Francisco recibió
hace menos de un mes al magistrado que indagará a Boudou. Se viene la unión
sindical.
Por Roberto García |
Para algunos obispos locales, la unidad de las tres CGT se
perfila nítida. Hasta disponen de una fecha cierta, hacia el 26 de junio en Mar
del Plata, para avanzar en ese sentido, ya que entonces reunirán en un mismo
cenáculo al núcleo oficialista de Antonio Caló y “los gordos”, y a las
formaciones opositoras que presiden Luis Barrionuevo y Hugo Moyano.
El paraguas
de la convocatoria remite al diálogo político y social con el que ciertas
figuras de la Iglesia, como Jorge Casaretto –quien ha vuelto al plano
figurativo–, taladran a distintos sectores como en los tiempos de Fernando de
la Rúa, cuando entonces no se sabía si acompañaban un cortejo fúnebre o
construían un colchón para evitar desenlaces violentos. El objetivo no se cumplió:
terminó el gobierno de la peor forma. Ahora se insiste con el mismo propósito
dialoguista y, en particular con las organizaciones sindicales, a partir de una
conveniente unidad gremial.
La noticia de la reunión de las tres CGT endulza los oídos
del Papa, quien en los últimos meses propició esa alternativa sin
protagonizarla, aliviado también por la continuidad del juez Ariel Lijo al
frente de la causa Ciccone, quien ha citado a indagatoria al vicepresidente
Amado Boudou. Como se sabe, hace menos de un mes el magistrado estuvo alrededor
de una hora con Francisco en Roma, a solas, y si bien es común la atención
específica y casi exagerada que el pontífice otorga a las cuestiones argentinas,
tamaña duración de entrevista no resulta frecuente. Por supuesto, se dijo que
conversaron de temas familiares.
Al Gobierno, en cambio, cierto malestar le genera la
eventual reunión de los sindicalistas hoy divididos en Mar del Plata. Ya
advirtió Cristina que se opone, que no la cuenten en una unidad nacional que
signifique el regreso a tiempos pasados. Y, para Ella, es obvio que este tipo
de encuentros representa la creación de poderes alternativos, consagrar
disidencias, repeticiones en los medios, y limar en alguna medida su autoridad.
Nunca vio en estas manifestaciones una colaboración, más bien impuso y gestionó
–como lo entendía su esposo– la fragmentación o disolución de sectores (cámaras
empresarias, sindicatos, prensa, etc.) para sostenerse en la cumbre. Había para
dar y se respiraba cierta complicidad en el aire: esa política garantizaba el
apogeo kirchnerista.
Moyano fue el emblema de ese generoso tráfico de influencias
oficial, convirtiéndose por las prebendas en el gremio más poderoso del país, transformando
a su organización en una acumuladora de inmuebles, con depósitos cash que
disputan los bancos oficiales, a punto de inaugurar el Sanatorio Antártida,
quizás el más moderno en la región. Todo gracias a Néstor.
Ahora, lejos del calor oficial, sin duda congelado por
Cristina (lo acecha el negocio de la basura, Florencio Randazzo evalúa restarle
una carga impositiva que lo favorece en los puertos), Moyano es quien más
insiste en la unidad de la CGT ante los curas, dispuesto a resignar espacios o mimetizarse
en la cartelería. No parece temer: llegan tarde para desmontarle el fabuloso
emporio. Se entiende hasta que busque otros socios políticos, que valorice a
Mauricio Macri (han negociado contratos importantes en la Ciudad) en lugar de
Massa, Scioli o De la Sota.
Sus rivales de la CGT de Caló, a disgusto, comparten otras
desgracias sin haber disfrutado de los premios: suman al peso de ser imputados
de oficialistas el mínimo amor de la mandataria y la exangüe distribución de
fondos de las obras sociales. Si hasta Caló tiembla en el sillón de la UOM para
ser reemplazado por un colega de la seccional cordobesa, naturalmente más
rebelde.
Para colmo ahora, con el estancamiento económico, estos
sindicatos han sido los primeros en padecer la crisis con despidos y
suspensiones, hasta con inevitable reducción salarial. Como si fuera un castigo
a su conducta complaciente, los que más sufren por el momento son mecánicos,
metalúrgicos, construcción, sanidad... los pilares gremiales del proyecto.
Tampoco pueden apelar a los empresarios más afines, ni se
les ocurre utilizar como reclamo argumentos de Cristina –“ganaron mucho,
traigan la plata”– a las cabezas más notorias y desenfadadas que defendieron a
la Presidenta al relato industrial, léase: Iveco, Volkswagen, la Cámara de la
Construcción, algunas pymes paraestatales, por citar algunos conspicuos y
prósperos hacedores de negocios personales e institucionales en la última
década. Lo pasado, pisado.
El Gobierno no impedirá la cumbre de Mar del Plata; sí que
continúe el operativo unidad. Ya fue advertido en la reunión: desde afuera van
a tratar de que no nos juntemos. Todos saben lo que significa “desde afuera”.
También saben que no pueden permanecer inertes 18 meses si persiste la
inactividad económica, cuestión a la cual los obispos no han sabido dar
respuesta en su pedido de paz social. O lo que ensayaron como réplica fue
insuficiente: miren, el Papa también tiene prisa por la paz en Medio Oriente,
pero sabe que tal vez lleve años la negociación que acaba de emprender, señaló
uno de los eclesiásticos.
“Demasiada espera –completó incómodo un gremialista–; esa
excusa no nos sirve”.
0 comments :
Publicar un comentario