía es grande. Pero no tan grande como el que viene produciendo sistemáticamente el amateurismo irresponsable de Axel Kicillof. No pudo solucionar uno solo de los dramas que acechan a los sectores más necesitados. A todas las soluciones les encontró un problema, como diría Woody Allen.
Entre tanta confusión, idas y vueltas y virajes, queda claro que en todo esto hay una sola víctima, que es el pueblo argentino, y dos parejas de victimarios, por lo menos. Los fondos buitre y el juez Griesa, y Axel Kicillof y el gobierno nacional. Es interesadamente falsa la división entre Patria o buitres que quisieron instalar. La contradicción fundamental es entre las víctimas, que son todos los ciudadanos de a pie, y los victimarios, mezcla de carroñeros y aprendices de ministros.
Es tanto el verso con el que el gobierno argentino agitó, que se autoflageló pegando barquinazos de todo tipo.
Por un momento, Barack Obama fue bueno porque apoyó los reclamos nacionales. Pero enseguida pasó a ser malo y casi el responsable de todos los castigos de la Justicia norteamericana. Como si a Griesa lo pudiera manejar una Alejandra Gils Carbó de allá.
Por un lado, el sistema financiero era bueno, una víctima que se caería a pedazos si no dejaban pagar a la Argentina, y enseguida pasó a ser autor intelectual del crimen de la reestructuración argentina que querían cometer.
Por un lado, el Financial Times era un medio vocero de la especulación financiera que apoyó a Reagan y Thatcher en los malditos 90; y por el otro, un prestigioso periódico británico que calificó de “extorsión” el fallo de Griesa a través de la columna de Martin Wolf, uno de sus editores.
Al Gobierno le falta capacidad de diálogo con los expertos argentinos y le sobran altanería y desorientación. En los litigios internacionales aplican las mismas herramientas que en el patoterismo doméstico. Por eso se pelean hasta con los uruguayos, que ya no saben qué hacer con nosotros.
En el diferendo con los bonistas, el lunes comienza a correr el período de gracia de un mes. Argentina cayó en su propia trampa y fue funcional a un juez enardecido de bronca. Fueron a mojarle la oreja a quien quería mojarnos la oreja. Por eso se produjo el choque de locomotoras. Por un monumental capricho de omnipotencia cristinista (Elisa Carrió, dixit) que se encontró con la misma intransigencia del otro lado. Si Dios es argentino (como dijo un desafortunado afiche del Frente Transversal que colocó a Nestornauta en ese lugar y rodeado por dos ángeles como Messi y Maradona), no les vendría nada mal leer el documento de trabajo de 75 páginas que el papa Francisco encargó para debatir en octubre. Uno de sus párrafos es casi una clase de política y sensibilidad. Dice así: “Se trata de proponer, no imponer; acompañar, no empujar; invitar, no expulsar; inquietar, jamás decepcionar porque no hay que cerrar los ojos ante nada”. Todo lo contrario a lo que hace Cristina desde que llegó al poder.
El 31 de mayo esta columna arrancó así: “Axel Kicillof será el candidato a presidente de Cristina. Ella lo llama ‘genio’ en la intimidad y estaba esperando algún logro importante que sirviera como trampolín para el lanzamiento (...) Su plataforma es sobreactuar heroicidad soberana y pagar más de lo que los acreedores esperan”, algo así como “te voy a llenar la cara de millones de euros”. Cristina sigue pensando y deseando a Axel como candidato propio, pese a que Kicillof no colabora en nada con su gestión. Tal vez en su pelea con Griesa también esté dando su propia batalla.
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