Su marca registrada
es la insatisfacción permanente con los espacios que lidera.
Por James Neilson (*) |
Cuando de crear agrupaciones promisorias se trata, no hay
nadie como Elisa Carrió. Luego de romper con la UCR, fundó ARI, para entonces
agregarle primero la Coalición Cívica y más tarde la UNEN. Hace poco más de una
semana, la chaqueña ocupó una vez más el centro del escenario como artífice, en
su opinión la principal, del Frente Amplio cuyos líderes aspiran a poner fin a
décadas de supremacía peronista.
Esperan que el superávit de presidenciables los ayude, que
una buena interna sirva para polarizar a una parte sustancial de la población,
pero ya hay señales de que no les sea dado emular a los peronistas que, nos
aseguró el general, son como los gatos que parecen estar peleándose cuando en
verdad lo que están haciendo es reproducirse.
Es que Lilita, una creadora nata, nunca se siente conforme
con su propia obra.
Para desconcierto de sus admiradores, no bien termina
ensamblando una combinación nueva, decide retocarla o dejarla en manos de otros
para que pueda dedicarse a algo distinto. Es la Penélope de la política
argentina. De noche deshace lo que hace de día. Así, pues, antes de apagarse la
euforia de quienes celebraban el lanzamiento del “espacio” centroizquierdista
FAU, se puso a desmantelarlo. Dijo que no soñaría con votar a “muchos”
candidatos de su propio frente.
La verdad es que no le gusta ninguno. Se entiende: a ojos de
Lilita, el peronista progre de San Isidro Fernando “Pino” Solanas, aquel adusto
médico santafesino Hermes Binner y los otros pretendientes, entre ellos un par
de radicales, no se asemejan para nada a Ulises. Tampoco le atrae demasiado
Mauricio Macri: quisiera contar con el apoyo de PRO, pero no le ofrecería nada
firme a cambio. A diferencia de la dama de Ítaca, Lilita parece destinada a
permanecer sola.
Si la Argentina fuera otro país, el que a la protagonista
del FAU le encante burlarse de sus putativos socios no importaría demasiado.
Todos los partidos, tanto democráticos como totalitarios del mundo se ven
agitados esporádicamente por disputas personales que se deben menos a
discrepancias programáticas que a la naturaleza competitiva de un oficio que es
apto solo para los dueños de egos sobredimensionados. Al fin y al cabo, para
que un político tenga éxito, le es forzoso convencer a los demás de que es más
capaz, más sensible y hasta más humano que todos sus rivales.
Pero mientras que en las democracias consolidadas los
partidos suelen ser lo bastante extensos para hacer menos atractiva la
fragmentación, en la Argentina, el país de los mil ismos, las únicas
agrupaciones relativamente coherentes son las dominadas por una sola persona.
De estas, la principal sigue siendo la de Cristina, jefa absoluta de su
movimiento particular y autora exclusiva de su relato, aunque la que está
aglutinándose en torno de Sergio Massa ya ha adquirido un tamaño mayor. No
existen muchos motivos para suponer que las costumbres políticas del país estén
por cambiar.
A veces, el electorado parece hartarse del personalismo
exagerado. Cuando ello ocurre, muchos pueden optar por un candidato que se
jacta de brindar la impresión de ser “aburrido” y nada carismático, como en el
caso de Fernando de la Rúa, pero en el fondo se trata de una variante del mismo
juego, de apostar a que, después de un período de liderazgo excesivamente
caprichoso, lo que el país quiera es una especie de antihéroe gris orgulloso de
su presunta normalidad. En el FAU hay algunos precandidatos que no tendrán más
opción que la de intentar persuadir al electorado de que su falta de carisma
garantiza seriedad, pero sorprendería que el truco funcionara nuevamente.
Para conseguir los votos que necesitarían, los frentistas
tendrían que sumar, pero como la conducta de Lilita nos ha recordado, la
posibilidad de que logren hacerlo es escasa. Quienes aprobarían un pacto con
PRO, repudiarían a Pino y Binner; los tentados por la oferta izquierdista se
negarían a respaldar a un candidato presidencial derechista. ¿Y la disciplina
partidaria? En un país sin partidos auténticos en que se ha puesto de moda
hablar de “espacios” políticos, zonas mayormente vacías por las que viajan
algunos asteroides, cometas y, con suerte, una estrella rodeada por media
docena de planetas, la disciplina partidaria no existe.
Para ser algo más que un rejunte coyuntural, el Frente
necesitaría mantenerse intacto por varios años, tal vez decenios. Lo preferible,
desde el punto de vista de sus integrantes, sería que madurara como el partido
de gobierno, aunque sólo fuera para impedir que otra facción peronista
encabezada por Massa, Daniel Scioli o alguien cercano a Cristina ocupara el
poder y usara la gran caja estatal para comprar voluntades, pero por ahora sus
perspectivas no parecen demasiado brillantes. He aquí un motivo por el cual
Carrió y algunos radicales piensan que convendría pactar con Macri.
Avalado por el Frente, que dispondría del aparato electoralista
radical, el líder porteño podría reducir la brecha aún grande que lo separa de
Massa y Scioli. A pocos centroizquierdistas les entusiasma la idea de
encolumnarse detrás de un hombre que a su juicio encarna la derecha capitalista
y burguesa que siempre han satanizado, pero los menos dogmáticos entienden que
tolerar un interregno macrista sería mejor que resignarse a la prolongación por
tiempo indefinido de la hegemonía peronista. Por lo menos, serviría para
modificar el panorama político nacional.
Asimismo, significaría que los progresistas no tendrían que
asumir la responsabilidad ingrata de reparar los daños que han provocado
Cristina y sus militantes improvisados a la economía y, por lo tanto, al tejido
social del país. No es un asunto menor; de triunfar en las próximas elecciones
presidenciales un centroizquierdista, le sería preciso gobernar como si fuera
un “liberal” inflexible porque, hasta llegar las inversiones que según los
optimistas vendrán en cuanto se hayan ido los kirchneristas, el país tendrá que
vivir de lo poco que todavía conserva.
Por cierto, no le sería dado festejar su triunfo repartiendo
dinero entre quienes a su entender son víctimas del populismo resueltamente
miope de Néstor y Cristina. Mal que les pese a los progresistas, los años
venideros transcurrirán bajo el signo de la austeridad, lo que plantearía un
desafío a quienes por principio siempre han sido contrarios a los “ajustes
neoliberales”.
El populismo ha logrado perpetuarse al aprovechar las
dificultades que provoca para descalificar a sus adversarios, ingeniándoselas
para que hereden una economía vaciada. Aunque parecería que en esta oportunidad
Cristina se ha encargado de la primera fase del ajuste, ya que un paso al
costado prematuro la dejaría vulnerable frente a los que, como Lilita, quieren
verla entre rejas, no es necesario ser un pesimista para suponer que al
gobierno próximo le será sumamente difícil satisfacer las expectativas mínimas
del grueso del electorado.
¿Cómo actuaría un eventual gobierno frentista en tal
situación? Por un rato, disfrutaría del respaldo hasta de los peronistas. Es lo
que sucedió en los meses iniciales de la gestión de la Alianza, cuando
personajes como Carlos Ruckauf no se cansaron de rendir homenaje al liderazgo
del presidente De la Rúa, pero solo sería cuestión de una tregua pasajera. Por
lo demás, distintas facciones de la FAU no tardarían en encontrar pretextos
para oponerse a las medidas más antipáticas que los sucesores de Cristina se
verían constreñidos a tomar.
Mal que les pese a los simpatizantes de la alternativa
centroizquierdista más reciente, está tan difundido el temor a que resultara
incapaz de gobernar en medio de una exasperante crisis económica que, para
superarlo, tendría que comenzar pronto a hacer gala de su dureza, lo que,
huelga decirlo, podría costarle los votos de los convencidos por la retórica de
dirigentes más habituados a denunciar la insensibilidad ajena que a proponer
soluciones viables.
En la mayoría de los países occidentales, los políticos más
beneficiados por las debacles económicas que la izquierda atribuye a las
deficiencias intrínsecas del sistema capitalista suelen ser conservadores poco
imaginativos de ideas “ortodoxas”, personas como el español Mariano Rajoy o el
británico David Cameron. Para frustración de los socialistas europeos, la
consecuencia política más notable de la implosión financiera de 2008 que se vio
seguida por una recesión devastadora de la que el Viejo Continente aún no se ha
recuperado por completo, fue un giro hacia la derecha en casi todos los países
con la excepción pasajera de Francia.
Si bien en este ámbito como en tantos otros la Argentina es
diferente, aquí también son muchos los que desconfían de la capacidad de los
progresistas para manejar la economía con el realismo imprescindible. Así,
pues, además de mostrar que, a pesar de las reyertas internas y el
individualismo imprevisible de Carrió, el Frente es lo bastante sólido como
para que lo de unidad en la diversidad sea algo más que una consigna, a sus
integrantes les será necesario asegurar a un electorado inquieto que están en
condiciones de impedir que, una vez más, la economía caiga víctima de las
buenas intenciones de los encargados de cuidarla.
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