El vice apuntó contra
Moneta, un histórico enemigo de Clarín y con buenos vínculos con el
kirchnerismo.
Por Roberto García |
Nunca imaginó Héctor Magnetto el inmenso favor que esta
semana le hizo Amado Boudou. Debe estar tentado de agradecerle el gentil
servicio. Además, ocurrió en su propio canal de cable –en el programa de
Zlotogwiazda y Tenembaum–, cuando el vicepresidente intentó desligarse del
empoderamiento de la empresa Ciccone que le imputa la Justicia y, al mismo
tiempo, en esa discutible aclaración deslizó cargos y sospechas sobre la
moralidad de Raúl Moneta. No sólo invocó falta de transparencia a la
participación del ex banquero en la “ruta del dinero” que se vincula al affaire
de la ahora estatizada fábrica de billetes.
También se encargó de aludir
suspicaz y ligeramente, con argumentos arrancados de un legajo policial, a la
trayectoria empresaria de Moneta, quien en los últimos treinta años ha sido el
mayor enemigo del emporio mediático, el hombre que más horas le ha quitado al
sueño de Magnetto y el que le ocasionó todo tipo de disturbios económicos a través
de juicios y denuncias en el país y en el exterior. Nunca esperó el zar de
Clarín ese regocijante obsequio de Boudou, una alegría imprevista de quien
curiosamente lo acusa de dañarlo y perseguirlo, de lincharlo a través de los
medios propios y ajenos. Tan singular el episodio, que la Casa Rosada, tan
puntillosa en lo que a Magnetto se refiere, no reprochó ni reprendió al
vicepresidente por haber colmado de felicidad al odiado opositor. Tampoco
advirtieron otros observadores la naturaleza de esa placentera venganza.
Sorprende ese cuestionamiento de Boudou a Moneta por otra
razón: se entendía al ahora sospechado como un hombre cercano y confiable para
el Gobierno, no casualmente lo habían habilitado para internarse en distintos
negocios vinculados al Estado, de radios a petróleo, mientras disfrutaba de una
intensa relación con el ministro Julio De Vido y con otro empresario de corazón
kirchnerista, Cristóbal López. No eran los únicos, claro, y alerta que el
vicepresidente pareciera ignorarlo. Paradojas de la vida, por otra parte, con
acento especial: en la misma semana del impagable regalo a Magnetto, Jorge
Capitanich –instruido por la mandataria– descalificó indignado a Daniel Scioli
por haber concurrido a un evento de Clarín, presidido por Magnetto en el Malba,
e incluirse en una galería fotográfica que el matutino divulgó como señal de su
existencia y convocatoria en el poder. “Dime con quién andas y te diré quién
eres”, le endilgó el jefe de Gabinete al gobernador bonaerense, apelando a un
dicho popular incompatible para su edad, señalando a la militancia con esa
descripción que Scioli ya no cabe en la corte cristinista ni dispone de aval
para su candidatura por parte de Ella: está exiliado, el chaqueño confirma su
exclusión, es un ex amante odiado sin haber pasado por el tálamo. Cierta
decadencia política se advierte en este novelón de la tarde: una foto común, de
sociedad, significante pero no casual, enojó más a la Presidenta que la misma
palabra, las intrigas orales vertidas por su preferido vice a favor del
instinto animal de Magnetto. A menos que, por el candor explícito de la falta
de información, uno más tarde descubra un doble estándar en la cúpula y una
cínica conveniencia de los protagonistas.
Si el caso Ciccone es un dédalo de casualidades y coincidencias,
debe consignarse otra que provoca sonrisas: Alejandro Vandenbroele, quien no
conoce a Boudou, como ambos juran, también se inscribió azarosamente en la
misma teoría del vice: pide la investigación de Moneta y barrunta ilícitos del
empresario que aseguró haber aportado fondos para Ciccone. Habrá más anotados
en esa búsqueda de la “ruta”, en esas imputaciones personales, casi una
estrategia oficial para endosarle al empresario calamidades varias, incluso la
de otros. Total, Moneta no sabe ni contesta, desde hace más de un año está casi
irrecuperable, yacente e internado por un doble problema de salud, uno de los
cuales (cerebral) lo postró al punto de la irreversibilidad, de que su familia
ya se ha desprendido de ciertas posesiones. Es una vía muerta, judicialmente
hablando: le pueden colgar hasta el fusilamiento de Dorrego. Y la estrategia de
involucrarlo, sin entrar en comparaciones desdorosas, se remonta a las
prácticas de las que se han servido los terroristas o delincuentes –como método
para salvarse del castigo judicial– para atribuir responsabilidades que a ellos
mismos correspondían a otros que lograron fugarse o cuyas vidas fueron segadas.
De manual, entonces, lo que se viene en los estrados.
Un desenlace anunciado, procesamientos y escándalo público,
la entrega oficial y muda de Moneta para una carnicería venidera de la cual
disfrutará Magnetto, enfrentado por décadas con el banquero por monumentales
recursos dinerarios y a quien le atribuía variadas operaciones de inteligencia
en su contra, hasta la vigilancia, control y diagnósticos de sus intervenciones
médicas en los Estados Unidos, provocadas por un cáncer que le dejó notorias
secuelas en el habla. Entendía el jerarca de Clarín que Moneta le llevaba esa
información a Néstor Kirchner, previendo una desaparición que nunca se produjo
y una crisis inédita en el Grupo Clarín que determinaría su urgencia. A su vez,
Moneta reservaba su propio rencor y sostenía que, además de lo que Magnetto le
había birlado, padeció su persecución a través de una Justicia obediente que lo
convirtió en convicto, lo obligó a vivir en la clandestinidad, bajo tierra,
durante mucho más de un año. Quizás, ambos tenían razón. Son los protagonistas
de una guerra de treinta años, de los cuales los Kirchner son apenas un
capítulo, cuando en los inicios del gobierno de Néstor, Magnetto era un
preferido confidente, un habitué de Olivos, mientras Moneta –en ese momento con
ciertas penurias económicas– no podía acercarse siquiera a las inmediaciones
del ex presidente: pagaba el precio de haber sido un privilegiado de Carlos
Menem, su banquero (nadie, claro, hablaba de los otros socios). Una carga que
también sufrió, entre los más conspicuos, Eduardo Eurnekian, hasta que Kirchner
lo redimió con holgura y pudo sentarse a su vera luego de un baño gratuito en
el Jordán. Tardíamente, Moneta también obtuvo su perdón y escaló en las
inmediaciones del poder, hasta que casi alcanza –con la bendición oficial– a
quedarse con Telecom antes que Ciccone.
Delicias de la década.
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