Mitos y verdades de
Kicillof vs. Fábrega. Macri, indeciso. Massa se preocupa. Y Scioli sospecha.
Por Roberto García |
Se equivocan quienes repiten que, en un acto de arrojo, el
titular del Banco Central le ofreció su dimisión a Cristina por discrepar con
Axel Kicillof. La versión se reiteró hasta el hartazgo, repetida inclusive por
quienes conocen a la Presidenta –destacada por la frase imperial “a mí no me
renuncia nadie”– y por aquellos que no ignoran la militancia burocrática de
Juan Carlos Fábrega, acostumbrado a décadas de obediencia debida en el Banco
Nación y al flagelo de la última, ganada bajo la tutela de Néstor, su ex
compañero de colegio.
En todo caso, se interpretó mal una sugerencia que el
funcionario dio a la mandataria: “Por razones de Estado y eventuales
contingencias, sería responsable que tuvieras un reemplazante para mí. Y
también, claro, para Kicillof. Siempre hay que estar a cubierto para preservar
la estabilidad”.
Claro que admitir esta recomendación en medio de la
controversia sobre el nivel de tasas –apenas uno de los capítulos del litigio
entre los dos responsables de la economía– genera desde hace 15 días un temblor
en los mercados, al que las dos partes confrontadas acudieron en busca de
auxilio: Fábrega con el sector financiero, el ministro –ahora más solícito y
menos arrogante– con cámaras y asociaciones de la llamada economía real. Como
si el comunicado o la declaración de ciertos dirigentes privados pudiera evitar
que ambos flameen al viento por la caída de la actividad económica, los
graduales despidos laborales, alta inflación y el comportamiento de dólar y
reservas. Aunque en rigor, el propósito es disipar presagios desagradables,
impedir comportamientos de fuga y
tranquilizar a la inquilina de la Casa Rosada que, luego de la última
devaluación, procede más de acuerdo al miedo que a la convicción. Es lo que
dice uno de los protagonistas en pugna.
Ninguno, por otra parte, quiere cargar con el peso de
fomentar más estrés en Ella, quien le atribuye a ese fenómeno de alteración
fisiológica ciertos disturbios menores que aparecen en sus análisis clínicos, a
la “mala sangre” que le provoca la función: “Cuando termine el mandato se van a
corregir estos inconvenientes”. Una opinión que algunos médicos no avalan, a
pesar de que nada grave supone la controversia y, mucho menos, las dificultades
en el organismo.
Aun así, tanto Kicillof como Fábrega disputan frente a un
inesperado cuadro económico de nerviosismo que se anticipó a los cálculos
(cualquier profesional imaginaba que sin un complemento de medidas, en
septiembre u octubre reaparecerían los problemas), uno empecinado en una receta
propia sobre el desarrollo y el crecimiento que dice originarse en Keynes, y el
otro, menos versado tal vez, sometiéndose a la experiencia ortodoxa de que si
uno finalmente acepta ir a una fiesta de gala con esmoquin, no puede olvidarse
los pantalones: restarle valor a la moneda, restringir el crédito, enfriar la
economía y no disminuir el gasto sin tocar la emisión viene a ser, para esa
visión, como circular en calzoncillos por el evento. Conviene establecer los
valores de cada contendiente: Fábrega dispone de un único bastión, el BCRA,
pero en ese instituto también está aislado, solo (salvo el respaldo técnico de
un veterano entrado en carnes que había sido marginado, al igual que dos o tres
exponentes de la línea), observado y objetado por un directorio poco afín, con
supremacía del ministro (incluyendo a otros escaladores que no provienen de su
cantera), mientras Kicillof reporta un ejército desplegado en distintas áreas
del poder, pero en conflicto con varios de sus ocupantes (caso Miguel Galuccio
en YPF).
Nadie sabe quién gana, los dos en operaciones y Cristina
disimulando la reyerta en la ilusión de que si alguien le presta plata, se
calmará la jauría. Menos mal para Ella que no sube el petróleo aún y que el
Niño promete un invierno lluvioso, pero sin frío atemorizador. Buenas
noticias, aunque se obsesiona por el
riesgo conjunto que hoy representan curas quejosos, magistrados díscolos y
financistas inquietos: les teme más que a los políticos. O a Clarín.
La población se entretiene con Tinelli, las equívocas
pavadas epistolares del Vaticano y embajadores, el Mundial, y permanece
distraída de la caída del valor adquisitivo del salario. Y los políticos,
ensimismados. Como Mauricio Macri, reservando el silencio para su relación con Cristina e
indeciso para decidir la elección porteña. No sabe si lo más pronto posible (con primarias en
diciembre 2014) o transportarlas hasta el mismo día de los comicios
presidenciales. Cualquier argucia en el calendario que no le estorbe su
candidatura. Sergio Massa, a su vez, en el sube y baja de los sondeos,
contratando lo que puede en el mercado, mientras los UNEN más a la derecha que
a la izquierda (como instruyen los encuestadores sobre la dirección del viento)
y Daniel Scioli, tan apichonado como advertido, de que al cristinismo puro le importan
más las PASO que las presidenciales: allí es donde la mandataria puede imponer,
determinar, reinar. Le importa disponer más de esa instancia que del futuro
gobierno, asegurar su propia minoría que una presunta mayoría incontrolable:
sabe que en la sucesión los peronistas pueden ser más crueles que los adversarios de su signo.
De ahí que Scioli sospeche que Ella no lo prefiere para esa
instancia primaria, empieza a suponer que no estará cerca. Menos que ahora,
inclusive. Tarde advirtió el gobernador
que Florencio Randazzo trepa en puntos, se aprovisiona en Carlos Zannini
todos los días (de obligatorio café entre ambos), hasta gana confianza femenina
por desafiar a Hugo Moyano, otro al que Cristina adoraría verlo en la zanja
(parece que le amputará una caja fabulosa que el camionero comparte con otro
dirigente de su estilo, del sector naviero).
No es el único Randazzo: hay calor oficial para Julián
Domínguez, casi un francisquito por su vocación católica, asistido por
preferidos como Carlos Kunkel, el hombre que reniega de las bataclanas con la
misma furia discriminatoria que la aristocracia argentina de los 50 despreciaba
a Evita. No queda afuera tampoco Sergio Urribarri, el entrerriano que gasta
como si tuviera, esperanzado en que si él ubicó a Galuccio (gracias a su
próspero hermano empresario) y éste se convierte en un paradigma salvador (como
lo propone su agente patrocinador), alguien deberá agradecérselo a través del
voto. Ninguno parece preocupado por el mendrugo del día siguiente, al revés de
los que trabajan y de los que pierden el trabajo.
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