Dificultades para
“los tres finalistas”: Scioli, Massa y Macri. Sorpresa: Cristina podría estar
en la boleta.
Por Roberto García |
Un involuntario e ignorante reduccionismo alude en singular
a la elección presidencial de 2015. Pero ocurre que no habrá sólo comicios
generales, con posible segunda vuelta, sino una escandalosa catarata de
elecciones que desde marzo provocarán múltiples derivaciones, alentando
candidaturas o disolviéndolas, fabricando ententes o deshaciéndolas. Tamaña
cantidad de convocatorias confunde a la democracia, la menoscaba.
Si se quiere hilar fino, ya este año empezó la
competencia para dirimir concejales en
Mendoza y en Bariloche y, para octubre, se viene la de Marcos Juárez (Córdoba),
uno de los lugares con más empleo y mayor PBI del país sojero.
Pero estos resultados no habilitan un muestreo
anticipatorio, apenas si consolidan o expulsan operadores en las fracciones
partidarias. Por carecer de masa crítica, cualquier análisis conjetural se
torna insolvente. Sólo es un ejercicio
de iniciación, mientras el vendaval de
elecciones de 2015 se desata en marzo, con Catamarca y Chubut, que abre un
calendario extenuante.
Vasto entonces el
mapa de llamadas, excesivo o inútil tal vez, porque parece difícil que
se modifique un estándar ya consagrado por las encuestas y convalidado por los
medios: no más de tres personas hoy pueden soñar seriamente con ocupar el
sillón de Rivadavia. Inclusive con la singularidad de que una de esas tres
puede aterrizar antes de la cita final, sin desearlo, casi con más probabilidad
de que un cuarto espontáneo se incorpore a la formación del triángulo. Obvio,
los tres adelantados con potencial superior son Macri, Massa y Scioli.
Cada uno, con sus límites y vulnerabilidades, aventaja a un
pelotón incipiente y con más carencias, sea por despliegue territorial,
reconocimiento personal, adhesiones confesadas, suma de estructuras partidarias
y, sobre todo, recursos: la carrera presidencial demanda fortunas gigantes para
la campaña y para captar sponsors que invierten sólo en empresas que garantizan
ganancias, resulta obligado exhibir performances satisfactorias en los sondeos.
El terceto privilegiado oscila hacia arriba entre 15 y 25
puntos. El resto –salvo Hermes Binner, con otro tipo de condicionamiento– no da
la talla para recoger voluntades adineradas. Y sin el aporte de ellas cuesta ir
a las urnas, y mucho más, contar los votos.
Esta digresión no debe ocultar el festival de elecciones del
año próximo, aún sin precisiones sobre las fechas (hay muchos distritos que
disponen de esa gracia), pero puede
ensayarse un cuadro tentativo con el adelantamiento a las presidenciales en no
menos de diez provincias (algunas, como Santa Fe, ya determinadas por
ley). Cabe a cada intelecto estimar a
quién le conviene la coincidencia de que en un mismo día, o no, se vote para
gobernador, edil, legislador, gobernador y presidente.
A Catamarca y Chubut en marzo les podría continuar Salta en
abril; La Rioja, Neuquén, Tierra del Fuego y Misiones en mayo; Capital en
junio; Santa Fe en julio; Córdoba y Tucumán en agosto; Chaco y Río Negro en
septiembre. Como se sabe, para las nacionales aún no hay fecha, se supone que
entre agosto y octubre se realizará primera y segunda vuelta, si fuera
necesario.
A este fárrago habrá que añadir las internas, el
establecimiento de alianzas y los cierres de lista.
Hay misterios diversos. Si Urtubey se presenta y gana como
gobernador en Salta, ¿se inscribirá por un premio superior cinco meses más
tarde? Parece atorado. A su vez, Macri tropieza con otra contingencia: si bien
él no puede presentarse en Capital y, por ley, en el distrito porteño se fijó
que sus autoridades deberán elegirse 45 días previos a las presidenciales, ¿qué
ocurriría con su postulación si su fuerza política fuese derrotada? Nadie
imagina que una circunstancia de ese tipo haría más robusta su candidatura, tal
vez podría quedar al margen de la presidencial sin siquiera competir. De ahí
que, en su círculo íntimo, se plantea modificar en la Legislatura esa exigencia
de los 45 días y uniformar las fechas, o imponer ese criterio desde la jefatura
de Gobierno según una interpretación constitucional.
En materia de cambios, a Macri tampoco le molestaría, en el
orden nacional, instalar el sistema de boleta única para la elección general,
propuesta que –supone– podría interesar a la propia Cristina. Si mantiene el
diálogo fluido con la Presidenta, quizá la interese con esta iniciativa ya
utilizada en Santa Fe. Ella acaso se despreocupe de un canje legislativo y
decida por su cuenta y bloque hornear el proyecto presentado por el legislador
Wado de Pedro, que incluye en la boleta de los comicios presidenciales, por distrito
único y con representación proporcional, los candidatos a diputados al Parlasur
(parlamento regional). Casi todos entienden que la mandataria, para reafirmar
el proyecto familiar y exportarlo a países vecinos, quizás no se retire a su
lugar en el mundo de El Calafate y, en cambio, presida la nómina, se cargue de
otras responsabilidades y también se cubra de eventualidades indeseadas.
Si para un ciudadano común esta sucesión electoral de 2015
se transforma en un galimatías, no menos complejo resulta para los
protagonistas de la contienda, inhibidos o proclives para realizar alianzas en
el momento justo. Ya el Frente Amplio y Macri entienden el riesgo de acordar
luego de la primera vuelta, razón por la cual ciertos personajes se arremangan
para anticiparse. Binner, por ejemplo, ¿privilegiará su aspiración presidencial
abandonando Santa Fe con el riesgo de que el socialismo pierda la provincia si
él no se presenta? Dudosa decisión, es hombre de partido, no de personalismos.
Macri, a su vez, en pos de un acuerdo que lo encumbre a la presidencia –ya que
sin un pacto con otros partidos difícilmente llegue a la final–, se desentienda
tal vez de la sucesión capitalina (no confía en Michetti, y Rodríguez Larreta
ni siquiera es conocido) y hasta le conceda una oportunidad al radicalismo,
partido más ansioso por ocupar el distrito porteño, en lugar de imponer un
hombre en la fórmula presidencial. A ellos los presiona el tiempo.
Otros enigmas diferentes persiguen a Cristina, quien
estimula a La Cámpora para hacerse peronista o escriturar para su tendencia el
sello, reniega entre mantener el control remoto sobre Scioli, inventar otro
candidato hasta ahora vagaroso o pronunciarse a favor del ascenso de un
Randazzo que tampoco es del paladar K. Dudas que se extienden a Massa, sin un
socio connotado que lo represente en Capital, a veces estremecido por el
demoledor odio oficialista y la voracidad macrista por arrebatarle parte del
mismo mercado electoral.
Scioli alcanzó el punto menos deseado, la altura que él
mismo promovió: al revés de otros tiempos, en que su partida podía constituir
un revés para el kirchnerismo, ahora tiene la certeza de que no dispone de esa
alternativa, se encerró en la dependencia y deberá hacer lo que diga CFK. La
necesita más a ella, que ella a él. Cosas de la vida.
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