La Presidenta transita
por laberintos insólitos para compararse con el pasado. Datos falsos.
Por Alfredo Leuco |
Hay que estudiar con atención la relación maternal que
Cristina estableció con los muchachos de La Cámpora. Utiliza ese espacio de
diálogo que se establece en los patios internos de la Casa Rosada como una
suerte de terapia que le permite reflexionar con más serenidad sobre su propio
liderazgo.
Uno de los pibes para la liberación la notó apenas altanera,
con pocas pilas, y la arengó: “Vamos por todo, Cristina”. Ella se detuvo y lo
contradijo: “No, no. Eso fue utilizado en contra nuestro. ‘Nunca menos’ me
gusta más”.
Segundos antes les había pedido que salieran a predicar las
bondades del modelo casa por casa con palabras sencillas para que todo el mundo
entendiera y ella clavó varias veces “semiótica y semiología” metida en un
berenjenal similar al que ingresó al comparar “paradojas con parábolas” o al
confundir a Jauretche con Scalabrini Ortiz.
Revisitó dos temas calientes de todos los debates entre los
que se ofrecen como vanguardias de su pueblo: cuando Perón echó a los
Montoneros de la Plaza de Mayo al grito de “imberbes” y “estúpidos” y la
experiencia clasista y combativa del Sitrac Sitram.
Casi no tuvo repercusión porque lo dijo en voz baja, como
reculando, pero su mirada de aquel 1º de Mayo histórico fue muy similar a la de
los peronistas que rompieron en su momento con Montoneros o que hoy fustigan
sin eufemismos su militarismo ultraizquierdista e irresponsable. Cristina dijo
que “se le quiso enseñar peronismo a Perón y se le discutió su conducción.
Muchos de los que ya no están desde nuestras propias filas cuestionaban por
burgués al plan económico de Gelbard, que era revolucionario”. Se ubicó en el
mismo centro del altar del fundador del movimiento y aclaró que “cuando nos
corren por izquierda porque vamos despacio, y por derecha porque somos
demasiado intervencionistas, quiere decir que estamos en donde tenemos que
estar. Es un termómetro, una fórmula que no falla nunca”.
Recalculó la vieja consigna de “ni yanquis ni marxistas”.
Justificó sus pecados de todo tipo hacia su propio relato, como el ajuste
ortodoxo liberal y antipopular por un lado y el respaldo a un general que
manchó los derechos humanos como César Milani, por el otro. Pero, cuando
recordó con tristeza que Néstor Kirchner nunca había ganado una elección
nacional en la que él encabezara la boleta, concluyó que “la historia fue
injusta con Néstor”, aunque no pudo con su genio de la épica millonario
guevarista: “Si él no hubiera descolgado el retrato de Videla, yo no hubiera
podido colgar el del Che Guevara”. Ese es un nudo gordiano de sus neuronas. Le
cuesta explicarse a sí misma la magnitud y la procedencia de su fortuna.
Y eso la deja pedaleando en el aire cuando arremete contra
los empresarios codiciosos que “cuanto más tienen, más quieren”. ¿Y Boston,
Cristina”, diría Aníbal Fernández. Una especie de culpa de ser ricos que
pretenden pagar con paternalismo hacia los más humildes, a quienes “perdonan”
si cometen delitos “porque el castigo es irracional”. Eso dijeron dos fiscales
que militan en el victorhuguismo judicial, una sobreactuación engolada que,
como Eugenio Zaffaroni, se conduele con los que menos tienen mientras nadan en
sus océanos de euros.
Dificultó que los camporistas hayan comprendido la anécdota
gremial cordobesa que Carlos Zannini le contó a Cristina. Una exageración
bizarra que Cristina creyó y repitió a pié juntillas. Dijo que los del Sitrac
Sitram habían hecho paro porque les habían servido congrio tres días seguidos
en el comedor de la planta fabril. Aclaró que el congrio es un pescado
riquísimo y quiso caricaturizar a los trabajadores que hoy hacen medidas de
fuerza. No lo dijo, pero fue como decir: “Se quejan de llenos”. Doble falta.
Hoy, más de la mitad de la fuerza laboral gana menos de 4 mil pesos; hay 35% de
trabajo en negro; hace dos años que no se crean empleos privados y, en blanco,
ya comenzó la destrucción de puestos laborales en las automotrices, por
ejemplo. El nivel de pobreza y desigualdad es el mismo que en los 90, y un
millón y medio de jóvenes no trabajan ni estudian. Primer error. Muchísimos no
están llenos y se quejan.
Segundo: más que congrio, a Cristina le dieron pescado
podrido. Con data floja de papeles de Zannini, fue ofensiva hacia una de las
experiencia legendarias de la izquierda más intransigente. El Cordobazo, que
hirió de muerte a la dictadura patricia de Onganía, también fue protagonizado
por los operarios mejor pagos del país. Eso se llamaba conciencia de clase,
señora. Estos eran los gremios de las fábricas MaterFer y ConCord, que le
jugaban por izquierda incluso a Agustín Tosco y seguían a dirigentes históricos
del trotskismo como Gregorio Flores o René Salamanca, un líder mecánico ícono
que se apoyaba tanto en el maoísta Partido Comunista Revolucionario como en la
Vanguardia Comunista, que simpatizaba con Albania y en el que militaba el Chino
Zannini antes de ser detenido por la dictadura.
Este espacio de poco rebote periodístico que intento
iluminar mostró a Cristina modificando su caracterización (por lo menos
momentáneamente) de lo que fue la batalla entre el campo y el Gobierno por la
125. No se trató de “la oligarquía que quería destituir a Cristina”, como se
dijo hasta ahora, sino que “fue un momento donde nos agarramos a patadas entre
todos”. Lo dijo esta semana.
Coincidió con el discurso de Carlos Zannini en el Mercado
Central. No en la ubicación escatológica del grano que le salió al
establishment con Néstor, sino en remarcar quiénes son las miles de flores que
florecieron: “Ustedes son las únicas caras nuevas que hay. Los demás, y me
incluyo, somos figuritas repetidas”. Más que autocrítica y esperanzada en las
nuevas generaciones de La Cámpora, la Presidenta pareció interesada en llevarse
puestos a todos sus pares el día que abandone el poder en el 2015. Luces para
algunas sombras de Cristina.
0 comments :
Publicar un comentario