(Raíces)
Por Gabriela Pousa |
La semana que pasó se registró un hecho que puso en evidencia uno de los
problemas más graves que tiene el gobierno. Nos referimos al episodio
de la carta-telegrama del Papa y a la serie de “malentendidos” en
torno al mismo.
Más allá de cómo se dieron las circunstancias, se ha dicho que en
cualquier otro país hubiera resultado apenas una anécdota.
Acá no fue así, claro que la nacionalidad del Sumo Pontífice influye, pero lo notable del caso ha sido la inmediata falta de credibilidad en la palabra oficial.
Acá no fue así, claro que la nacionalidad del Sumo Pontífice influye, pero lo notable del caso ha sido la inmediata falta de credibilidad en la palabra oficial.
Aún cuando salieron del Vaticano a confirmar su veracidad – y más allá
de las internas que pueda haber delante o detrás -, la aparición de
Oscar Parrilli dando crédito a la autenticidad no cumplió su cometido. No se le
creyó o al menos quedó la duda sobrevolando.
Pues bien, en esa duda o en ese escepticismo de la sociedad se apoya el
“fin de ciclo”. En el 2015 el kirchnerismo se acaba por la simple razón
que ya no se le cree más nada. Horas después del bochorno epistolar,
la jefe de Estado asistía al Tedeum en la Catedral, con una puesta en escena
que no dejaba margen a lo real.
Vestida de punta en blanco, Cristina pretendía dar la imagen de la hija
prodiga que vuelve arrepentida al hogar… Pretendía no más. Al rato, la
mandataria estaba bailando en Plaza de Mayo con una actitud singularmente
distinta, con una oratoria polémica, en el contexto de un circo amorfo
y patético para celebrar una fecha como esa.
Lo distintivo quizás sea que Cristina ya no habla horas como
antes. Últimamente sus alocuciones son más breves. Cambió la duración, no la
forma y mucho menos el fondo. A tal punto que ella misma pidió
disculpas si no gusta su tono de voz.
Y es que la Presidente no habla, grita, y hay pocas cosas que
marcan más la debilidad de una autoridad, que elevar el tono de voz. Nadie
alcanzó la categoría de estadista ni de gran líder de la historia, gritando
cuando la ocasión no lo amerita.
El alarido revela nerviosismo, falta de confianza en uno mismo y poca
convicción en lo dicho máxime cuando la tecnología te ofrece múltiples variantes para que
hablando normalmente se escuche en un radio de acción grande.
Es como si se tratara de convencer a sí misma. Y no era ya la Cristina
del mediodía, emocionada y modosita. O lo era sí pero en otro rol, como pasa
con los artistas. No hay arrepentimiento, ni conversión ni mucho menos
intención de cambiar el rumbo de las cosas. De aquí en más se puede esperar lo
mismo que sucedió en los últimos once años de gestión.
El discurso en Plaza de Mayo no fue conciliador aún cuando haya mencionado
el diálogo. Porque ese diálogo ha sido anunciado un sinfín de veces sin
que se haya concretado. De hecho, se engañó a toda la dirigencia política
cuando Florencio Randazzo. convocara después de las legislativas del 2009, y ni
hablar de lo inútil que resultó cada llamado a dialogar cuando los Kirchner
erigieron como enemigo al campo.
Cristina el pasado domingo “marcó la cancha”. Nada más. No puede
dialogar por la simple razón que no escucha y ese tipo de sordera, voluntaria y
maniquea, enmudece inexorablemente. La Presidente sólo decide y su decisión es
siempre un acierto, de no ser así hay un culpable afuera que puso palos en la
rueda.
¿Cuándo se rectificó de algún error? Desde 2003 todo se ha hecho
bien. El 2003 fue una gesta patriótica y Néstor pasó a ser el prócer de este
ahora. Esa es la religión política impuesta en Balcarce 50.
Este 25 de Mayo no flameaban banderas celestes y blancas auténticas, en
la plaza. No se aludió a ninguno de los hombres de aquel Mayo supuestamente
festejado. El Gato, el Pericón y las zambas fueron reemplazadas por el
rap y “reggaeton”, las escarapelas por la siglas del sindicato que convocó.
Las
imágenes reflejadas en las ventanas de la Casa Rosada mostraban a Cristina,
Néstor y Perón.
Lo mismo sucederá el 20 de junio cuando la mandataria vuelva a postergar
a Manuel Belgrano porque las únicas hazañas son las de ellos en los
últimos diez años. Y el 9 de Julio, gracias si es un fin de semana largo de
modo que nadie, ni ella misma, reparará en ningún aniversario patrio. La independencia
es la de “los pibes para la liberación”, no la de 1816 sino la del FMI o la del
Club de París aunque ahora este el ministro de Economía de rodillas allí.
Laprida, Paso, Anchorena, Sánchez de Bustamante, Darragueira, Medrano,
Gascón y tantos otros, hoy son apenas calles de algún barrio más o menos
paquete según su ubicación. Pero el gobierno no es el único responsable
del vaciamiento de costumbres y tradiciones. La sociedad cooperó con creces a
esa “gesta” que nos tiene hoy sin identidad, sin cultura, sin educación
escuchando como las publicidades nos dicen que en 15 días – como empieza el
Mundial -, seremos mejores, más hermanos, más argentinos, más apasionados.
Un poco de vergüenza debería darnos…
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