Cristina: un gol discutible... |
Por Emilio Marín
Lo que Roberto Lavagna, Martín Lousteau, Carlos Fernández y
Hernán Lorenzino no consiguieron, lo logró Axel Kicillof. El 29 de mayo, tras
varias horas de negociación y meses de tanteos, se anunció un acuerdo con el
Club de París, donde se nuclean 19 países “pesos pesados” (léase imperiales).
A despecho de su nombre de “Club”, el de París no practica
el fútbol. Reúne a los acreedores que reclaman a países deudores por deudas,
luego de inversiones de multinacionales que obtuvieron créditos de bancos
europeos, japoneses y norteamericanos. Completa el perfil poco amigable de ese
organismo como número 20, Israel, adherente; las autoridades israelitas y sus
capitales no tienen fama de blandos ni humanistas.
Cristina Fernández de Kirchner había anunciado en 2007 que
pagaría la deuda con el núcleo parisino. La deuda exigida era de 5.562 millones
de dólares. Los problemas políticos que debió afrontar al inicio de su gestión,
al pulsear con las entidades patronales agropecuarias, y la crisis fenomenal en
el mundo capitalista con la caída del Lehman Brothers, abrió un paréntesis en
aquella intención de pago.
Después CFK no puso como elemento central ese pago, porque
soplaban otros vientos, más progresistas en su administración. Por otro lado el
crecimiento de la economía a tasas chinas hacía innecesario afrontar esa
factura impaga.
Ahora las cosas han cambiado. Argentina tiene un pleito
judicial muy peligroso con los “fondos buitres” que vuelan alrededor de Nueva
York; hay dos fallos adversos y una instancia crucial ante la Corte Suprema
estadounidense. En tal coyuntura se quiere hacer buena letra con otros
acreedores, como para desmontar la teoría de que se trata de un “defaulteador
serial”.
El gobierno asume como una necesidad, una discutible
necesidad, el allanarse a los reclamos del Club de París para recibir créditos
oficiales y privados, y nuevas inversiones extranjeras. El “modelo nacional y
popular” hace agua y necesita dólares. Cree que en París los hay y que bien
valen varias misas, aún del agnóstico Kicillof.
¿Un golazo?
Para el gobierno lo firmado en la capital gala es un
excelente acuerdo. Sus argumentos fueron expuestos por el ministro tanto en el
lugar de los hechos como a su regreso, y por la presidenta en su discurso en la
planta de AYSA de Berazategui.
En síntesis, plantearon que el cronograma de pagos se
estirará a lo largo de cinco años, más un pago inicial de 1.150 millones de
dólares, desdoblado, hasta 9.700 millones de dólares en total. Según esta visión
enamorada, la tasa de interés es baja, del 3 por ciento, que puede ir punto
abajo si hay nuevas inversiones de los que firmaron como acreedores. La
mentalidad neodesarrollista de las autoridades presenta lo firmado casi como un
negocio conjunto, del deudor y los acreedores, donde ambas partes saldrían
ganando.
Otra característica muy encomiada es que quedó afuera de los
controles del FMI, inusual en arreglos de esta índole. Argentina lo logró y eso
fue puesto por las nubes, como sinónimo de que este compromiso dejó a salvo la
soberanía.
Lo más interesante del asunto, en la versión gubernamental,
es que habiendo firmado la paz con los acreedores, se va a reanudar el flujo de
inversiones y créditos que tanto necesitaría el país. Según la jefa de Estado,
tales capitales no serían para la “timba financiera” sino para obras de
infraestructura y otros planes productivos.
Más entusiastas que el gobierno quedaron los empresarios mal
llamados “nacionales” que se nuclean en la Asamblea Empresaria Argentina y la
UIA, más automotrices como Mitsubitchi y otros monopolios que olfatean créditos
externos.
Golcito discutible
Lo celebrado por la tribuna kirchnerista no fue un golazo
tipo Diego Maradona en 1986 contra los ingleses sino como el cobrado a favor de
Zelarrayán, de Belgrano, contra Ríver, cuando ninguna cámara pudo demostrar que
la pelota hubiera traspasado completamente la línea.
Hay argumentos serios en contra de lo firmado.
Queda claro que Argentina pagó una deuda muy empinada
respecto al monto que se le exigía en 2007. En ese momento eran 5.562 millones
de dólares. En diciembre del 2013 la discutible factura había aumentado a 6.089
millones. Y en mayo de 2014 se acordó abonar 9.700 millones, casi el doble que
siete años atrás. Surge una pregunta inevitable: ¿qué intereses usurarios
aplicaron los 19+1 miembros del Club de París para llegar a esa suma final? ¿La
delegación argentina no impugnó esos intereses para que la cifra total no fuera
tan alta?
Llama la atención el recurso discursivo del ministro, cuando
enfatiza que es muy baja la tasa de interés del 3 por ciento anual que se
pagará sobre el capital. ¿Y la usura de estos años, Kicillof? ¿De eso no se
dice nada?
Por otra parte, ni el gobierno ni menos aún los acreedores
del Club de París explicaron el origen de esa deuda que exigían. Unos dijeron
que eran del 2001, otros que venían del gobierno radical en 1986, otros que son
préstamos de bancos de países del Club a empresas que invirtieron aquí. Una
nebulosa aún más densa que la de por sí dudosa deuda externa que la dictadura
militar cívica llevó de 8.000 a 45.000 millones de dólares.
Aún muy repudiables, con las deudas del megacanje y el
blindaje se supo de cuándo y por qué habían sido contraídas por el deleznable
gobierno de Fernando de la Rúa. A diferencia de aquéllas, la del Club de París
sigue oculta bajo la bruma no del Sena sino del Támesis.
Pagadores seriales
Los compromisos de Argentina como deudor quedaron claramente
puntualizados en el documento parisino. Debe pagar 650 millones de dólares en
julio próximo y otros 500 millones en mayo de 2015; luego habrá vencimientos
anuales de 2.200 millones de dólares hasta amortizar el total pactado.
En cambio, y a diferencia del optimismo del oficialismo, la
contraparte no se obliga a inversión sino a hacerlo en función de sus deseos,
lo que deja la iniciativa en su campo, sin apremios.
Respecto a que se dejó de lado al FMI, hay dos explicaciones
concurrentes para ese dato objetivo favorable a la soberanía. Uno es que el
plan de pagos aceptado por Argentina fue corto y no excedió los cinco años, lo
que hizo innecesaria la auditoría de la entidad. La otra razón es más
discutible pero tiene elementos de peso: la conducta del gobierno argentino y
del ministro de Economía eran suficiente garantía de pago, más que un control
del Fondo.
El comunicado del Club celebra ese giro a la derecha: “los
acreedores del Club de París celebran los progresos realizados por la República
Argentina para normalizar relaciones con sus acreedores”. Se referían
explícitamente al pago al FMI, a los bonistas que entraron a los canjes de 2006
y 2010, a las multinacionales en el CIADI y a Repsol. ¿Qué mejor garantía que
ese rumbo político y financiero?
Estos acreedores van tomando nota y creyendo de a poco en la
palabra presidencial de que es pagadora serial. “Los fondos buitres son
depredadores seriales” dijo CFK en el acto en Berazategui, el 29 de mayo, una
fecha histórica para el movimiento obrero y popular que fue omitida por la
oradora.
Boudou poco amado
Las cámaras patronales donde se aglutinan monopolios
industriales y comerciales, y las asociaciones de bancos privados nacionales
(Adeba) y extranjeras (ABA) emitieron declaraciones de ferviente apoyo a lo
acordado en París. Muchos son los responsables y beneficiarios de las crisis
anteriores que se realimentaron con nuevos endeudamientos. Algunos incluso
derivaron sus deudas privadas, endosándolas al Estado.
Si esos intereses monopólicos están tan felices es como para
poner signos de interrogación a cuál puede ser la parte de felicidad para los
argentinos de a pie.
Esas dudas se refuerzan cuando se toma nota de las
declaraciones de los dirigentes opositores más orgánicos con el establishment,
como Sergio Massa, Mauricio Macri y Julio Cobos, que -como Scioli- también
aplauden lo firmado.
Si todo ese arco político y empresarial afín a EE UU festeja
un gol es para dudar sobre en cuál arco entró la pelota. Puede ser gol en
contra.
La Cepal, al
informar sobre el ingreso de capitales externos, “advirtió acerca de la
vulnerabilidad externa que genera la inversión externa, señaló la necesidad de
orientar estos fondos hacia actividades de mayor valor agregado y aseguró que
la entrada de estos recursos no tiene un impacto relevante en la creación de
puestos de trabajo” (Página/12, 30/5).
El que debió matizar tantos festejos fue Amado Boudou, luego
que el juez Ariel Lijo lo citara a indagatoria en la causa Ciccone, por
presuntos actos de corrupción. El fiscal Jorge Di Lello había pedido esa
citación desde principios de año y al final será el 15 de julio, día en que la
presidenta estará en Fortaleza, Brasil, invitada a la cumbre del grupo BRICS.
Del BRICS sí pueden venir inversiones y créditos, de hecho
ya están llegando desde China; en cambio, del Club de París solo se pueden
esperar los apremios ilegales propios de acreedores e imperios en crisis. Es
cuestión de saber elegir dónde quiere estar Argentina en el mundo, si aquí o
allá.
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