Por Gabriela Pousa |
Se robaron todo. Desde lo más nimio hasta lo más grande. Desde el espacio
de la estatua de Colón hasta la fábrica de billetes, desde los terrenos
fiscales en El Calafate hasta los medios de comunicación.
Desde la
independencia legislativa hasta la justicia imparcial, desde la cultura hasta
la moral.
Se van. Pero se van a medias. Dejan herencia para que se los recuerde
durante muchos años.. Además hay “soldados de la causa” esparcidos en todo espacio político,
me refiero a inescrupulosos aspirantes a ser o seguir siendo garrapatas de un
Estado desvirtuado e ineficiente en lo más básico: salud, educación, seguridad.
En once años han alterado mucho más que la institucionalidad del país.
Han menguado la calidad de vida de los argentinos que, paradójicamente o no, se
lo permitimos... Ahora, los ojos se fijan en Amado Boudou que, en rigor de verdad, no
es sino un caso más, como lo fuera en su momento Guillermo Moreno.
Ambos han hecho lo que el matrimonio Kirchner les han pedido que hagan. Ambos
son soldados, no forman ejércitos aislados. El autor intelectual de lo que
acontece ha muerto, la autora material ocupa el Ejecutivo Nacional. Boudou es
la herramienta, el ejecutor del capricho presidencial. Todos lo sabemos.
Sin Cristina no hay Amado.
Quizás sea un buen momento para poner el foco en la sociedad más que en
la dirigencia por eso, y por dos razones básicas más: 1) el gobierno no
hace sino aquello que la gente le deja hacer 2) los dirigentes no son foráneos,
son emergentes de los ciudadanos.
Este último punto, Cristina lo ha asimilado con maestría. No en vano
lucha por situarse del lado del argentino medio, precisamente aquel que frente
a la mencionada hipótesis reacciona contundente: “Yo no los he votado”. Pero
claro, una cosa es la responsabilidad intrínseca de todo ciudadano, y
otra muy diferente la de su Presidente.
Aferrada a aquel slogan que utilizara hace unos años cuando se situó a
sí misma como “primera ciudadana”, adopta la conducta de cualquiera de
nosotros. Pero a no confundirse: no es igualdad, es estrategia. No es empatía,
es conveniencia.
Así, frente a cualquier evidencia de la ignominia que genera, se lava
las manos o sale a hablar como si estuviese en una mesa de bar: “Vamos
che, no me vengan a decir que no están mejor que hace diez años“, nos
contó un día. Y sin rigor científico en los datos sostuvo que Argentina supera
a Australia y Canadá como quien dice que Funes Mori es mejor que Messi o
Neymar.
En definitiva, habla como hablaba la “Doña Rosa” de Neustadt o
la Salustriana de su cadena nacional desde la más supina ignorancia. Ahora
bien, la ignorancia de aquellas es involuntaria carencia de conocimiento en la
materia, en cambio, la ignorancia de la Presidente corresponde o debería
corresponder a la categoría de “administración fraudulenta”, a delito de
estafa, de traición a la Patria.
Lo de ella no es ausencia de conocimientos sino manipulación adrede de estos, utilización oportunista de amnesia, fabricación adulterada de estadísticas, tergiversación de la historia y sistematización de la mentira. En una palabra, es el relato perverso y maniqueo estructurado para deshacerse de responsabilidades, situándose en un rol que no le corresponde. No es víctima es victimario.
Lo de ella no es ausencia de conocimientos sino manipulación adrede de estos, utilización oportunista de amnesia, fabricación adulterada de estadísticas, tergiversación de la historia y sistematización de la mentira. En una palabra, es el relato perverso y maniqueo estructurado para deshacerse de responsabilidades, situándose en un rol que no le corresponde. No es víctima es victimario.
Cristina no es una ciudadana más que puede juzgarnos y decirnos cómo vivir
desde atrás de un atril. En todo caso, somos nosotros quienes podemos
demandarla al igual que Dios y la Patria. No hacerlo deviene de haber
convertido a la democracia representativa en una democracia meramente
delegativa.
Tampoco puede la titular del Ejecutivo hacer silencio frente a lo que
está sucediendo. Usted o el vecino puede no opinar sobre Amado Boudou y
Ciccone, pero quién lo llevó a la vicepresidencia de la Nación debe
ineludiblemente dar una explicación. Los roles están alterados y en
consecuencia, mal actuados.
La gente entiende el país como caparazón donde ampararse, no como
propietarios comprometidos a mantenerlo en buen estado. Hay un sentido
utilitario de ciudadano, así como también lo hay de la política. Todo es “a
conveniencia”, de uno u otro lado.
En ese sentido, es grande la similitud entre la jefe de Estado y los
soberanos. Ambos se equivocan en su conducta. Una no administra para el
bienestar común, y el resto acepta la desidia mientras pueda sobrellevarla, o
mientras en el bolsillo haya plata.
En rigor, estamos sumidos en una mediocridad espantosa que no
sólo nos borra del mundo civilizado, sino que nos lleva a vivir la Argentina
como una jungla: sin ley, sin norma, sin premios ni castigos. Una jungla donde
prevalece el más fuerte no él más idóneo, donde al talentoso lo relega el
escandaloso, la moral pasó de moda, y la virtud… La virtud apenas si
quedó en algún libro de la biblioteca, de esos que nunca se abrieron pero que
están allí porque el lomo combina con los sillones o las cortinas.
No nos engañemos. Boudou no era una eminencia económica.
Siquiera era simpático, de ojos claros. Antes de ser bendecido con su actual
cargo, su mérito fue saquear las AFJP. Al currículum lo venció un capricho y un
prontuario.
Estamos confinados a una mediocracia excesiva por ausencia de
compromiso cívico, de coraje, de valentía. Por ejemplo, acompañar la “cruzada”
del Dr. José María Campagnoli no es ir y levantar un pedestal al fiscal sino
defender lo que nos corresponde: la institucionalidad que será garantía de
república y libertad.
Con el “yo no la voté” no nos desligamos de culpa si acaso
después no lo acompañamos por algo más que la mera queja urbana, el lloriqueo
de sobremesa y el confort de la derrota.
Porque la victoria no da derechos, obliga, mientras el fracaso ofrece el descanso
de la “victimología”, una de las peores drogas de estos días. Entonces, en el
rol de víctimas, nos creemos con razones para cruzarnos de brazos y exigir que
todo, incluso la solución, nos sea dado. En idéntico rol se posiciona
la jefe de Estado, no hace nada de lo que debería hacer. Sin embargo, el
silencio otorga, sigue otorgando…
De ese modo, en la inacción permanente, terminamos apañando el
populismo, y soportando figuras de la talla de Amado al frente de alguna facción
que no hace sino responder, obedientemente, a la Jefe de Estado.
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