Cristina dio marcha
atrás y “amenazó” con pagar todo y a todos. Del repudio al pragmatismo, según
pasan los años.
Por Alfredo Leuco |
De pronto, a Cristina le agarró un ataque de
responsabilidad. En su discurso gritó soberanía mientras reculaba en chancletas
de sus propias posiciones extremas. Ni siquiera llamó por su nombre a los
“fondos buitre”. Ni los mencionó.
La militancia, en sus banderas, demostraba
que se había tragado la píldora emancipadora. Algunos oportunistas hasta
hicieron afiches con el primer plano de un buitre feroz con la bandera del
imperialismo como poncho.
Pero la jefa de la revolución no hizo referencia a
ninguna ave en su discurso. Ni buitres ni pingüinos. Cuando más agresiva llegó
a estar fue al caracterizar a los holdouts como “pequeños grupos”. Y en otro
momento, cuando confesó sin decirlo que cualquier locura hubiera dinamitado el
proyecto de Vaca Muerta, dijo que “ muchos revolotean no sólo por las finanzas,
sino también por los recursos naturales”. Otra vez una referencia suave y de
costado. De buitres, mejor ni hablar.
El juez, al que habían pintado como un hombre carroñero que
odia a los argentinos y les quiere chupar la sangre por encargo de Magnetto,
tampoco fue mencionado en forma hostil. La palabra “extorsionador” desapareció
del léxico de Cristina. Sus bravuconadas anteriores diciendo que no les iban a
pagar un peso a los buitres, también. El tono de voz de Cristina fue alto, pero
su contenido la mostró mansita. Tomó distancia del chavismo de opereta y ella
misma se subordinó a las reglas del mercado, de la Justicia norteamericana y
hasta de la ley de gravedad.
Elogió como si fueran misiles anticolonialistas los millones
de dólares que disparó sobre el Club de París y Repsol, tal como antes lo había
hecho su marido con el Fondo Monetario Internacional. El grito de guerra fue
“les vamos a pagar todo y mucho más si es necesario, carajo”.
Las banderas de los pibes de la liberación se tuvieron que
enrollar como ella misma pidió. Los buitres que estaban flameando sobre los
pabellones quedaron ocultos en esos pliegues y los carteles obsecuentes de Pepe
Albistur comenzaron a marchitarse en las paredes. El “vamos por todo” de
Rosario hace dos años se transformó en “vamos por nada”. En queremos dejar
contentos al cien por ciento de los acreedores. Queremos que el juez genere las
condiciones para negociar y pagar. Como ejemplo de que son capaces de negociar,
la Presidenta puso a su ministro de Economía, Axel Kicillof, que repitió con
los socios del Club de París y con los petroleros de Repsol el discurso
amenazante para la gilada de Néstor Kirchner con el FMI: “Vamos a defender
nuestra soberanía y les vamos a pagar todo y más si hace falta”. Con un
discurso guevarista, los Kirchner lo que hacen es taparles la cara con billetes
verdes a los enemigos.
Hay que tomarlo con un poco de humor para no condenar con
excesiva firmeza el doble discurso histórico de los Kirchner. Alguna vez Néstor
les confesó a los dueños del mundo: “No escuchen lo que digo, miren lo que
hago”. Traducido: mi discurso transgresor es para consumo interno, pero para
afuera soy muy responsable y cumplo mis obligaciones. Eso es lo que pasó. Oscar
Parrilli solía decir que los Kirchner llevan las cosas hasta el extremo, hasta
el borde del abismo si es necesario, para tener más fuerza a la hora de
negociar. No comen vidrio. Gesticulan ampulosamente y levantan banderas
chavistas pero después adhieren a la agrupación “Poniendo estaba la gansa”.
Siguen las enseñanzas del mentor de Néstor, aunque ahora lo condenen y lo
repudien: Domingo Felipe Cavallo.
El archivo, como la vida, te da sorpresas. El diario Ambito
Financiero tituló con toda contundencia el día que Néstor Kirchner asumió como
gobernador: “Juró otro seguidor de Cavallo”. Está escrito. Quien quiera
consultar que consulte. El texto de aquella crónica es insólito. Define al
flamante gobernador como un “apadrinado” de José Luis Manzano que está
dispuesto a aplicar un fuerte ajuste sobre lo que Néstor definió como “un
empleo público sobredimensionado hasta límites exasperantes”. Ya en esa época
no comía vidrio. Lo pueden atestiguar quienes fueron designados ministros aquel
día: Carlos Zannini, Alicia Kirchner, Julio De Vido y, como secretario general
de la gobernación, Ricardo Jaime, con perdón de la palabra.
Hoy Cristina despotrica contra la convertibilidad, pero
varias veces Cavallo definió a Néstor como su mejor alumno. Por eso le facilitó
los tristemente célebres fondos de Santa Cruz que se evaporaron en el aire de
las cuentas del exterior, y la misma Cristina ante una pregunta de este
periodista dijo que Cavallo era su amigo y tenía méritos suficientes para ser
presidente del justicialismo porteño en la interna que diputó contra Gustavo
Beliz e Irma Roy. Eran otros tiempos. ¿O no tanto?
El mensaje de Cristina aleja el default, tranquiliza a los
mercados, a los hombres de negocios, y sólo preocupa a su propia tropa, que
queda colgada del pincel. Milagro Sala, Larroque y Cabandié hicieron una marcha
de repudio a la Embajada de los Estados Unidos. Los cánticos de la concurrencia
no decían “Les vamos a pagar/ les vamos a pagar”. Eran voces libertarias y
combativas que nada tuvieron que ver con el discurso racional, moderado y
cuidadoso de Cristina. Menos mal que a los camporistas no se les ocurrió quemar
un muñeco vestido de Tío Sam con la cara del juez Griesa. Hubiera sido de gran
impacto para las agencias noticiosas internacionales, pero se hubieran prendido
fuego las convicciones de los propios manifestantes. Todo porque Cristina
guardó la nafta para otro relato. Anunció que quiere apagar el incendio y
pagarles a los buitres, a esos mismos buitres a los que llamó extorsionadores.
El juez Griesa se habrá llevado en sus oídos la más
maravillosa música, que es la de Cristina asegurando que “acá sobra buena fe,
que nadie se asuste”, que podría “prometer la Luna pero somos previsibles y
responsables” y que quiere pagarle al cien por ciento de los tenedores de bonos
no por ella, sino porque antes “de mi gobierno está mi país, mi nación y mi
patria”.
La Presidenta arrancó sus palabras diciendo que el mundo
estaba dado vuelta, patas para arriba. Y en eso tiene razón.
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